Este mes, dos de las actrices más sobresalientes de la escena mexicana pisan las tablas: Marina de Tavira y Laura Almela. A De Tavira la podemos ver en Obsesión, donde interpreta a una mujer madura interesada en un hombre menor. No se trata de una historia a lo Mrs. Robinson, sino de un retrato de la aprehensión, en el que una mujer desafía el “buen juicio” de sus dos psicoanalistas. La elegancia actoral que caracteriza a Marina hace que las intenciones oscuras y agresivas de su personaje parezcan una seda. Una interpretación sensual, capaz de sostener el complejo texto de Irvin Yalom (adaptado por Ximena Escalante y dirigido por Enrique Singer), en el que se revelan las muchas caras del amor y de las terapias de diván.
Por su parte, Laura Almela vuelve a hacer man- cuerna con Daniel Giménez Cacho en Yo nunca lloro. Ambos actores se cuestionan frente al público cómo se relacionan con sus personajes, cómo es salirse de su propia piel para ser otros. Un experimento de inmersión —documental y autobiográfico— a cargo de una de las duplas más sorprendentes en el panorama teatral mexicano actual.
En su búsqueda histriónica, hemos visto a Laura encarnar a Lady Macbeth, a Antonietta en Un domingo particular, o retorcerse en el escenario como el trastornado dueño de un circo freak en La belleza. En su carrera acumula ya una larga y versátil lista de personajes, esta experiencia la ha curtido. El trabajo de Laura —sus gestos, su voz, su corporalidad— logra algo cada vez más raro: el trance de los espectadores, la conmoción. Laura le devuelve su carácter ritual al teatro; encarna la llamada verdad escénica: más allá de su experiencia y sus técnicas, su actuación es genuina: devela verdades profundas y fragilidades reales.
Celebremos, pues, que tenemos a estas dos grandes en temporada. Marina y Laura se presentan en el Foro Lucerna y El Milagro, respectivamente.
(Por Alejandra Jarillo)