El documental Nos pintamos solas da cuenta de la manera que halló un grupo de 50
mujeres del penal de Santa Martha para levantar la mirada y dignificar su reclusión
Por Dulce Ahumada
Escuchar las exigencias de las reclusas: ese fue el principal objetivo para crear el documental Nos pintamos solas. Mariana Rivera García, antropóloga visual por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), junto con un grupo de académicos, abogados, talleristas e internas de Santa Martha Acatitla, creó el proyecto Mujeres en espiral: Sistema de justicia, perspectiva de género y pedagogías en resistencia. El objetivo era una utopía: cambiar el sistema de justicia mexicano escuchando las exigencias de las reclusas.
Pintar los muros habitualmente grises de una cárcel provoca ciertos efectos. Las reclusas comienzan a sentirse en casa: levantan la mirada. “El proyecto era abrir un espacio pedagógico y artístico donde las mujeres en prisión pudieran conocer sus procesos legales para poder salir, y que convirtieran sus demandas en una práctica artística”, cuenta Mariana, quien se encargó de plasmar todo el proceso en el documental Nos pintamos solas.
Ubicada en la delegación Iztapalapa, la cárcel de Santa Martha Acatitla es considerada como una de las más antiguas de la Ciudad de México; abrió sus puertas en 1957 y la construcción estuvo a cargo del arquitecto español Ramón Marcos Noriega. Fue diseñada en un terreno de un millón y medio de metros cuadrados, pero solamente se edificaron 100 mil. Esos muros altos y sombríos pueden ser lienzos donde las internas encuentren una labor y un sentido al encierro.
Cuatro reclusas: cuatro murales
Adentro y afuera. Toda cárcel marca una frontera, un límite: entrar, convivir con las internas, caminar por los pasillos fríos, obliga a cuestionar el significado real de la libertad, de la justicia y de la reclusión. Mirar lo que ocurre dentro de una cárcel cambia completamente la perspectiva de lo que ocurre afuera.
“Cuando llegaba a Santa Martha y las internas me abrazaban, me olían. Les gustaba porque decían que olía a calle, es algo que te cambia la manera de ver tu libertad”, dice Rivera García.
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Durante seis años, desde que inició el proyecto Mujeres en espiral, hasta el 2013, las internas el penal de Santa Martha realizaron cuatro murales: El grito; Fuerza, tiempo y esperanza; Caminos y formas de libertad y Acción colectiva por la justicia. “Para pintar un muro lo primero que tienes que hacer es levantar la mirada y enfrentarte a un muro gris que te oprime para darle color y darle un nuevo significado”.
En el documental Nos pintamos solas, que recién formó parte del programa de actividades paralelas de la exposición “La propagación del mal”, en el Centro Cultural de España, quedó el registro de todo. Las voces de Natasha, Maye, Ethel, Aída: cuatro reclusas que representaron cuatro temáticas distintas, cuatro murales narrados en 57 minutos. El grito, por ejemplo, fue pintado en una escalera de caracol que conecta con el exterior: el lugar por donde entran las familias y las visitas al penal y el camino de las reclusas hacia su liberación.
En el segundo mural, Fuerza, tiempo y esperanza, aparecen relojes de arena entrelazados con pequeños relatos personales. El mural sirvió como un regalo que las reclusas que están en sentencia hicieron a las que están aún en proceso: el tiempo en la cárcel pesa. Las reclusas con sentencia cuentan los días, uno a uno: “Los brazos que abrazan al caracol son los brazos que están entrelazados como dando fuerza, tiempo y esperanza”, dice Mariana García.
El tercer mural, Caminos y formas de libertad, es el más esperanzador de los cuatro. Representa la ilusión, el deseo de salir. Se representan en la playa y pintando murales en ella.
Dos puertas, el código penal y la constitución política. Una mujer entra por las puertas. Eso es lo que se mira en el cuarto mural. Se trata de Acción colectiva por la justicia. Está inspirado en el pintor Rafael Cauduro, quien pintó en los muros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. “Para la última parte del documental, él llegó a ver los murales de Santa Martha, dijo algo muy loco: ‘Yo hago murales con temas terribles estando en libertad, y ellas pintan historias hermosas estando en prisión’”, recuerda García Rivera.
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El ciclo de Mariana García finalizó con el documental. Pero la cárcel siempre deja una huella, una marca. La directora sigue en contacto con ellas. Natasha salió de la cárcel, Ethel estudió Derecho en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Durante el proceso de filmación, Mariana solo pudo hablar con las internas en áreas específicas. No pudo entrar a las celdas, lo cual representó una limitante: la vida cotidiana, íntima, de las internas se desarrolla en sus celdas. Allí duermen, allí sueñan. Pese a ello, conocerlas representó “enfrentarse a otra realidad”, dice Mariana.
Hoy, Mariana se enfoca en editar otro documental titulado Se va la vida, compañeras, que retrata la vida de León Chávez Teixeiro, “un músico que nunca fue reconocido de manera popular, pero que es un ícono. Sus letras hablan de obreros y del proletariado, son historias muy cinematográficas”. En el futuro, Mariana buscará realizar más documentales en los que se dignifique a la mujer.