No es solo uno de los elementos más importantes en el altar de Día de Muertos, sino que representa un medio de comunicación con los fieles difuntos
Los altares que se colocan durante el Día de Muertos incluyen un alimento ceremonial conocido como pan de muerto. Algunos investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) han explicado que su origen es colonial, aunque tiene raíces prehispánicas.
David Lorente Fernández recuerda que el pan —de trigo u otros cereales— fue introducido por los españoles en América. En diferentes regiones de Europa, dice, este alimento era empleado en fechas del calendario litúrgico, incluso destinándolo a los difuntos.
“No obstante, el culto indígena parece haberse apropiado de este alimento exógeno para resignificarlo en sus propios términos, adaptándolo de manera creativa y original de acuerdo con concepciones nativas sobre la muerte y los difuntos, así como con las dinámicas locales de reproducción social y cultural”, explica.
En cuestión de diseño —por ejemplo—, la versión más popular que conocemos es que el pan de muerto es redondo porque simboliza el ciclo de la vida y la muerte. La bolita al centro es un cráneo y las cuatro candelillas representan los huesos de nuestras extremidades (brazos y piernas).
Un ritual desde la visión indígena
Es importante recalcar que la colocación y el significado del pan de muerto varía según las costumbres de cada región, especialmente en los pueblos indígenas de México.
En su investigación “Panes-hueso, panes-piedra, pan de Día de Muertos. De la ofrenda en el altar a la comensalidad cotidiana con los difuntos en la Sierra de Texcoco”, Lorente Fernández señala que los nahuas de este lugar conciben al pan de muerto como un ingrediente central del altar.
“Al poner la ofrenda se extiende primero un mantel nuevo y después se dispone el pan, con el cual se va llamando a los difuntos de la siguiente manera: del más antiguo al más reciente, desde el tatarabuelo, el abuelo, los hijos y toda la familia; después ya se van poniendo la fruta, los guisos y los objetos”, reveló al autor Micaela Peralta Espinosa, quien pertenece a San Jerónimo Amanalco, una de las cinco comunidades de la Sierra de Texcoco.
El investigador destaca que la elaboración del pan inicia el 27 de octubre. Posteriormente, el 1 de noviembre —alrededor de mediodía— se dibuja un sendero de pétalos de cempasúchil desde la calle con el propósito de llegar de la vivienda hasta el altar.
El día 2, igual a mediodía, “repican las campanas de las iglesias para anunciar que las ánimas abandonan el pueblo y los nahuas acuden entonces al cementerio a enflorar las tumbas y ofrecer sobre ellas fruta y pan de muerto”.
Esa misma tarde, luego de que regresan las ánimas al cielo desde el panteón, se realiza el intercambio del pan ceremonial. El altar, dice Lorente Fernández, permanecerá en las viviendas hasta el 13 de noviembre, día de San Diego, “quien viene a quitar la ofrenda”; en ese momento, el pan se quita y almacena para que se coma a lo largo del año.
Sin duda, el Día de Muertos es una de las festividades más populares de México. Cada lugar coloca los altares y los elementos según sus costumbres. No olvidemos y perdamos nuestra identidad.
Calma el antojo
Semanas antes de esta celebración, las panaderías empiezan a sacar charolas de rico panecito de muerto. Aquí un par de opciones.
Café Curado
Desde la primera semana de octubre, este lugar ya cuenta con pan de muerto. ¿La receta? Cocoa, azúcar mascabado y canela, con un toque de naranja y ajonjolí garapiñado.
Dónde: Sinaloa 10, col. Roma Norte y Lisboa 56, col. Juárez
Horario: lun a dom, de 8:00 a 20:00
IG: @cafecurado
Cardín Pastelería
Para esta temporada, la pastelería de postres personalizados nos ofrece tres opciones de pan de muerto: guayaba, cempasúchil y jengibre con cardamomo.
Dónde: Álvaro Obregón 8 Local A, col. Roma Norte.
Horario: lun a vie, de 9:00 a 19:00; sáb, de 9:00 a 17:00
IG: @cardinpasteleria