Carlos Cruz, fundador de Cauce Ciudadano, dice que hay vías para alejar de la delincuencia a los jóvenes de zonas marginadas.
ARTE: RAQUEL ARIZPE
FOTOS: GUILLERMO GELAMAKA
Dos rasgos dominantes de nuestra época son la polarización y el individualismo extremo. La violencia se gesta y se exacerba a partir de la discriminación y del desprecio por el otro. Pero a contracorriente de la insensibilidad y la inoperancia política y gubernamentales, existen organizaciones civiles que realizan trabajo al filo de la calle, para tratar de restablecer —a partir de principios comunitarios, de respeto y reconocimiento a los otros— programas que permitan a jóvenes sin acceso a educación o instrucción, en zonas violentas y marginadas, acceder a formas alternativas de desarrollo que los alejen de la delincuencia y la violencia sistémicas.
Uno de los centros que más ha destacado en esto es Cauce Ciudadano, una asociación civil creada por Carlos Cruz en el año 2000. Aunque su sede se encuentra en la Ciudad de México, hoy opera en al menos seis estados.
Platicamos con el fundador de la organización, quien da, a partir de una lúcida y estructurada mirada, una muestra de cómo la ansiada transformación social es posible.
¿Cómo fue que Cauce Ciudadano, habiendo tantas poblaciones en riesgo, se dio cuenta de que había que trabajar puntualmente con jóvenes?
Los jóvenes son un actor social fundamental para la transformación del país, en términos económicos, sociales, políticos, culturales, etcétera. Existe un bono demográfico que nosotros aseguramos que ha sido totalmente desperdiciado al menos por los tres últimos gobiernos federales. Esto implica que tienes una población muy grande de jóvenes en México que se ha insertado en el mercado laboral sin ningún tipo de formación o preparación. Y también tienes una gran cantidad de jóvenes que se integró a la delincuencia organizada como una de las únicas posibilidades de desarrollo disponibles, no se puede ver de otra manera. Nuestra misión es, precisamente, desmantelar la base social de la delincuencia organizada. No es un problema que se puede resolver por la vía armada o por la vía de la represión.
¿Cómo se articulan estas estrategias de las que hablas?
Para nosotros, una estrategia tiene cuatro componentes. El primero es el territorio. En el territorio, lo que hacemos es una labor llamada “Aproximación juvenil” y otra que nombramos “Caminar la calle”. Aproximación juvenil es identificar quiénes son los jóvenes que habitan en una cierta zona, y caminar la calle implica estar ahí para que ellos nos identifiquen como parte de la comunidad. ¿Cómo se hace esto? Pues, por ejemplo, hay que saber a qué hora abre el corredor gastronómico del barrio —es decir, la taquería, la señora de los tamales, etcétera—; estando ahí sabemos que sí o sí la gente nos va a identificar. Una vez que logramos esta identificación en el territorio, entonces viene la explicación: uno, nosotros no somos policías; dos, estamos haciendo un trabajo cultural, y tres, queremos brindar alternativas a los chavos.
El segundo componente de la estrategia es el trabajo con las escuelas. Esto implica llegar a la escuela mediante un programa que se llama “Equidad: el respeto es la ruta”. Este trabajo nos permite identificar a jóvenes que están en riesgo de abandonar los estudios o a víctimas de la delincuencia. Hacemos conversatorios víctimas-victimarios; jóvenes que estuvieron en la cárcel y que van a las escuelas a contar sus historias. Y hacemos otros en los que las víctimas van a compartir sus historias. Imagínate a alguien contando: “Yo vivo en Ecatepec, mi hija está desaparecida, fue desaparecida de esta manera, tengo tantos años buscándola, esto es lo que se provoca gracias a la delincuencia”. Y luego este testimonio contrastado con un chavo que estuvo involucrado de manera pesada en la delincuencia y que ahora está insertado en programas educativos o que trabaja para sí mismo tratando de transformar su vida y la de otros. Además, hacemos talleres. Es decir, no sólo es un tema de sensibilización, sino también de formación. Sensibilizar y formar.
¿Cuántos años tienen estos chavos?
Estamos hablando de secundaria. De 11 a 16 años, más o menos, aunque la mayoría son de entre 12 y 15.
¿Y qué sigue?
Después tenemos un tercer componente, que consiste en trabajar con jóvenes que ya tienen antecedentes criminales y que van a purgar sus condenas excarcelados. No los llevan a centros de internamiento juveniles, los llevan a otros centros donde tienen que pasar la mañana y ahí nos insertamos. Hay chavos que han estado involucrados en homicidio o tráfico de armas o tráfico de drogas. Y ahí hay algo que llamamos “Talleres de habilidades para la vida y resiliencia”; trabajamos, por ejemplo, mucho el tema de carpintería. Entonces, es ir dos veces a la semana y montar un taller ambulante de carpintería. Creo que allá fuera [en la sede de la organización] aún tenemos cosas que pusimos a la venta de esos talleres.
¿Y el cuarto componente?
La cárcel. Este componente implica ir a trabajar con aquellos que están presos. Por ejemplo, en Ecatepec pedimos ir a trabajar al penal de Chiconautla, que es uno de los que registran mayores índices de sobrepoblación y violencia. Hay una combinación impresionante de delitos locales y federales ahí. Cuando llegamos a ofrecer nuestro trabajo el director nos dijo: “Está bien, yo les presto a los chicos”. Y nos mandó a los mejor portados. Y nosotros justo dijimos: “¡No, queremos lo contrario! Queremos a los que salen en la prensa, a los que tienen cinco denuncias encima, que están en las celdas de castigo”.
Todos los casos me emocionan, pero hay uno que particularmente me conmueve, porque yo lo vi llegar a los talleres y decía: “A mí me vale madre estar aquí o afuera. Si me tengo que chingar a otro cabrón, lo hago”. Fue integrante de un grupo criminal en el oriente de Estado de México. Uno de los integrantes del grupo de trabajo en la cárcel, procesado por secuestro y homicidio, es hoy uno de los mejores mediadores que tenemos. Efrén es un compañero que ahora imparte talleres. Todos los lunes recibe entre 20 y 25 internos y les da talleres de sensibilización para mediar y para la educación para la paz. Lo que vimos ahí fue espectacular, porque los resultados son como si hubiéramos formado a alguien afuera durante muchísimos años. Hoy en día nuestro compañero afirma: “Yo quiero contarle a los jóvenes qué implica asesinar a alguien. No podemos seguirnos matando así”. Cuando escuchamos eso, todo nuestro trabajo adquiere dimensiones muy importantes.
¿Cuál dirías que es el elemento clave para poder realmente acceder a estas personas desde un espectro emocional?
Primero, la credibilidad. Ellos saben que nosotros, si no hubiéramos cambiado, probablemente estaríamos en su lugar. Nos conocen y saben de dónde venimos.
Lo segundo que es imprescindible es un alto grado de escucha. Estas son personas que jamás en su vida han sido escuchadas. Es impresionante. A mí estos casos de verdadera inserción me devuelven la esperanza. Y muchos de ellos me han llegado en momentos muy críticos y nos han dado fuerzas para seguir adelante.
En cifras
- 15 años tiene trabajando en la capital la organización civil Cauce Ciudadano.
- 6 estados tienen presencia de esta asociación, como Morelos y el Estado de México.
- 42 instituciones de gobierno, empresas y otras organizaciones colaboran con su trabajo.