Tras liderar una de las pandillas más peligrosas de la GAM, ahora Carlos Cruz encabeza una organización que busca empoderar, a los jóvenes de colonias marginales, para que abandonen la violencia
Por Mariana Limón
Dicen que vestía gabardinas oscuras. Que tenía una mirada fiera y que su cuerpo, alto y robusto, intimidaba a todos. En aquel entonces, a finales de los años 90, ya se hablaba de tráfico de drogas y armas en la ciudad, de desaparecidos y de policías coludidos con el crimen organizado. Y aunque todos sabían que Carlos Cruz Santiago era el líder de la Alianza Universitaria, una de las que disputaban los barrios más violentos de la delegación Gustavo A. Madero, a veces el hartazgo le pesaba: “Cuando salía a la calle pensaba ‘ya, que se acabe esto’”.
Como muchos en su barrio, el cual no quiere nombrar para no recordar su pasado, Carlos Cruz se arrojó de cabeza a una espiral de crímenes, que iban desde los más simples hasta los que ya involucraban delincuencia organizada, narcomenudeo, disparos. Así fue por varios años hasta que, justo en el año 2000, algo pasó: uno de los suyos, uno de la pandilla, cayó muerto.
“Y en lugar de buscar la venganza, como siempre se hacía, decidimos que era mejor replantear nuestra vida —dice 17 años después—. Sabíamos que nadie nos la iba a resolver, nadie iba a cambiar todo para nosotros”, reflexiona Carlos Cruz.
La posibilidad de algo distinto
Hoy, Carlos Cruz y la asociación de la que es fundador y presidente —Cauce Ciudadano— han recibido premios y reconocimientos de la UNICEF, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, el Tecnológico de Monterrey y más por su labor humanitaria, pedagógica y de emprendimiento social. Además, la organización tiene más de 40 aliados, que incluyen desde empresas privadas hasta organismos de índole internacional como la Comisión Europea.
Para entender la labor de esta organización hay que partir de una palabra: violencia. En algunos barrios, esta es omnipresente, está en la casa, en la escuela y en todas las calles. Es una palabra sin final ni salida: si quieres sobrevivir, tienes que utilizarla.
“Nadie nace violento, lo aprendemos –asegura Carlos Cruz–. Cuando era niño, me gustaba mucho saber cómo funcionaban los aparatos, los motores. Pero mi infancia se fue cruzando con la violencia. Hay un momento en el que te gana y empiezas a hacer todo alrededor de ella, olvidándote de que hay una posibilidad de algo distinto”.
De espacio de paz a un movimiento
La casa es de dos pisos y está ubicada en la esquina de Oriente 85 y Norte 56 en la delegación Gustavo A. Madero. Algunas pinturas decoran sus muros: pájaros, flores y un armadillo adornan uno de sus costados. En la entrada, tres máscaras de diablos mexicanos reciben a los visitantes. Un pizarrón con un calendario semanal da cuenta de las actividades diarias: desde clases de matemáticas hasta talleres de rap.
La casa pertenecía a la abuela de Carlos Cruz, estaba abandonada. Dependiendo de quién lo visite, hoy este lugar tiene dos funciones: para los colaboradores de Cauce es una oficina; para los jóvenes, en cambio, se trata de un refugio, una zona de tregua.
“Cuando decidimos que íbamos a empezar a organizarnos me di cuenta que aquí teníamos un espacio. Hemos pasado de ser seis personas a 85. Y en algún momento llegamos a tener más de 300 educadores en calle trabajando”, explica Carlos.
Desde su fundación en la CDMX en el 2000, Cauce Ciudadano ha atendido a más de 250 mil jóvenes. Ahora existe en 24 estados más —en total, ha llegado a 98 municipios— y ya hay planes de expandirse a otros países de Latinoamérica.
Hoy es un proyecto ambicioso, pero en sus inicios, Carlos Cruz solo buscaba un escape a la violencia: “Lo primero fue crear un espacio para estar tranquilos, donde al menos pudiéramos llegar durante el día. Cada vez que salíamos de aquí regresábamos a una realidad cruel, hasta que nos dimos cuenta de que podíamos dialogar con los otros grupos y a partir de ahí empezamos a generar otra cosa. Hoy nos definimos como pandilleros constructores de paz”.
El trabajo comienza en la calle. Allí los miembros de Cauce generan vínculos de confianza con los jóvenes de un barrio determinado, después les enseñan diversas habilidades hasta convertirlos en actores sociales. La idea es que logren enfrentar con ellas los problemas de su propio contexto. Sobre todo, se trata de esparcir una idea: los jóvenes no son un problema, sino un ser que debe ser atendido.
Desarmar a la juventud
Luis Ramírez, coordinador en Cauce, resume así sus principios: “carnalismo, lealtad y respeto”. Y existe otra palabra clave: terquedad. Los logros de Cauce no serían posibles sin esta última. No solo han logrado que autoridades y diversas organizaciones dejen de considerar a los jóvenes pandilleros una causa perdida, también participó, junto con otros grupos, en la creación de la Ley de Atención a Víctimas y ahora tienen representación tanto en la Asamblea Ejecutiva como en la junta de gobierno. Aún quedan metas por cumplir, en particular dos: activar la Comisión Nacional de Búsqueda y crear un sistema nacional de desmovilización para lograr que las personas jóvenes que han caído en organizaciones paramilitares puedan reencausar su vida.
En cifras
- 250 mil jóvenes han sido atendidos desde el 2000 hasta hoy.
- 17 años de vida tiene la organización Cauce Ciudadano.
- 98 municipios se han visto beneficiados por los programas.