Los filósofos más inspirados de la historia tuvieron aficiones jardineras y los jardines han sido reflejo de las distintas épocas de la humanidad. Así lo descubrimos leyendo Jardinosofía
Una frase nos da la bienvenida a Jardinosofía, la historia filosófica de los jardines escrita por el antropólogo y doctor en filosofía Santiago Beruete (Pamplona, 1961): “Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”. Se trata de un proverbio árabe que, situado en el umbral de ese gran ensayo que nos lleva de los jardines colgantes de Babilonia a los huertos ecológicos de las guerrillas urbanas, cobra un doble y juguetón sentido. El que hace alusión a la lectura y uno que nos hace ver en los jardines un mensaje a ser leído para saber cómo han entendido distintas generaciones en distintas épocas la relación con la naturaleza.
De igual forma, como conocedor de la filosofía y su historia, Beruete sabe que lo mismo la Academia platónica que el Liceo aristotélico o el Jardín de Epicuro, esas escuelas filosóficas antiguas, eran todas parques o jardines. “La tradición filosófica nació en los jardines, y esos espacios fueron vehículos de transmisión de ideas y de saberes”, explica Beruete. “Sin embargo, en algún momento empiezan a darle la espalda, se empieza a ver que los que se ocupan del jardín son del oficio, son gente como ‘no cultivada’, irónicamente. Esas dos tradiciones —la que mira, digamos, hacia las alturas y la que ve hacia la tierra— se van separando”.
Beruete fue descubriendo poco a poco, con sorpresa, que los filósofos más inspirados de la historia del pensamiento tuvieron aficiones jardineras. Mientras viajaba por distintos motivos se iba encontrando que, por ejemplo, Francis Bacon, el padre de la escuela empirista inglesa, era un gran aficionado: tenía un huerto y escribía unos textos que son poco conocidos sobre jardines, o descubría que los filósofos racionalistas —“tan serios, tan formales”— fueron inspiración de muchísimos jardineros.
“Iba encontrando una historia secreta, no mencionada en los libros de filosofía, pero tampoco en los de paisajismo o jardinería, de unas relaciones bastante íntimas, bastante estrechas, entre esos dos campos aparentemente tan separados”. Fue entonces que se planteó escribir Jardinosofía (Turner) para dar visibilidad a ello.
Los jardines han sido importantes también en la historia personal de Santiago Beruete. Cuando él y su hermano aún eran niños, su madre enfermó y pasaron bastantes años en una casa con jardín. Su madre no podía más que observarlos desde la ventana mientras ellos crecían en aquel jardín. Era su campo de juego o incluso su escuela. “De hecho, mi hermano no fue a la escuela durante años”. Aquel era su espacio. A aquel episodio temprano atribuye su relación también temprana con el jardín y con las plantas, una relación muy emocional y que tuvo algo de maternal.
En otro episodio importante de su vida, Santiago recurrió a la jardinería para cruzar la crisis emocional en la que lo sumió la muerte de su padre. “En un ejercicio de terapia personal, me puse a construir un jardín en un trozo de bosque. En parte por desfogarme, en parte por evadirme de la realidad y en parte por retornar a un entorno amable, de cariño, me puse hacer un jardín con un único compromiso: tendría que hacerlo yo todo, desde cortar los árboles, levantar los muros…”.
Se trató de un trabajo físicamente intenso que duró entre cinco y seis años, y que fue combinando con la escritura. “Iba hilvanando textos que compartía con un amigo mío antropólogo, filósofo, poeta. Empecé a contarle —ya tenía el jardín muy avanzado, la gente venía a visitarlo—, y dijo que le parecía extraordinaria la historia, que escribiese esto”. No solo lo hizo. De aquellos escritos salió una tesis doctoral.
“Lo que he intentado es mantener vivo en esas páginas la pasión que me mueve”. Con ello, ha logrado llegar a un público heterogéneo, de todas las edades, las formaciones y niveles económicos, con quienes comparte esa pasión. En una de las presentaciones que tuvo el libro, una abuela estaba esperándolo al salir. Quería confesarle su gusto por esas páginas.
Mencionas que los jardines han sido una herramienta crítica para analizar los sueños de perfección social. ¿Qué nos han dicho los jardines y sus configuraciones a lo largo de la historia?
Entre las sílabas de la palabra “jardín” cabe la inmensidad de los sueños humanos, pero cada época ha tenido una visión diferente. Una de las cosas que he ido viendo es el deseo de perfección, esa imagen que tiene el ser humano de imaginarse una buena vida. La felicidad es siempre engalanada con las flores, los árboles, las plantas, es como si no pudiéramos imaginar la felicidad sin el verdor de las plantas.
En la Edad Media, cuando había un mundo hostil alrededor, el jardín es interior, se protege del mundo exterior; es una especie de fragmento del paraíso, y el paraíso de alguna manera también ha sido el arquetipo de todos los sueños de perfección social del mundo, de los seres humanos a lo largo de la historia. Y conforme más nos hemos ido abriendo al mundo, el jardín también ha ido traduciendo las expectativas, las ilusiones, los temores del ser humano. Vamos a saltar un poco en el tiempo… Por ejemplo, el jardín formal francés es evidente que encarna y materializa el sueño del poder absoluto y del dominio sobre la naturaleza, ese recortar las plantas para que parezcan como construidas. Después, ya en el Romanticismo, todo esto cambia, es el apogeo de la desgeometrización, de la línea curva, del paisaje natural, del paisaje que se confunde con la naturaleza. Y así podemos ir siguiendo todas las épocas.
En la nuestra, quizá convivan todas estas fórmulas, todas las etapas del jardín. Encontramos jardines claustrales encerrados en sí mismos, que igual son modernos, con estéticas y plantaciones de uso ornamental moderno. Pero también están jardines paisajistas, y tenemos jardines públicos. Convive todo al mismo tiempo.