Greta Elizondo, una bailarina que rompe el estereotipo
31 de agosto 2017
Por: Xanath Lastiri

Una bailarina sin estereotipos

Cuando Greta Elizondo se retira sus zapatillas y el tutú, busca romper los clichés sobre la supuesta perfección detrás del ballet

Greta Elizondo no solo es solista de la compañía nacional de danza, también es una bloguera que muestra la cara menos clásica del ballet

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

Lo más impactante a simple vista no es su cuerpo estético y delgado, sino sus ojos azules. Sus movimientos, su voz y sus gestos son precisos y sutiles. No es una princesa o un hada. Es una joven de carrera firme que también sabe disfrutar el baile, la ciudad, de una buena cena o leer mientras se relaja. Simplemente, la vida cotidiana.

“No existe la perfección, pero la búsqueda de esta utopía es lo que nos mantiene vivos, activos, intentando alcanzar el mejor ‘yo’ posible”, dice Greta Elizondo, bailarina de la Compañía Nacional de Danza (CND) y la promesa del ballet en México.

Con apenas 23 años de edad, Greta ha logrado destacar en el mundo del sexto arte interpretando personajes de gran peso como Manon, —del ballet del mismo nombre— o al protagónico más emblemático de la historia de la danza: Odette, en El lago de los cisnes, uno de los papeles más deseados y reconocidos en el mundo.

Bailar es para ella como un sueño. Cuando habla del significado de su profesión piensa en los breves instantes de felicidad total arriba del escenario, sin resbalar. “Es importante mantenerte aquí. El ballet es mi vida, mi pasión, pero hay que lograr un balance”, expresa segura, como cuando da sus primeros pasos en el estreno de una puesta en escena.

“Quiero mostrar el otro lado de una bailarina, su vida normal fuera de esto”. Con esa idea, ha conquistado a miles de seguidores en Instagram. Son admiradores de la bailarina y de las imágenes que muestra de su día a día, caminando en el Centro Histórico de la CDMX, luciendo un vestido de tehuana al estilo Frida Kahlo, o de “puntitas” con los pies heridos en algún ensayo. Todo por el interés que tiene en la moda y en acercar a la gente a la danza, a las expresiones que emanan de una cultura universal.

También escribe un blog llamado Another Pointe. En ese refugio virtual quiere dejar claro que el ballet que se practica en México es de calidad y, al mismo tiempo, romper el estereotipo de la bailarina “obsesionada, loca y bulímica”, que muchos tienen en mente cuando piensan en las mujeres artistas.

“No todas tienen problemas alimenticios. Sí, nos tenemos que cuidar, pero muchas veces nos ves comiendo chocolates antes del entrenamiento. Yo como quesadillas. No toda nuestra vida es ballet, como se ve en las películas. Eso intento con mis fotos”.

Desde la infancia comenzó a adentrarse en las coreografías porque su madre un día la llevó a una clase de ballet. “No voy a mentir diciendo que fue porque vi el Cascanueces o porque me obligaron. Comencé a practicar porque mi mamá me llevó. A los 11 años supe que esto era mi vida”.

Apenas siendo una adolescente, Greta consiguió una beca para estudiar en el Kirov Academy of Ballet de Washington, en Estados Unidos, experiencia que la catapultó para formar parte de la CND, primero como bailarina de elenco y, posteriormente, como solista. Ha interpretado también a Gisell en el ballet del mismo nombre y ha participado en puestas como El Cascanueces, La silfide y el escocés, así como en Sueño de una noche de verano, entre otras.

La intérprete del cisne blanco lleva la pasión no solo en sus huesos. Confiesa que cuando sale de la compañía intenta olvidarse de los ensayos, pero difícilmente lo consigue. “Cuando me preparaba para Manon, recuerdo un día que estaba en la fila del súper y pensaba: ‘si aprieto más el abdomen y me empiezo a mover así y luego así —dice mientras gira suavemente— voy a tener más fuerza’. Luego, vi que todos me observaban, seguramente pensaron que estoy loca”.

Aunque sus pies le dictan que siga bailando para cumplir uno de sus sueños más grandes —que es interpretar a Julieta del clásico de Shakespeare—, Greta sabe que no podrá hacerlo toda la vida, por eso estudia la licenciatura en Gestión Cultural, en el Sistema Virtual de la Universidad de Guadalajara, porque quiere seguir empujando el gusto por la danza, pero desde el marketing.

“He visto cómo es el proceso para que los bailarines lleguen hasta el escenario y es un trabajo espectacular. Quiero hacer algo así un día. Tal vez no hacer que a la gente le guste el ballet, pero sí que sepan lo importante que es y que vayan”.

Greta Elizondo es regiomontana, pero desde hace seis años radica en la CDMX porque aquí está el recinto donde hace “magia”. Luego de las seis horas diarias de parados, poses, flexiones y ensayos, vuelve a casa. Y si las ganas y el tiempo se lo permiten, sale con sus amigas, con quienes ríe cuando se descubren haciendo un mismo paso y así se van, como flotando por las calles.

“Me gusta la diversidad. Me encanta Bellas Artes y los edificios históricos, disfruto mucho de la arquitectura”, comenta mientras sus ojos se iluminan cada que habla de un edificio emblemático de la capital, como el Castillo de Chapultepec, donde le gustaría interpretar a un personaje de alguna historia romántica, porque ella es así, profunda, delicada, con alma de princesa atrapada en un cisne, pero con los pies en la tierra.

“No todas las que bailan son muñecas o cisnes, también tenemos nuestros momentos. En el escenario intentamos que todo parezca fácil. Todos sonreímos, pero atrás hay mucho trabajo, muchas emociones, mucha frustración. No todo es perfecto en esta vida, ni siquiera como bailarinas”.

En cifras: 

 

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