De visita en la ciudad para la Bienal de Ilustración de Pictoline, Gary Baseman, creador de personajes entrañables como Dumb Luck, Toby o Creamy, nos platica sobre su trabajo
Gary Baseman (Los Ángeles, 1960) ha dibujado su vida entera. Incluso le cuesta trabajo hallar entre sus recuerdos alguno en el que no haya encontrado el camino dibujando. “Siempre lo tuve muy cerca, desde que era pequeño”, nos cuenta en entrevista. “En mi memoria, no hubo época en la que no quisiera ser artista; siempre insistí en serlo y, desde que era muy joven, estuve siempre dibujando y mi identidad entera tenía que ver con ser un artista. Si hubieras hablado conmigo cuando tenía siete años, ya era Gary Baseman el artista”.
Cinco décadas más tarde, Gary sigue siendo un artista, hoy convertido en uno de los más reconocidos y multifacéticos. Esta semana se encuentra en la ciudad para dar una confe- rencia parte de la Primera Bienal de Ilustración, convocada por Pictoline, en la que también fue parte del jurado que eligió las 77 obras finalistas, a exhibirse en el Centro de Cultura Digital desde este viernes y hasta el 23 de junio.
Creador de un fascinante universo poblado de personajes entrañables —Dumb Luck, Creamy, Hot Chachacha, Kiki, ChouChou, su emblemático Toby…—, Baseman lo mismo ha sido invitado a ilustrar portadas de revistas como The New Yorker o Rolling Stone, que ha incursionado en la animación, con la serie Teacher’s Pet, ganadora de varios premios —BAFTA, Emmy— o ha creado un vasto número de pinturas, videos, performances, juguetes y fotografías exhibidos por todo Estados Unidos, Europa, Sudamérica y Asia. Aquí la plática que tuvimos con él.
Los dibujos de Gary Baseman
Has dicho que los personajes icónicos han sido siempre importantes en tu trabajo. ¿En qué sentido?
Cuando era niño, me atraían todos esos personajes con los que crecimos: Porky, Bugs Bunny, Mickey Mouse, El Gato Félix… Sin importar la época, mientras fueran de buena calidad, inteligentes e interesantes. También de niño solía ver esas caricaturas de Warner Bros. de los años 30 y 40 que daban cierta idea de perfección; lo que creaban era perfecto para mí. Ya adulto, las cosas cambiarían a partir de mis intereses en otro tipo de arte —y de mi involucramiento en la creación—, con el trabajo de artistas como Warhol o ilustradores como André François o Miguel Covarrubias. A la hora de expresarme, ha dependido de la edad en que estuviera. Hoy puedo utilizar ese tipo de iconografía para vincularla con la condición humana.
Has visitado varias veces México y hace poco diseñaste la edición especial de una botella de tequila. ¿Qué influencia Ha tenido México en tu trabajo?
Crecí en Los Ángeles, así que la cultura latina está por todos lados. No fui a México por primera vez hasta cuando tenía unos 16 años. Aunque estaba muy cerca, nunca me aventuré a México. Además, era un adicto al trabajo. No viajaba mucho hasta los últimos 13 años. Pero México siempre fue una inspiración, desde el imaginario del Día de muertos hasta Diego Rivera y Frida Kahlo, aunque sé que hoy es muy cliché. También Miguel Covarrubias siempre ha sido uno de mis ilustradores favoritos desde hace 20 o 30 años; alguien que venía de México y que dejó una huella importante en la cultura norteamericana, con portadas para Vanity Fair y ese tipo de publicaciones, además de haber producido muchos, muchos libros. También tenía un gran talento para ilustrar gente de color evitando estereotipos. Su obra fue siempre hermosa. Pero desde el momento que pisé México, descubrí su historia. Es decir, puedes conocerla en libros o a partir de sus tradiciones, pero cuando estás ahí es abrumadora. La comida, la belleza de la arquitectura y la historia son poderosas.
Así que para mí, la relación personal con México es muy fuerte. Y aunque amo el tequila, el mezcal es perfecto. Su sabor ahumado es increíble, es delicado, cálido… Es una bebida perfecta. Solo necesitas tomar un poquito para sentirte en otro planeta, en otra zona horaria.
En tu biografía se dice que exploras la belleza de lo agridulce de la vida. ¿Cómo llegaste a esa sensibilidad para percibir la belleza en ello?
No nací con ello. Nací para ser un chico bueno, y para pensar que todo iba a quedar en tu historial y que había solo una manera absoluta de hacer las cosas bien, y que había un modo equivocado. Así que pasé la mayor parte de mi vida tratando de hacer todo bien: me gradué en la universidad, me sentaba en las primeras tres filas del salón, tenía buenas calificaciones… Obedecía todas las reglas. Por alguna razón, creía que era exactamente lo que necesitaba para llegar a ser exitoso.
Pero fue hasta que estaba a la mitad de mis 20 cuando tuve una epifanía; comencé a sentirme incómodo viendo el mundo como lo había visto hasta entonces. O quizá fue hasta ya entrados mis 30. Tardé en madurar. Incluso cuando trabajé en una agencia de publicidad y hacía todo de manera correcta, seguía sintiendo que no le importaba a nadie lo que hiciera. Entonces comencé a tener cierto sentido de la poesía y la música, leyendo a autores como Bukowski o músicos y artistas como David Bowie, y comencé a entender que la vida no es perfecta. Ahora sé que todos tienen que encontrar su propio camino y que nada es perfecto. Algo trágico también puede ser real e importante. Me tomó tiempo abrazar esa idea.
En mi trabajo como artista, estoy tomando los recuerdos agridulces, los errores, los éxitos, para cruzarlos y dejarlos atrás por medio del arte. Eso significa tanto para mí que he querido documentarlo de una manera poética, para que así otras personas puedan sentirse relacionadas y encuentren algún tipo de emoción. Así que cuando me cuestiono sobre qué trata mi arte, veo que es una celebración de esos momentos agridulces de la vida.
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