Tradiciones y mitologías se superponen en la obra de Germán Venegas, con quien conversamos sobre la faceta espiritual que se encuentra en el origen de su producción reciente
Hace poco más de dos años, Juan Gaytán, director del Museo Tamayo, visitó el estudio de Germán Venegas (1959, Puebla) mientras se gestaba una expo colectiva que organizaba un amigo que tenían en común. Gaytán estaba interesado en conocer el trabajo del poblano radicado en la CDMX. Pero pronto ese interés se transformó en entusiasmo cuando comenzó a descubrir toda esa obra que había estado acumulando en años de creación sin ventilarla en exhibición alguna.
Hoy, varias de las siete salas del museo se encuentran gozosamente tomadas por más de 300 piezas de Venegas, entre dibujos, talla de madera, esculturas, temples y óleos que desde el 11 de diciembre y hasta el 31 de marzo acumulan veneración de quienes visitan “Todo lo otro” (Museo Tamayo, Paseo de la Reforma 51, esq. Gandhi, Bosque de Chapultepec).
La propuesta llegó en el momento adecuado, justo cuando estaba por terminar una serie que le llevó entre seis y siete años, esa que corresponde a las esculturas con referencias prehispánicas.
“Fue un trabajo muy latoso, requirió mucha energía, tiempo, paciencia… Había días en que quería salir corriendo. Pero el momento llegó y me sacó de todos mis males”.
Mientras realizaban el montaje de “Todo lo otro”, se decidió que su pieza La forma es vacío y el vacío solo forma, un buda policromado de cinco metros de altura que esculpió entre 2000 y 2002, sería la que sirviera como eje de la exposición.
La enorme figura une, como una presencia que nos acompaña mientras recorremos la expo, las salas inferiores y superior; abajo se muestran los deseos, lo mundano, y arriba, todo lo otro, sus series más recientes, las que aluden a sus preocupaciones por lo simbólico, lo espiritual, lo que ha guiado internamente a la humanidad.
De cierta forma se puede ver en distintas etapas de tu trabajo tu cultivo del mundo interno a través de referencias al budismo o a lo meditativo. ¿En qué momento se encuentra tu exploración en ese sentido?
El trabajo de la meditación lo que busca es la liberación. Cuando un monje pregunta: “¿maestro, me puedes liberar?”, el otro le dice: “quién te encadenó”. Vivimos todo el tiempo pensando en que estamos atados a algo y buscamos liberarnos. El trabajo creativo presume de liberarte, encontrar la libertad, pero esa libertad muchas veces es inasible. Puede ser una experiencia de un momento nada más, y después otra vez las preocupaciones de cómo voy a llegar a ello, cómo resolver tal cosa. La vida en sí es eso. ¿Pero cómo podemos llegar a la paz? Ahí es donde el trabajo está hablando un poco de las claves de qué podemos hacer, cómo hacer. Yo lo que planteo es esa parte de la introspección, porque solamente de esa manera podemos entender cómo funciona la mente y hacia dónde tenemos que dirigirnos… Si es que tenemos que dirigirnos a algún lugar.
¿Cómo llega el budismo a tu práctica?
A mediados de los 90 estaba metido en una crisis. Lograr cosas a los 30 años fue muy bueno, había un reconocimiento aquí en México, tenía buena acogida mi trabajo. En ese tiempo estaba haciendo esos grandes altorrelieves, y pensar en que eso era yo y que de esa manera tenía que continuar a partir de ese momento, se sentía como un encierro. Aunque todo iba muy bien por fuera, había otra parte que no entendía. Entonces tomé una decisión. Tuve que abandonar todo ese trabajo y volver a empezar.
¿Y cómo buscaste volver a empezar?
Me dije: lo que yo quiero es pintar. Siempre había querido pintar, y aunque a eso le había dedicado todo el tiempo en la escuela y cuando empecé a desarrollar trabajo, de repente abandoné la pintura y ya estaba haciendo pura escultura, aunque mi intención siempre fuera pictórica con la escultura. Quería encontrar el sentido de la pintura a partir de mis limitaciones. Esa crisis era totalmente mía, yo me la inventé, pero eso lo vi cuando empecé a hacer la práctica de la meditación. Primero encontré otras prácticas, pero no me convencían. Un día, casualmente me encontré con el Tao Te Ching, y nada más de leer algunos versos, sentí que cosas que traía atoradas ya estaban resueltas, cosas que yo pensaba que no tenían solución fácil. Después ya me encontré con la meditación zen, y al principio fue algo muy duro, no entendía para qué lo estaba haciendo, pero a las pocas semanas empezó a suceder el milagro de la práctica. Y desde ese momento supe que la pintura y la meditación eran la solución de todos mis problemas y de todas mis dudas. Desde ese momento han ido a la par. De hecho, me he dado cuenta de que no son dos prácticas, es una sola al final de cuentas.
¿Esa búsqueda ha influido en la apariencia de tus piezas (tamaños, materiales…)?
La forma, el material, la técnica, las herramientas son cosas con las que siempre estoy experimentando. Con nuevos materiales… Aunque eso de “nuevo” es una manera de decirlo; realmente siempre es lo mismo, pero con posibilidades diferentes. De repente me encuentro con la pintura, me gusta la pintura matérica, la gestual; entonces me dejo ir y empiezo a producir cuadros. De repente quiero ir hacia otro lado; entonces, busco un papel y empiezo a darle, a experimentar. Al principio tímidamente, y poco a poco me voy metiendo. Llega un momento del proceso en el que estoy dentro: el papel ya no está separado de mí, ya soy también parte del pincel, de la tinta, y ahí es donde fluye todo. Siempre hay una necesidad de ir hacia otro lado. Afortunadamente hay siempre posibilidades, y lo podemos ver en estas épocas en las que inclusive se han rebasado estos formatos. Hay muchos conflictos… Que si esto es válido, que si no, pero todas son simplemente creencias. La mente nos mete en cosas, nos hace decir “no, las cosas deben ser de tal o cual forma”, pero no es así.