Eduardo Medrano invierte hasta 60 mil pesos en cada competencia para convertirse en uno de los fisiconstructivistas más exitosos de la CDMX.
FOTO: LULÚ URDAPILLETA
Cada uno de los músculos de Eduardo Medrano se mueve como si tuviera vida propia. Se prepara para posar ante la cámara. Mueve los pectorales, como si los acomodara en el lugar preciso. Expulsa aire por la boca, mostrando los dientes, contrae la musculatura. Las venas del cuello se le hinchan.
Eduardo suma veinticinco años dedicado al fisicoconstructivismo. Entre sus victorias, cuenta ser tres veces campeón de Mr. Distrito Federal y haber ganado dos copas de Mr. México en la categoría de Veteranos.
“Tengo más de cuarenta copas en casa”, dice Medrano. Este año se prepara para competir una vez más en Mr. México, en mayo. Sus piernas parecen estar rellenas de rocas. Mira a la cámara, sus brazos se tensan como dos tenazas, aprieta los músculos y, con esfuerzo, logra que su abdomen se marque como una tableta de chocolate.
Su cuerpo no luce como él querría, y lo reconoce. Cuando no está en competencia, Eduardo entrena dos horas diarias. Pero cuando inicia su preparación para el siguiente concurso, las horas en el gimnasio se duplican. “Tres meses antes de la competencia, mi cuerpo se renueva”, afirma.
“Creo que le saco lo mejor a los fierros (los aparatos de gimnasio) para que mi cuerpo luzca”, dice Eduardo, en referencia a los criterios que toman en cuenta los jueces para elegir a los campeones de los concursos de fisicoconstructivismo: corte, definición, condición. O en otras palabras: “¡Que se te vean bolas en el cuerpo!, que no se vea plano, sin profundidad, blando”.
Cada músculo con apariencia de globo, cada vena remarcada es el resultado de meses de disciplina. Y dinero. En su preparación, Eduardo calcula que invierte entre 40 mil y 60 mil pesos. “Pero mira, a mí no me pesa, porque es mi estilo de vida”, dice.
Una vida que transcurre en medio de desayunos compuestos de siete claras y un huevo entero, acompañados con cuatro tortillas y 200 gramos de pechuga de pollo. Almuerzos de dos tazas de arroz y una ración de vegetales. Batidos de suplementos proteínicos y un plátano antes del entrenamiento; panes integrales embadurnados con crema de cacahuate para después del entrenamiento en el gimnasio.
“Comencé en el fisicoconstructivismo porque de joven yo era muy flaquito”, dice Eduardo. Pero un hombre de 25 años que pesa 60 kilos y mide metro sesenta y ocho no está flaquito, sino en su peso normal.
“Pues en el espejo yo me veía delgadito”, insiste Medrano, que ahora tiene cincuenta años. “Ni se me notan, me siento igual de joven que cuando inicié”. Su piel está recubierta por una capa de pintura, que le da un tono bronceado y cubre imperfecciones.
—Quizá usted no se metió a esto porque estaba flaquito. Tal vez fue por vanidad.
—Híjolessss —contesta Eduardo, quien extiende la ese y parece indeciso entre afirmar o negar esa posibilidad.
En cambio, se muestra emocionado cuando rememora el esfuerzo por esculpirse poco a poco: primero, ejercitándose para ensanchar el torso y estrechar la cintura de modo que la parte superior de su cuerpo se asemejara a una letra V. Después, concentrándose en transformar sus piernas en enormes pilares de músculos que le dieran la forma de una letra X a todo su ser.
Dice que, incluso, hubo un tiempo donde el fisicoconstructivismo se volvió una obsesión. También asegura que, cuando no alcanzaba los primeros lugares se sentía desmotivado. Cuando cuenta de la vez que alcanzó un sexto lugar en la competencia, se refiere a su cuerpo de manera poco amable: “Me veía mal. Fuera de forma. ¡Mal!”.
En cambio, cuando habla de los trofeos que ha ganado, se muestra más seguro de sí: “Los años me han dado calidad”.
—Entonces, ¿lo hace por vanidad?
Medrano aprieta los labios. Su cabeza se ladea, no responde. En vez de eso, habla de los trucos que pone en práctica para lucir en las competencias: primero, mentalidad. Hay que prepararse mentalmente para ser disciplinado y tener en claro que el objetivo es ser el primer lugar; pero también tener fortaleza, en caso de que las expectativas se hagan trizas por decisión de los jueces.
Para evitar que eso ocurra, una embadurnada de pintura bronceadora es de gran ayuda. También ensayar los mejores ángulos. Porque para convencer a los jueces, hay que mostrar músculo y esconder las imperfecciones. “Si tus pantorrillas no están muy desarrolladas, les muestras tus bíceps. Si hay una parte de tu cuerpo que no te gusta, la arreglas con pintura”.
Y lo principal: sonreír. Aunque el esfuerzo de tensar el cuerpo para mostrar cada músculo sea doloroso y te deje sin aire los pulmones: “Se trata de mostrar que lo estás disfrutando, aunque por dentro te estés muriendo. No importa. Lo que importa es que tu cuerpo sea agradable”.
—Vanidad —Se le insiste.
—¿A mis años? ¡No! Créeme que es una cuestión de salud, más que de vanidad.
En mayo, Eduardo Medrano competirá por el título absoluto en la categoría de Veteranos. Es la quinta vez que se presenta a esta competencia.
“En esa sí que no he podido ganar. Pero esta vez…”, dice, como confiando enteramente en décadas de preparación y disciplina. Y en un poquito de vanidad. Tal vez, en esta ocasión sí lo consiga.
En cifras:
- 50 mil pesos en promedio invierte Eduardo Medrano en su preparación para concurso.
- 6 comidas al día, ricas en proteínas y suplementos, son necesarias para este deporte.
- 2 horas de gimnasio diarias se necesitan para mantener un cuerpo así en forma.