Clásicos Mexicanos es un proyecto de investigación que vuelve a fabricar el mobiliario creado por varios de los arquitectos más trascendentes del modernismo nacional
La identidad arquitectónica de nuestra ciudad debe varios capítulos al movimiento moderno, el cual se desarrolló entre los años 30 y 60 del siglo pasado.
Ciudad Universitaria, la Torre Insignia (también conocida como Torre Banobras), el Centro Urbano Presidente Alemán (ubicado en Félix Cuevas), el hotel Camino Real (en Polanco) o la Casa Luis Barragán son algunos ejemplos de obras creadas durante una época que, a la postre, se convertiría en una de las más relevantes para la arquitectura mexicana.
Pero el trabajo de arquitectos como Ricardo Legorreta, Pedro Ramírez Vázquez o Mathias Goeritz no era solo experimentar y concebir edificaciones que erigían un nuevo discurso artístico nacional, sino también diseñar el mobiliario para sus interiores. Comedores, sillas o trinchadores eran esbozados e incluso fabricados en talleres de los propios arquitectos. El espacio creado era, en ese momento, la responsabilidad de un artista a nivel de detalle.
Con el transcurrir de las décadas, muchos de estos muebles se perdieron, cayeron en el olvido o, en el mejor de los casos, se conservaron como objetos artísticos, perdiendo así la usabilidad para la cual fueron diseñados.
El artista y diseñador Alejandro Castro tuvo hace tiempo la inquietud de volver a fabricar las piezas de aquel emblemático mobiliario. Entonces contactó al historiador del arte Aldo Solano Rojas, quien ya había realizado investigaciones sobre mobiliario mexicano. Junto a Mónica Landa, directora de la galería ubicada en Tres Picos 65, en Polanco, crearon Clásicos Mexicanos, un proyecto de rescate del diseño moderno mexicano.
EL SUEÑO DEL HISTORIADOR
Aldo Solano siguió entonces con sus investigaciones, buscó bocetos de los muebles, contactó a los herederos de los arquitectos y, en los casos en que seguían vivos, habló directamente con ellos para convencerlos de revivir las sillas o mesas que alguna vez idearon. “Soy historiador del arte y me especializo en diseño. Esto es el sueño dorado del historiador: traer de vuelta estos objetos con los mismos materiales”, dice.
“Cuando tienes un mueble con la resistencia y calidad de nuevo, con la fidelidad histórica del diseño original, lo puedes entender de otra forma, te puedes sentar, lo puedes tocar. Es una manera de aproximarse al diseño que quedó en el pasado. Al reinsertarlo en el mercado se usa como objeto de decoración y de investigación”, sostiene Aldo.
Una de sus grandes obsesiones hace años era la silla que Mathias Goeritz creó para el Museo Experimental El Eco, un lugar sui géneris que podía fungir desde centro de exposiciones hasta club nocturno, y que eventualmente cayó en el abandono. Goeritz diseñó dos sillas para esta construcción, una para el bar y otra para el comedor.
“Esa silla se perdió, luego hubo una mala lectura, porque se empezó a denominar a una que no era la creada para El Eco. Esa inexactitud flotó mucho tiempo, incluso se exhibió”, sostiene Aldo. Redescubrir y recrear los modelos originales de ambas sillas, y con ello acabar con ambigüedades, es uno de los orgullos del proyecto.
Otro caso emblemático es la colección COFRAN, de Armando Franco, compuesta por tres asientos y una cama, y que se caracteriza por el uso de madera torneada que tensa el cuero de vaqueta. “Armando Franco es un genio, junto con Teodoro González de León hizo el plan maestro de Ciudad Universitaria. Fue alumno de Mario Pani, compañero de Enrique del Moral. Estos muebles los hizo en los talleres artesanales de La Ciudadela (en 1950), invitado por José Chávez Morado. Los hizo con la idea de hacer dinero, de crear algo modular, de fácil producción, muy moderno”, agrega Aldo. En los años posteriores, Armando Franco se dedicó a la investigación y al urbanismo, pero esta aportación al diseño de mobiliario generó que Clásicos Mexicanos esté trabajando en un libro sobre su legado.
El trabajo de este proyecto —que también produjo sillas de Po Shun Leong, Diego Matthai, Roberto Eibenschutz y Agustín Hernández, entre otros— incluye la búsqueda de maderas, pieles y materiales con los que fueron concebidos originalmente los muebles, además de los talleres ideales para la fabricación. Por ejemplo, en el caso de la Colección Vallarta, de Ricardo Legorreta, las sillas y la mesa fueron hechas en el mismo taller usado por el arquitecto.
SETENTA AÑOS DE MOBILIARIO
El periodo de investigación que decidieron abarcar en Clásicos Mexicanos es ambicioso: de 1929 a 1999. Aunque en esta primera etapa la mayoría de los muebles fueron concebidos entre los años 50 y 70, la intención es que en los próximos meses el catálogo crezca e incorpore piezas concebidas en años más recientes, pues varios arquitectos siguieron diseñando en una línea cercana al modernismo, incluso cerca de finales del siglo pasado.
Clásicos Mexicanos (clasicosmexicanos.mx) puede visitarse en Tres Picos 65, colonia Polanco, hasta agosto. En septiembre, será presentado el libro La escala y el origen, de Bernardo Gómez Pimienta, investigación doctoral a partir de muebles hechos por arquitectos como Abraham Zabludovsky, Luis Barragán y Ricardo Legorreta. A propósito de ello, varios de los muebles que analiza serán exhibidos.