Alejandro Zambra nos habló de las influencias estéticas y experiencias de vida detrás de Mudanza, su título más reciente, así como su manera de acercarse a la escritura.
Reconocido a nivel internacional como uno de los narradores jóvenes más relevantes de la actualidad, Alejandro Zambra republicó Mudanza, su segundo libro, bajo el sello de Ediciones Antílope. Se trata de un poema que aborda la ausencia desde una oralidad hermética.
¿Cómo describirías Mudanza?
Es un poema narrativo, dividido en seis tiradas o partes, que se abre en distintas direcciones y se construye a partir de varios desplazamientos. Literalmente, es un libro sobre el proceso en el que uno se cambia de casa. Lo escribí, tal vez, en 2001 o 2002, a los 26 años, una edad en la que ya no es lícito considerarse joven.
También lo definiría como un libro curiosamente narrativo. Cuando lo hice, no escribía narrativa, aunque en él hay una o varias historias que están veladas y se van interrelacionando.
Parece estar emparentado con Bonsái.
Sí. Cuando trabajaba en Mudanza tenía un proyecto de libro que también bauticé como Bonsái, aunque se parecía muy poco a la novela homónima, ya que era mucho más conceptual.
No obstante, el ritmo de la primera parte de Mudanza lo fue colmando todo poco a poco (“Me dijeron que avisara treinta días antes”), y creo que fui perdiendo el control de lo que estaba haciendo; una sensación que, por cierto, me gustó mucho.
En ese entonces —aunque me gustaban y me siguen gustando muchos tipos de poesía y narrativa—, yo buscaba algo muy preciso. Nunca antes había imaginado un ritmo y un mundo como el que generé en este poema. Es un hecho que hay imágenes replicadas en Bonsái, y un ejemplo de ello serían la escena de los amantes bajo la sábana como un bulto. Además, en esa novela introduzco un mayor juego con las distancias: el narrador se acerca, se aleja, se ríe un poco de los personajes…
Sin embargo, creo que el libro presente siempre se contrapone al anterior: Bonsái está un poco en contra de Mudanza; La vida privada de los árboles contra Bonsái, y así se podría seguir hasta llegar a Facsímil.
¿Mudanza está influido por poetas norteamericanos como Wallace Stevens?
Tal vez. Tiene le huella de John Ashbery, aunque creo que el puente que mencionas está relacionado con la lectura de poetas cuya obra se ha alimentado de fuentes anglófilas. Gonzalo Millán, Robert Creeley, y la primera etapa poética de Ezra Pound son algunas de mis lecturas de esos años.
En rigor, me parece que se trata de un libro muy abierto a las asociaciones y lo inconsciente (su comienzo se me presentó como una novedad); un tanto impersonal —objetivista, tal vez—, reacio a decir “yo”.
Parece que es un libro escrito a partir de una ausencia o una experiencia dolorosa.
Ahora me acuerdo más del libro en sí que de sus historias de fondo. Lo hice en un momento de la vida en el que uno ya arrastra un par de fracasos que siempre quedarán ahí. En ese tiempo, recién había regresado de un viaje a Madrid; estuve estudiando allá y tuve una experiencia adversa con el idioma: me costaba darme a entender y había perdido la seguridad en el lenguaje, porque, claro, uno solamente adquiere noción de cuál es su verdadera lengua cuando la pierde o se encuentra realmente con su ausencia.
¿Cómo son tus rutinas de trabajo?
En general, me demoro mucho. Soy más obsesivo que metódico y, aunque tengo rutinas de trabajo, en algún momento ya no puedo dejar de escribir.
Creo que me ayuda el hecho de no tener tantas obligaciones asociadas a la escritura; lo digo, en especial, porque me gusta mantener separados los procesos de escritura y publicación (una idea imposible, por ejemplo, en el periodismo). En mi caso, al trabajar en géneros como la crónica sucede algo distinto: a veces puedo escribir textos que me gustan, y apostaría que tienen valor literario a posteriori, pero en el momento lo enfrento únicamente como un trabajo.
Lo cual me lleva a pensar que tal vez la escritura debería permanecer inédita siempre. Cuando medito en que lo que estoy escribiendo será publicado, experimento una especie de bloqueo. Para escribir, necesito olvidarme de todo.
Diez imperdibles, Alejandro Zambra recomienda sus libros favoritos:
Mis amigos, de Emmanuel Bove
Conjunto vacío, de Verónica Gerber
Catálogo de juguetes, de Sandra Petrignani
El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza
The Gorgeous Nothings, de Emily Dickinson
En pana, de Martín Cinzano
Ruiz (Entrevistas escogidas – filmografía comentada), edición de Bruno Cuneo
El libro de la almohada, de Sei Shōnagon
El libro de la interpretación de los sueños, de Artemidoro de Daldis
El caballo y el gaucho, de Pablo Katchadjian