A punto de ser juzgado por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, el narrador de El vendido recuerda cómo, durante su infancia, su padre lo convirtió en conejillo de indias de sus experimentos psicológicos como obligarlo durante tres años a llevar la mano derecha amarrada a la espalda para convertirlo en zurdo o llenar su cuna de patrullas, botones de la campaña electoral de Richard Nixon y ejemplares del periódico Economist, al mismo tiempo en que él pegaba tiros al techo con un revolver calibre 38, y todo para generarle aversión hacia ello.
El protagonista es juzgado por un par de crímenes: decidió que la mejor forma de recuperar el control del barrio californiano de Dickens es reinstaurar la segregación racial en la escuela, el transporte, las tiendas y el cine de su pueblo y, además, esclavizó a su vecino Hominy Jenkins, toda una celebridad infantil quien protagonizara la vieja serie de televisión La pandilla. Ambas, decisiones que parecen tener un efecto positivo en los habitantes del lugar, quienes se tratan con más respeto y parecen sentirse especiales.
“Dudo seriamente que ninguno de mis antepasados recién salidos de los barcos de esclavos hincara las rodillas sobre sus propias heces en esos instantes desocupados entre ser violado y ser golpeado, para aventurar que al final, tras generaciones de asesinatos, dolor e insoportable sufrimiento, angustia mental y múltiples enfermedades, todo aquello valdría la pena porque algún día mi tataranieto tendrá conexión wifi, por mucho que la señal sea lenta e intermitente”, reflexiona el personaje principal.
El vendido es una dura (y extrañamente divertida) crítica hacia la hipocresía de la sociedad estadounidense que no deja títere con cabeza. Lo mismo dispara contra los blancos que contra los negros, los orientales y los latinos. Por esta novela, en 2016, Paul Beatty se convirtió en el primer escritor norteamericano en ganar el Man Booker Prize y obtuvo, además, el National Book Critics Circle Awards.