La autogestión comunitaria, la sustentabilidad y hasta la literatura pueden redefinir cómo habitamos nuestros espacios y el mundo
La arquitectura no se limita a la construcción de edificios, casas o espacios; es también la creación de lugares que moldean nuestra vida cotidiana, influyen en nuestras emociones y reflejan los valores de la sociedad. Pero, ¿qué pasa cuando la arquitectura dialoga con la literatura, el feminismo y la autogestión comunitaria?
En esta entrevista para + Chilango diario, la arquitecta, escritora y artista Brenda Isabel Pérez, nos invita a reflexionar sobre los entornos que nos rodean. Sus proyectos desafían las estructuras tradicionales para pensar en espacios más equitativos, sustentables y narrativos, donde la arquitectura se convierte en una herramienta de cambio porque construir es también un acto político y literario.
¿Qué tipo de historias cuentan los espacios y cómo influyen las palabras para su construcción?
Creo firmemente en el potencial de observar la sociedad y la ciudad a través de producciones culturales como la literatura. Las miradas críticas y la creación literaria permiten que lo colectivo transforme algo material como la arquitectura. Me interesa desmitificar la disciplina, llevándola del ámbito especializado al conocimiento público. La ciudadanía, como habitante y usuaria, tiene el poder de apropiarse de sus espacios. La literatura aporta sensibilidad para narrar historias ocultas en la arquitectura, dándonos herramientas para imaginar nuevos futuros.
¿Cómo replanteas el concepto de hogar para adaptarlo a las dinámicas actuales y a tus ideales desde el arte y el feminismo?
Trabajo conceptos como vivienda y hogar desde la crisis social y la exploración personal. El modelo tradicional de familia y vivienda del siglo XX ya no es sostenible, especialmente para las mujeres. Reflexiono sobre cómo el sistema nos aísla y exploro formas de acompañamiento y comunidad. Habitar no es sólo ocupar un espacio, es crear vínculos de apoyo y afectos. Estas ideas se nutren del arte, el feminismo y la narrativa colectiva para replantear el espacio doméstico como un lugar a visibilizar y complejizar.
¿Qué has aprendido sobre el poder colectivo y la creatividad comunitaria en estos procesos?
Los procesos colectivos son vitales, especialmente para mujeres en espacios separatistas. Estos espacios transforman vidas al cuestionar jerarquías y construir narrativas compartidas. Es importante reconocer las diferencias entre pares y generar una autonomía individual. Aunque estos procesos suelen ser más lentos en términos capitalistas, valen la pena porque colocan el cuidado y la colectividad en el centro. Trabajar en colectividad reconstruye desde lo simbólico y hasta lo práctico.
Dentro de todas las problemáticas que hoy nos atraviesan, ¿en cuál has decidido poner el acento para reflexionar y actuar?
Me interesan las prácticas pedagógicas espaciales (cómo aprendemos arquitectura y cómo nos relacionamos con el espacio) y la violencia hacia las mujeres. Los espacios que habitamos o deshabitamos tienen un papel clave en el flujo de opresión. Mi proyecto actual (que este año cuenta con el apoyo del SACPC) aborda el juego y la colectividad como herramientas para la reescritura del espacio. Me interesa reflexionar cómo la arquitectura ha participado en estas dinámicas y buscar maneras de subvertirlas, apostando por prácticas que combinen crítica, creatividad y comunidad.