El inmueble que hoy resguarda el Archivo General de la Nación pasó de ser una de las prisiones más temidas de México al recinto que conserva los documentos más importantes de la historia
Dos historias se cruzan en los siete brazos que forman parte de este edificio ubicado en la alcaldía Venustiano Carranza: la primera de ellas inicia en la época virreinal por la necesidad de dejar registros y reportar todo lo que ocurría en la Nueva España; la segunda historia inició en 1900, cuando Porfirio Díaz inauguró la que sería la penitenciaría más moderna de México.
El 26 de mayo de 1976, las historias del Archivo General y Público de la Nación y del Palacio de Lecumberri se juntaron, y el recinto diseñado para 800 presos —pero que llegó a albergar 8,000— empezó la remodelación que llevó cinco años antes de recibir la historia documental mexicana, donde hasta la fecha se resguardan, conservan y clasifican 54 kilómetros de documentos provenientes desde la época colonial.
Un pasado oscuro
Miguel Quintana, Antonio Torres Torija y Antonio M. Anza fueron los ingenieros responsables de crear una penitenciaría novedosa basándose en el diseño del filósofo inglés Jeremy Bentham.
Las instalaciones fueron ubicadas al oriente de la actual CDMX pues proyecciones de la época adelantaban que el crecimiento urbano sería hacia el sur y al poniente, y consideraban que la penitenciaría, que hoy está conectada con el Centro Histórico, permanecería completamente aislada y rodeada de los llanos que abarcaban al actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
El panóptico es un estilo arquitectónico que permitía que con el solo hecho de girar el cuerpo, los guardias vigilaran cada una de las crujías desde una torre de 35 metros de altura. A eso se le sumaba que los pasillos de cada uno de los brazos se iba haciendo más estrecho hacia el fondo, de tal manera que no había una sola celda que no se pudiera observar.
“Esto tenía un efecto psicológico muy fuerte. El objetivo era que cuando los presos salieran a la sociedad, todo el tiempo se sintieran observados y dejaran de tener interés en cometer algún delito. Era similar al efecto de las pijamas de rayas que también se usaron aquí y que eran como tener tatuados los barrotes de la cárcel”, explica Ángel de Ávila Sánchez, jefe del área de Servicios Educativos del Archivo General de la Nación (AGN).
El Palacio Negro
Llamado así por una inundación de aguas negras que oscureció sus muros, tuvo como presos a José Agustín, William Burroughs, David Alfaro Siqueiros, José Revueltas, Álvaro Mutis, Gregorio “Goyo” Cárdenas, Alberto Aguilera Valadez “Juan Gabriel”, Pancho Villa y a los estudiantes del Movimiento de 1968, quienes estuvieron en uno de los torreones de castigo que años después fuera conocida como el área de los presos políticos.
Además de una penitenciaría, Lecumberri contaba con una morgue dedicada a la investigación criminal basada en la corriente del italiano Cesare Lombroso, quien aseguraba que existían personas con una naturaleza criminal, lo cual podía verse en la forma de los cráneos.
“Era una idea de la época que ahora es racista, pero su teoría consistía en que los criminales se quedaron en un punto intermedio de la evolución, entre el simio y el hombre, y una vez que los presos morían, aquí se les decapitaba y se estudiaban sus cráneos. Actualmente esa zona son aulas de la UNAM donde se dan clases para especializar a los estudiantes de archivística”, cuenta de Ávila Sánchez.
Proteger la historia nacional
Los siete brazos que conformaban la penitenciaría fueron remodelados. El color gris quedó sustituido por muros de ladrillo y paredes blancas. Los pasillos sin techo fueron cubiertos y, al centro, una cúpula y un tragaluz, dibujan un circulo en el corazón de lo que fuera la torre principal de panóptico de Lecumberri.
“Todas las instalaciones fueron renovadas porque los archivos necesitan condiciones muy específicas en cuanto al control de humedad y los 18 grados de temperatura. Por seguridad, se hizo una sola puerta de acceso y además de la penitenciaría, el Archivo General cuenta con otros dos edificios para resguardo y donde se realizan los trabajos de restauración y mantenimiento de los documentos”, explica Carlos Ruiz Abreu, director del AGN.
Entre las curiosidades del Archivo se encuentran el Acta de Independencia original, Los Sentimientos de la Nación, los planes de San Luis y Ayala, las Constituciones de 1814, 1857 y 1917, además de los tres símbolos patrios: el escudo, la transcripción original del himno nacional y la bandera de México, que funciona como referencia, pues todas las banderas que se confeccionen tienen que estar escaladas con base en sus medidas.
El AGN también alberga las cartas de Benito Juárez, los escritos de Sor Juana Inés de la Cruz, mapas de los terrenos y títulos de propiedades a nivel nacional, y una fototeca con más de seis millones de imágenes.
Resguardar la memoria
Los archivos contenidos están organizados en fondos documentales y en fichas de la A a la Z que inician desde la época virreinal. De acuerdo con el director del AGN, la etapa más consultada por investigadores y curiosos es la Colonia, y los fondos más visitados son los que tienen que ver con ramo de tierras, lo civil, inquisición e indios y castas.
A 42 años de su mudanza al Palacio de Lecumberri, el Archivo General de la Nación enfrenta tres grandes retos a futuro: avanzar en la catalogación de información, pues solo el 25% del total está clasificada; idear mecanismos para conservar los datos que se digitalizan y los que llegan en versiones electrónicas, y capacitar a todos los archivos del país sobre la importancia de mantener la memoria histórica.