Cuando la realidad supera la ficción

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Jorge Volpi exhuma el caso Florence Cassez e Israel Vallarta para demostrar, a manera de novela documental o de no ficción, que la verdad ha sido secuestrada

A inicios de febrero, un jurado compuesto por Fernando Savater, Mathias Enard, Sergio del Molino, Claudia Llosa, Emilio Achar y Pilar Reyes eligió, entre 580 originales, el libro Una novela criminal, de Jorge Volpi, como ganador del XXI Premio Alfaguara. Platicamos con su autor sobre la historia que dio origen al libro y su proceso de escritura.

¿Un sentido de denuncia o justicia detona en ti la escritura de este libro?

Primero que nada, me parece que podía contar una muy buena historia, una historia real con un componente policiaco, otro político, incluso una historia de amor. Pero conforme iba avanzando este libro, me di cuenta de que, esencialmente, iba a ser una denuncia del sistema de justicia en México.

¿A qué te obliga entrarle a un género como el de novela documental?

Al rigor del periodismo, en la parte investigativa, y a tratar, con las herramientas de la literatura, a tener un ritmo que permita que el lector no escape de la historia.

Cuando te enteras que Genaro García Luna confiesa que la aprehensión de Florence e Israel fue un montaje para la televisión, ¿qué piensas?

Se convierte en un tema de conversación, de cómo es posible que haya un montaje articulado entre medios y policía, como lo reconoce en ese momento el jefe de la policía.

¿Qué opinas de que los conductores estelares se presten a encubrir o modificar la realidad y que continúen en espacios televisivos privilegiados, como si nada hubiera pasado?

Yo creo que es muy probable que haya sido más que eso. Creo que las mismas televisoras en su conjunto, y más miembros de la prensa, eran en algún sentido cómplices de la forma como la policía, de García Luna en ese momento, pero en general, articulaba estas detenciones espectaculares en las cuales siempre hubo irregularidades que los medios dejaban pasar porque era lo normal en esa época. Es terrible que nadie en el fondo haya pagado por esta manera de hacer las cosas.

¿Y también habla de nuestro poco juicio como telespectadores?

Todos entramos en una falsa normalidad. Los medios aceptando o contribuyendo a la manipulación hecha por la policía y nosotros no escandalizándonos aún más por esto. Yo creo que, en cualquier otro país, el hecho de que el jefe de la policía reconozca públicamente que ha hecho un montaje con los medios sería suficiente para ser despedido; en vez de eso fue ascendido por Calderón.

¿Crees que, después de 13 años de los hechos, el televidente ya no es tan inocente?, ¿se nos puede engañar como entonces?

Creo que se le engaña constantemente, todo el tiempo estamos viendo estas fake news, esta deformación de la verdad o la manipulación de las instituciones para fines políticos, lo seguimos viendo de manera constante.

Hay una situación terriblemente inquietante que revelas en tu novela: la siembra de testigos o víctimas… ¿podría decirse que es legado de esa policía de García Luna?

Probablemente venga de antes, no lo sabemos, pero es una parte terrible del sistema de justicia mexicano. Ante la incapacidad de hacer una investigación, se tortura, se crean testigos, se crean y se falsean pruebas.

Te encontraste en Dunkerque, Francia, con Florence Cassez para entrevistarla, ¿cómo fue su encuentro?

Vive en un pequeño departamento con su hija y trata de tener una vida normal. Recuerda su paso en México con mucho pesar y con mucho enojo, todavía. Esa es la sensación que ella da, la de seguir muy enojada con México y los mexicanos por el trato que tuvo.

¿Y qué impresión te da Israel?

Es más difícil con Israel, porque durante el tiempo que estuvo en la prisión del altiplano, donde lo estuve frecuentando, las visitas eran cortas, difíciles, en medio de un cristal de alta seguridad. Sin embargo —como lo cuento en el libro—, me daba la sensación de que no estaba mintiendo; al hablar de su inocencia, le creía. Pero hay partes que no quedan claras de su actuación en el caso. No de que haya participado en los secuestros, necesariamente, sino de su relación con (Eduardo) Margolis, con el hermano de Florence (Sébastien).

Una de las supuestas víctimas, Ezequiel Elizalde, declaró, en el noticiario de Carmen Aristegui, que fue Florence quien le inyectó la mano para cortarle un dedo, mostraba una cicatriz producto de ese episodio; sin embargo, se confirmó científicamente que mentía, que la marca era congénita.

Hay una cantidad infinita de irregularidades en torno a todo el caso que impiden saber la verdad. Es por eso que Florence Cassez aplicó la presunción de inocencia. Esa es la conclusión central de este libro: quienes debieron buscar la verdad hicieron hasta lo imposible por que la verdad no se supiera; modificaron, alteraron, torturaron; de tal manera que, por supuesto, es correcto que Florence esté libre, e Israel debería estar libre por las mismas razones.