29 de agosto 2016
Por: Tatiana Maillard

El amor-odio por la ciudad

El escritor Rafael Pérez Gay cree que la CDMX es fascinante, pero también obliga a estar alerta para que no te fastidien.

FOTOS: LULÚ URDAPILLETA

Para conocer la ciudad, hay que recorrerla a pie. Esto lo sabe el escritor y editor Rafael Pérez Gay, quien ha hecho que caminar por las calles sea una parte de su mística como creador. Consciente de que la capital saca a flote tanto la inspiración como la neurosis de la gente, Pérez Gay le ha dedicado columnas periodísticas y libros como No estamos para nadie: escenas de la ciudad y sus delirios. Generadora de filias y fobias, la urbe es un monstruo que muta, se destruye y renace ante la mirada de un testigo que ha registrado su vaivén entre la promesa constante de modernidad y el infierno cotidiano.

En su libro No estamos para nadie, utiliza situaciones de la vida cotidiana, como una coladera tapada, para hablar de hechos históricos como una inundación en tiempos de la Colonia.

Es un ejercicio de conversión de los aspectos íntimos en aspectos públicos y viceversa. Es un libro sobre la vida cotidiana que trata de responder a una pregunta: ¿Cómo se vive hoy la ciudad? No hay modo de responder únicamente en los exteriores, porque la ciudad también existe y se decide en los interiores de nuestras casas y en la vida diaria, la neurosis que acumulamos, la existencia de los viene-viene y los edificios que se construyen a diario, casi siempre contraviniendo los reglamentos más elementales. Cada uno de los textos cuenta una breve historia. Una pequeña inundación en una casa de la Condesa puede servir de puente para contar que en el año 1629 la Ciudad de México, bajo una manga de vientos y aguas terribles, quedó inundada cinco años. Los edificios se caían y prácticamente se tuvo que reconstruir la ciudad.

¿Cómo influye la ciudad en el ánimo de los habitantes?

Es el telón de fondo de nuestras vidas. Habitamos esta especie de experimento civilizatorio, esta sucursal del infierno donde hay más de cinco millones de viajes todos los días y donde ocurre una de las grandes migraciones que hay en el mundo, puesto que cuatro millones de seres humanos de la zona metropolitana vienen a trabajar y regresan a sus ciudades dormitorio. Ese telón de fondo no puede sino ser una forma de vivir con grandes dificultades nuestras vidas cada mañana, tarde y noche.

Leo que perdemos un mínimo de 142 horas al año metidos en el coche, además de lo que el viaje implica. Esto, sin contar los bloqueos de la CNTE; si los contamos, seguro serían 400 o 500 horas en los últimos años. No hay en la Ciudad de México sino una acumulación de neurosis que tenemos que convertir en humor, ocio, esparcimiento y en un lugar donde, pese a todo, podamos vivir.

¿Se ama o se odia a la Ciudad de México?

Como muchos escritores y narradores, tengo una relación amor-odio con la ciudad. Es la ciudad de mi infancia. Cuando niños, la calle era un poco nuestro hogar, porque vivíamos y habitábamos departamentos de clase media, media baja, y era muy complicado quedarse todo el día ahí encerrado.

Crecí en la Condesa cuando aún no era la Condechi ni el lugar de bares y restaurantes, sino una colonia donde había tlapalerías, panificadoras y dos parques. Esa ciudad ahora existe sólo en mi memoria. Todos somos las ciudades que hemos perdido y yo soy, en cierto sentido, esa ciudad de la tlapalería y la panificadora; la de la ferretería y la sedería; la de los dos parques, la de los perros sueltos en la calle, aunque era raro ver el desfile que ahora tenemos de caninos.

La ciudad de hoy es la de los congestionamientos, los bloqueos, donde hay que estar permanentemente alerta para que no te fastidien. Por otro lado, es la ciudad de los bares y de la noche. Habitar la noche es abrazarla. La ciudad nocturna me parece sumamente atractiva, realmente misteriosa, con enigmas que descubrir. Como se ve, mantengo relaciones absolutamente esquizofrénicas con la ciudad.

