Se buscan mentes brillantes

Por: Tatiana Maillard

Andrew Almazán fue un niño sobredotado y ahora colabora en un centro que ayuda a otros menores a desarrollar sus capacidades.

FOTOS: LULÚ URDAPILLETA

Andrew Almazán Anaya no lo duda: si existe una cualidad que despierta amor hacia una persona, es la inteligencia.

—¿Y la belleza? ¿O la fortaleza?

—La belleza es subjetiva. Lo que es bello en una cultura no lo es en otra. Y la fortaleza no sirve si no sabes cómo dirigirla. Necesitas la inteligencia para guiarla.

Andrew es capitalino, está por cumplir 22 años y tiene un coeficiente intelectual (CI) de 160 puntos. Esto significa que es una persona sobredotada, puesto que rebasa el rango de la inteligencia promedio: de 70 a 130 puntos de acuerdo con la escala Stanford-Binet.

Desde pequeño, este rasgo lo ha llevado a vivir de manera acelerada. En el kínder, mientras sus compañeros aprendían el abecedario, él ya podía traducir las letras en palabras. Y más adelante, cuando su grupo descifraba los métodos para sumar, restar y dividir, él ya se entretenía con problemas de geometría analítica.

Pero lejos de que sus capacidades le trajeran reconocimiento, en un principio le generaron tensiones con las autoridades de cada una de sus escuelas.

“Le repito todas las letras del abecedario, si usted me dice cuánto tarda la luz solar en llegar a Júpiter”, desafió a una maestra en una ocasión.

Esto, sumado a que ocupaba las horas de clase para adelantar su tarea, a que el aburrimiento lo llevaba a moverse insistentemente en su pupitre y a que una vez les pidió a sus papás un corazón de vaca como regalo de cumpleaños, lo condujo hasta la oficina de un evaluador psiquiátrico.

“Este niño tiene trastorno de déficit de atención por hiperactividad (TDAH)”, fue el diagnóstico entonces, aunque Andrew y su familia tardaron poco en descubrir que estaba equivocado.

—En México, de cada tres diagnósticos de TDAH, dos son erróneos —sostiene Andrew, al recordar que en esa época no requería medicamentos, sino estímulos.

Para brindárselos, sus papás, Asdrúbal Almazán y Dunia Anaya, contrataron profesores particulares que le dieran clases fuera de los horarios escolares y él trató de sobrellevar la escuela con una táctica simple: quedarse quieto.

Sin embargo, ante el bullying de algunos de sus compañeros y la incomprensión de la mayoría de sus maestros, acabó por dejar las aulas cuando tenía nueve años y decidió continuar sus estudios en casa, a través del sistema abierto.

Escuela de talentos

Más adelante, Andrew estudió las licenciaturas de Psicología y de Medicina, cursó una maestría en Educación y comenzó un doctorado en Innovación Educativa. En ese ínter también empezó a trabajar en el Centro de Atención al Talento (Cedat), lugar que sus padres abrieron en 2010 con la finalidad de apoyar a otros niños sobredotados.

Andrew, quien ha recibido reconocimientos por parte de universidades y autoridades federales y locales, hoy dirige el departamento de Psicología de la institución, que ha diagnosticado y atendido a más de 2,000 menores y tiene 300 alumnos distribuidos en grupos pequeños y focalizados.

Con esto, explica el joven, se busca que los niños mantengan su sobrecapacidad intelectual hasta llegar a la edad adulta, algo que por lo general no ocurre.

—Es como una actividad deportiva: si no usas un músculo, se atrofia.

andrewinteriores

“Yo era un experimento”

A diferencia de los estudiantes del Cedat, quienes conviven con personas de su edad, Andrew estuvo aislado durante su infancia.

—Hubo un tiempo en el que estuve muy solo… No había ningún sistema que se adecuara a mí. Me eduqué con mis padres. No tenía interacción social —menciona, y recuerda la forma en la que constantemente era cuestionado.

Cuando terminó la secundaria a los 11 años, cuatro antes que un alumno promedio, un evaluador psiquiátrico insistió en que su familia lo obligaba a avanzar rápido. Y cuando entró a la universidad, no faltaba el profesor que lo retara con preguntas y ansiara dejarlo sin poder responder.

—Yo era un experimento… No quiero que otros niños pasen por estos errores. Ahora tenemos 300 alumnos que avanzan con educación diferenciada y que no están solos, sino que conviven con compañeros similares a ellos.

—Existe un dicho: “Nadie es bello e inteligente los siete días de la semana”. ¿Estás de acuerdo?

—Bueno, nadie es bueno en todo. Un sobredotado puede desarrollarse en muchas áreas, pero algunas se dificultan.

—¿A ti qué se te dificulta? ¿En qué no eres tan bueno?

—Ni pintando ni cantando soy bueno —responde Andrew, quien confiesa ser amante de la música barroca, visitante asiduo del teatro y de museos, y aficionado de deportes como el atletismo, el hockey y el tae kwon do.

Ese desarrollo en múltiples campos, el intelectual, el artístico y el físico, es el que el Cedat trata de brindar a sus alumnos. Y también, de acuerdo con Andrew, es el que necesitan las personas para poder explotar todas sus capacidades.

En cifras

  • 130 puntos de CI es el límite entre las personas de inteligencia promedio y las sobredotadas.
  • 93% de los niños sobredotados es mal diagnosticado con déficit de atención.
  • 4% de los niños con sobrecapacidad intelectual conserva ese rasgo al llegar a la adultez.