Cada fin de semana, la pista de carreras del deportivo Eduardo Molina, en la delegación Venustiano Carranza, atestigua el deporte para ciegos y débiles visuales.
Sobre la pista de 200 metros del Deportivo Eduardo Molina, un niño corre. Su nombre es Kevin, tiene 14 años y una visera blanca que cubre su cara del sol. Sufre ceguera total desde su nacimiento. Por eso, un listón blanco de unos 20 centímetros une su mano derecha con la de Sofía, quien lo guía a través de la pista.
Apenas hace unos cuantos meses, a finales de septiembre, Kevin participó en la competencia de los 800 metros planos y quiere participar en los Juegos Olímpicos algún día. En esos momentos, cuando siente el viento chocar contra su cara y la velocidad debajo de sus pies, Kevin se puede olvidar de su bastón.
Son ya casi 10 años de entrenar niños ciegos y débiles visuales. Horas de cansancio para las que el único pago es la satisfacción de verlos correr, cada fin de semana, a través de la pista de carreras del deportivo Eduardo Molina, en la delegación Venustiano Carranza.
Fue en el año 2009 cuando un amigo invitó a Misael Cruz Andrade a entrenar a un grupo de niños ciegos. Él, quien acababa de egresar de la Escuela Superior de Educación Física, lo consideró un reto. Nunca había contemplado, como parte de su profesión, enfrentarse a una situación así. Además, no existía pago alguno por realizar ese trabajo. “Cuando vi a los niños con tantas ganas, de inmediato supe que tenía que hacerlo”, dice.
Desde entonces, Misael ocupa sus fines de semana para entrenarlos e instruirlos con el apoyo de tres niños guía. No es suficiente: en total, en el deportivo entrenan 12 niños con diferentes problemas visuales.
OTROS OBSTÁCULOS
El profesor Misael realiza esta actividad acompañado de Lizbeth Flores Hernández, profesora en educación especial, quien se encarga de buscar a los niños en fundaciones, escuelas y centros de rehabilitación.
“Cuando ella trae a los chicos —cuenta el entrenador— realizamos distintas pruebas para determinar si son aptos para realizar carreras de velocidad, medio fondo o hacer lanzamientos”.
Con los niños, antes de correr, se trabaja en su coordinación. Así es posible evitar accidentes. A quienes padecen ceguera total, se les asigna un niño guía, quien les muestra el camino corriendo a su lado. A quienes solo son débiles visuales, otro guía los orienta a través de la voz.
La falta de recursos económicos es otro de los obstáculos que los niños tienen que sortear, por lo que los profesores les patrocinan algunos uniformes y les brindan asesorías para solicitar becas en sus delegaciones.
Uno de los pequeños con este tipo de condición es Jorge, un adolescente de 16 años. Él tiene retinosis pigmentaria, lo cual produce la disminución de la capacidad visual y, en ocasiones, termina con ceguera. A pesar de tener gran potencial para destacar en el atletismo, la situación económica de su familia en ocasiones le complica llegar a los entrenamientos. Pero él no baja la guardia. “Cada vez que él entrena deja el corazón en la pista”, dice la profesora.
Pero, a veces, convivir con la pobreza duele. Lizbeth cuenta que cada que Jorge corre, lo hace pensando en comida. Una pieza de pollo, un bistec. Originario de Xochimilco, pese a los pocos recursos económicos de su familia, tiene muchas aspiraciones. Ser tan veloz como Ana Gabriela Guevara, por ejemplo. O volar en uno de los aviones que pasan por encima de su casa, que disfrutaba ver cuando aún no perdía la visión.
SEMILLEROS DE ATLETAS
En esta década entrenando niños, los profesores han logrado proyectar a algunos de ellos, como a Daniela Eugenia Velazco Maldonado, quien ganó medalla de bronce en Londres 2012.
“Después de que sobresalió, dijo que nadie la entrenó, que todo lo aprendió de manera lúdica, cuando nosotros invertimos tiempo y compramos uniformes”, comenta la profesora algo decepcionada.
La ayuda que reciben es mínima, y anual, para poder tener acceso a uniformes y a una beca mensual. Los pequeños tienen que destacar, pero cuando Misael y Lizbeth no tienen los recursos, apoyarlos es difícil.
A pesar de ello, confían en que Jorge pueda llegar a unos Juegos Olímpicos. “Tiene toda la posibilidad, con un tiempo mínimo de un minuto, siete segundos en 400 metros”, comenta la entrenadora.
Los profesores coinciden en que trabajar con estos niños es un gran aliciente. “Lo hacemos sin ninguna paga, nos gusta verlos activos, eso es mejor que estén en su casa sin realizar ningún tipo de actividad”, dice.
Son casi 10 años trabajando en conjunto. Su pago es la satisfacción de ver que no hay límite para estos pequeños: “es grato ver como se esfuerzan, corren con el corazón”, finaliza la entrenadora.
Numeralia:
3 niños guía apoyan en el entrenamiento para 12 atletas.
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