Conocido por interpretar personajes oscuros, Roberto Sosa reflexiona sobre la maldad en la naturaleza humana y la de quienes encarna.
FOTO: LULÚ URDAPILLETA
Roberto Sosa inclina la cabeza. Serio, encoge los hombros y enrosca los dedos en un vaso desechable de café. “Supongo que los personajes oscuros me quedan bien”, dice.
El último que interpreta es a Justino, en la obra de teatro La Chunga que inicia su segunda temporada en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque a partir del próximo lunes. Se trata de un padrote que enamora a mujeres jóvenes para después obligarlas a trabajar en un prostíbulo. Roberto Sosa ríe y dice: “Supongo que por eso me invitan a hacerlos”.
La obra de Mario Vargas Llosa se ubica en Piura, Perú en 1945. La Chunga (Dolores Heredia) regentea un bar al que asiste un grupo de cuatro amigos, cada uno patán a su manera, pero incapaces de meterse con ella debido a su hostilidad. En dos actos, la obra abarca desde el deseo entre dos mujeres, hasta la violencia de género y la incapacidad de sentir amor.
“Quise actuar en esta obra porque encontré equivalencias en lo que vivimos hoy en día —dice Roberto Sosa—. Somos una sociedad de memoria tan corta que cada que llega una nueva noticia se nos olvida la anterior. Y creo que esta obra nos recuerda que el machismo no es un tema que deba quedar en el olvido”.
Cuando un papel no le interesa, confiesa que es difícil que se decida a interpretarlo. Hijo de los actores Evangelina Martínez y Roberto Sosa Rodríguez, el actor inició su carrera teatral a principio de los ochenta y no tardó en incursionar en el cine.
“La actuación te confronta ante una realidad que, si bien no es la tuya, tiene similitudes. Y busco que cada personaje me confronte con aquello que rechazo y que no quiero ser”, explica.
En el caso de La Chunga, lo que convenció a este ganador del Ariel —el mayor premio en el cine mexicano— para interpretar a Justino fueron la violencia y la desconfianza.
“Por un lado, el tema de la violencia de género es algo que ocurre diariamente desde las escalas más pequeñas. Somos el único país, hasta donde sé, en el que se tiene que separar a hombres y mujeres en el transporte público. No hay respeto como para que podamos cohabitar en un mismo vagón. ¿Por qué es necesario que nos separen para no violentarnos”.
El otro tema es el sacrificio del amor como estrategia de protección.
“Todos los personajes de esta obra pasan por eso. Y es en lo que yo me clavo: en esta conclusión de que, para que no nos lastimen, no debemos amar. Hemos perdido la capacidad de amar por miedo y desconfianza. Eso es desgarrador en lo humano”, considera Sosa.
La vida como un foro
Roberto Sosa encuentra sano que la experiencia teatral sea capaz de sacudirlo.
“Ahora que he vuelto al Centro Cultural del Bosque he recordado la temporada de tres años que hicimos con De la calle”, dice.
La obra, que posteriormente fue adaptada al cine, es la historia de un chico de un barrio marginal dedicado a la venta de droga, que emprende la búsqueda de su padre.
“Era una experiencia fuerte porque tuve que morir todas las noches durante tres años. Y debía interpretar a un chico que tiene que soportar un camino de sufrimiento para encontrar a su padre. Ya ves: no siempre interpreto personajes malos”, dice.
Sosa se rehúsa a categorizar a los personajes bajo estándares morales: “No buenos ni malos. La televisión se inclina a esas etiquetas porque supuestamente ahí no hay tiempo de desarrollar algo más profundo, pero como actor de teatro tienes posibilidades de más contrastes”.
“No tendríamos que juzgar. La condición humana es enfermiza y difícil de entender. Somos ego, juicio, descalificación y cliché. Y la realidad es más que eso. Todo es más complejo. No somos una sola cosa. No somos únicamente buenos o malos”, dice.
Lo que significa el personaje
De su trayectoria en cine, televisión y teatro, Sosa recuerda a tres personajes que de alguna manera lo han transformado.
El primero, Rufino, el protagonista de De la calle. El segundo, Alan Strang, protagonista de Equus, un adolescente esquizofrénico que padece una atracción sexual hacia los caballos. “Fue confrontador: un chico que, desde su propia limitación, trata de relacionarse con otros seres humanos”.
El tercero, Juan Orol, director, productor y actor del género noir mexicano comparado con Ed Wood por la baja calidad de sus películas, que acabaron por volverse de culto. “De él me interesan las acciones que emprende para materializar sus sueños, que, de cierto modo, terminan en frustración”.
En una carrera donde ha interpretado desde un secuestrador (Hombre en llamas) hasta al expresidente Gustavo Díaz Ordaz (Tlatelolco, verano del 68), Roberto Sosa indica que: “No es fácil meterse en las monstruosidades del alma para representarlas porque para eso tienes que visitar tus propios sótanos, tus propias oscuridades”.
Sin embargo, no teme ser encasillado en ninguno de aquellos papeles: “Incluso dentro de la maldad hay aristas. Si algo da este oficio, es tratar de comprender al ser humano desde su vastedad. Si permites que tu personaje te ayude a lograr eso, es mucho más interesante”.
En cifras:
- 135 son las producciones de cine y televisión en las que ha participado Roberto Sosa.
- 1976 fue el año en que debutó en cine, en Longitud de Guerra, de los hermanos Almada.
- 3 Arieles por mejor actuación ha recibido Sosa a lo largo de su carrera como actor.