La entrevista se realizó en la librería Porrúa de Chapultepec.

¿Y la inseguridad?

La inseguridad se caracteriza por despojar de espacios públicos a quienes los habitamos. Ahora es complicado que estés una noche completa fuera de tu espacio privado sin correr algún riesgo. Recuerdo que en el 94 esta ciudad se volvió mucho más insegura que la ciudad de hoy. Era la ciudad de los asaltos en los taxis ecológicos y en los bares entraban cuatro empistolados ¡y se llevaban los pomos! Insisto: la inseguridad te despoja de espacios públicos, de la noche, el after. Déjame que te diga: el primer after de la ciudad se llamaba Bar La América y existió en 1901. Estaba en la esquina de avenida Juárez y Coajomulco (hoy, José María Marroquí). Fue el primer bar en mantenerse abierto toda la noche y donde hubo luz eléctrica. Por primera vez, los porfirianos se vieron a sí mismos tal y como eran. Iban escritores, militares y gente que salía de una fiesta de los altos porfirianos. Han pasado más de 100 años y la inseguridad ha implementado en una gran ciudad la idea de que el espacio público es un espacio de riesgo.

Hablemos de la figura del flâneur: el paseante citadino que camina sin rumbo por placer. ¿Esta ciudad de ejes viajes y segundos pisos se presta para eso?

Esta ciudad ha puesto al peatón en el último escalafón. Pareciera hecha para los automovilistas, ni siquiera para el transporte público. El segundo piso privilegia a los conductores de coches particulares. Pero aún existen lugares para caminar: todo el Centro Histórico. Toda Reforma, avenida Chapultepec. El flâneur, la figura que retoma Walter Benjamin en Iluminaciones, es aquel que ha hecho de la calle su casa. Caminar una ciudad es convertirla en parte de ti mismo. He sido durante muchos años un buen andarín y es así, andando, como se conoce. No hay forma de entrar al corazón de una ciudad que no sea caminarla. No en balde la literatura mexicana tiene una tradición poderosa de grandes caminantes. Estoy pensando en las crónicas de fines del siglo XIX y principios del XX de Manuel Gutiérrez Nájera, de José Juan Tablada. Hacia los años 20 o 30, la Ciudad de México recuperó de modo extraordinario a otro hombre que la caminó un sinfín de veces: Salvador Novo, el súper crack de las dos y media cuartillas, el hombre que escribía todos los días.

¿Cómo influye la ciudad en la literatura?

En los años 50 y 60 hay una ruptura con la tradición y surge un grupo de creadores que convierten a la Ciudad de México en una ciudad del mundo, que hicieron de la Zona Rosa su lugar favorito: Monsiváis, Fernando Benítez, José Luis Cuevas

¿Qué cambios ha atestiguado?

En los 70 y 80 se volvió la gran ciudad de los tumultos. En los 70, la ciudad todavía nos daba promesas: rock, droga, liberación sexual, la aparición de las mujeres en la vida pública, la salida del clóset de los gais. Todo eso cambió su rostro. Luego vino una década de los 80 turbia y oscura, en la que la inseguridad y las crisis económicas la fueron convirtiendo en un espacio sombrío.

¿Y las transformaciones que fueron determinantes?

En los 70, la construcción de ejes viales. El regente Carlos Hank González afirmó que si no se construían, se colapsaría el tránsito. Así surgieron ¡y yo todavía no me sé sus nombres! Luego viene el siguiente cambio impresionante en 1985, cuando la Ciudad de México cambia a partir del terremoto. Finalmente, la transformación de los segundos pisos, gracias a los que podemos avanzar a grandes velocidades, sin saber muy bien a dónde vamos.

Lugar favorito para andar a pie.

Centro Histórico.

Sitio predilecto.

El salón Bach, que juntaba a los escritores modernistas en 1919.

¿CDMX o por siempre DF?

Ciudad de México.

Una sola palabra para definir la ciudad.

Lecturas.

¿Torta de tamal o tamal oaxaqueño?

Ninguno

¿Refresco o licuado en bolsita?

Refresco.

En cifras

 

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