Foto: Mariana Castillo

Quienes siguen cuidando

Por: Mariana Castillo Hernández
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Los alimentos y el territorio para muchas personas no son ni “productos” ni “valores agregados”, sino que son sustento, trascendencia e integración

Édgar Ángeles Carreño, palenquero y arquitecto, me platicó sobre el frijol bisagu, el nombre en zapoteco de una variedad que ya se siembra poco en Santa Catarina Minas, Oaxaca, pero que ahora intercalan con la siembra de maguey en sus proyectos familiares y de conservación en Real Minero. 

Antes, se hacía un enramado con sus vainas y se aventaban secas para darle más sabor a estas leguminosas cuando se cocían, comparte. Si bien eso está olvidándose, por fortuna hay quienes buscan cuidar, quienes siguen cuidando. “Antes que mezcaleros fuimos campesinos”, repiten él, su hermana Graciela, sus demás hermanos, así como también lo repetía Lorenzo, su padre.

Turricas, Babelith y Cajacsui, mujeres maleku que habitan en Costa Rica, me dicen que ya no pueden sembrar maíces pues no tienen las semillas que antes eran parte de su cultura, pero sí siembran y cultivan lo que aún pueden como yuca, pejibaye (chontaduro), tiquisque (malanga) y más, además de que usan hoja de cuinhon o anís (momo, hoja santa o acuyo), así como plátano y cacao para su autoconsumo (y que hasta en su tradición oral persisten). 

Además, son pescadoras, es su alimento “de siempre”. Este pueblo indígena ha sido históricamente vejado y lo expresan, buscan resistencia en comunidad, a la vez que nuevas generaciones e interacciones con otras personas que valoran sus enseñanzas desean que no se les folclorice ni minimice. El orgullo y la palabra son vehículos de lucha.    

Y es que conversar y escuchar a quienes siguen cuidando importa, da perspectiva. Por ejemplo, con Casimira Ku y su hijo Alberto, en Xocén, comisaría de Valladolid, Yucatán, aprendí sobre abejas, comidas rituales, guardianes, cenotes, agua y árboles. Por ejemplo, las xunnan Ka’ ab, son un tipo de melipona maya que ya comienzan a repoblar los jabínes del traspatio de su casa. 

Me conmueve el cuidado con el que se trata a estos insectos nativos: al agua le agregan hojas de chakaj y sipiché para limpiarse las manos y el cuerpo de cualquier mala energía que se les pueda transmitir, la tierra roja es especial, la luna influye y hay ofrendas para aj-musen Kaab, el dios de las abejas. 

Su intención es mantener la vida, conservar lo que les entraña, no necesariamente sacar provecho de ella ni “capitalizarla”, mucho menos vender por vender, no hay montajes ni shows sino que hay profunda verdad y belleza en ello. Todos los anteriores son ejemplos de cuidado integral y comunalidad, con sus propias problemáticas sociales porque nada es blanco ni negro solamente.

En cada una de sus regiones se vive el racismo diario y muchas personas siguen avergonzándose de su color de piel, aspecto, apellido original, de hablar su lengua o de comer su comida, aunque muchos de esos elementos culturales se vuelven minas de oro de marcas de lujo, de proyectos extractivos, de la turistificación masiva y de personas ajenas o no a su cosmovisión que la califican como “exótica” o “ancestral” como argumentos de marketing.

Los hermanos Comaroff, antropólogos quienes escribieron Etnicidad S.A., siguen teniendo mucha tela de donde cortar en la actualidad con este tema, pues efectivamente la etnicidad también va adquiriendo características de empresa, pero opino que el meollo está en para quién está siendo el beneficio de estas transacciones (cuando lo son).

Tener qué y dónde sembrar es un acto político, así como es una manera en que la memoria puede seguir viva y transformándose. Los cultivos dan cohesión social, libertad, identidad y sensación de pertenencia pues sabemos que las dietas de la industria agroalimentaria global son responsables de numerosos fenómenos relacionados con distintas desigualdades sociales y la pérdida de bioseguridad. 

Recordemos que los alimentos y el territorio para muchas personas no son ni “productos” ni “valores agregados”, sino que son sustento, trascendencia e integración. Pienso que seguir escuchando a quienes cuidan puede ser una vía de entender lo vivo desde otros discursos que no son pasados, tampoco mercantiles.