Las lenguas indígenas comienzan a nutrir géneros musicales como el hip hop. Juan Sant hace su contribución con rimas e historias rap en totonaco.
Juan Santiago tiene 33 años, los ojos rasgados y el camuflaje perfecto. De origen totonaco, llegó a la ciudad hace más de 15 años, buscando trabajar en cualquier cosa para enviar dinero a su familia quienes, todavía al día de hoy, viven en Terrero, una comunidad de la sierra de Puebla. “Así es nuestra tradición —explica—, cuando cumples 18 te vienes a la ciudad a buscar una vida y ayudar a tus padres. Los hombres encontramos en lo que sea: la construcción, una tortillería, una fábrica; las mujeres casi siempre trabajando en una casa”.
El problema de Juan es que no encajaba. A veces escuchaba las burlas en la calle, los que despreciaban a los indígenas que usaban sombrero y pantalón de manta, a las que vendían artesanías y él no entendía por qué. Aunque él no usaba una vestimenta típica, tampoco ocultaba su origen. Su problema siempre fue la lengua: hablante de totonaco; su español era reducido.
“Yo escuchaba a la gente reírse de nosotros y me preguntaba por qué —cuenta mientras tuerce una sonrisa altiva—. Entonces observaba y decía: ‘ah, es por la ropa’, ‘ah, es por el tono de voz’. Para aumentar mi vocabulario empecé a leer libros. Muchos libros. Empecé a juntarme con los cholos de Xalostoc, donde yo vivía entonces, por una razón: vi que ellos generaban miedo. Preferí que me tuvieran miedo a que se burlaran de mí. Así conocí el hip hop”.
Fue una ecuación arriesgada. Para poder ser él, Juan Santiago tuvo que convertirse en otro. Vestirse como un hiphopero californiano para poder habitar esta ciudad sin pena. Juan Santiago ahora se llama Juan Sant, trabaja en una fábrica textil empacando ropa en Tlalnepantla. Su rostro comienza a ser bien conocido en el circuito emergente de hip hop mexicano y de poesía en voz alta por una razón particular: Juan Sant rapea en totonaco.
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Del rock al hip hop
Algo ha pasado en los últimos años. De pronto comenzaron a aparecer grupos de rock que cantan en mazahua o bandas de cumbias en wixárika. Ahí está el rock tsotsil de Vayijel o Lumaltok o el metal en náhuatl de Xipe-Totec. En el país se cuentan por decenas, quizá cientos, los jóvenes que han decidido usar géneros propios del rock anglosajón para poner en alto su lengua nativa.
Pero en el hip hop esto es mucho más evidente: sin instrumentos característicos, basado sobre todo en el poder del ritmo y la palabra, el hip hop mexicano está poblándose de muchas otras lenguas. Desde Mardonio Carballo, el célebre poeta náhuatl que suele tomar escenarios al lado de músicos experimentales como Alonso Arreola o Juan Pablo Villa, hasta los más jóvenes, como Morales Rap Mazateco o el náhuatl Karloz Atl han tomado las lenguas originarias como una bandera que defienden cada que un micrófono se les cruza en el camino.
No es menor. Para entender la discriminación indígena —ellos son los que más padecen este problema, según Conapred— hay que partir de la lengua: la mayor parte de los servicios públicos, desde la educación hasta la salud, pasando por casi cualquier trámite legal, se ofrecen en instituciones donde solo se habla español. Así, los hablantes de lenguas indígenas quedan relegados a programas especiales que suelen resultar insuficientes.
Lo cierto es que, cuando menos en la CDMX, cada vez hay más personas que hablan lenguas originarias. Hace siete años, se calculaba que existían 122 mil hablantes de algún idioma indígena en la capital. En 1990 se contaban 11 mil personas menos, según los censos del INEGI. Algo está pasando, ciertamente, y es muy posible que tenga que ver con las nuevas generaciones, con esos jóvenes que lejos de sucumbir ante el racismo y el clasismo, deciden jugar con sus orígenes, demostrar que están vivos.
Orgullo Totonaco
Para quien no lo conoce, el totonaco es una lengua casi gutural, con un ritmo lleno de golpes y chasquidos, que se acumulan entre sí. Escuchar a Juan Sant en vivo es enfrentarse a eso: al sonido de un idioma antiguo. Uno no lo entiende, pero puede sentir su potencia. Aunque él suele rapear en ambas lenguas, en español y en totonaco, el prodigio es ver cómo una lengua indígena embona tan bien con un género en apariencia tan ajeno.
“La fuerza del hip hop me recordó las letanías de los curanderos de mi pueblo —dice Juan, seleccionado a finales del 2017 por el Circuito Nacional Poetry Slam como representante de México para competir en Brasil—. Esta manera de enredar las palabras en una ceremonia, palabras importantes, para obligar a los dioses a escucharte, es muy similar al hip hop. Por eso me gustó. Al final se trata de eso. De hablar. De hablar, aunque no te entiendan. De decir lo que no te han dejado decir por un montón de razones. De plantarte hasta que te escuchen”.
Al principio, Juan Sant se enfrentó a la incredulidad. “Si quiere rapear en totonaco que lo haga en su pueblo”, escuchaba decir, aunque sus canciones también incluyen versos en español y muchas hablan del mismo racismo al que se enfrentó al llegar a la ciudad.
En cada presentación, Juan Sant toma el escenario, sujeta el micrófono. Antes de abrir la boca, respira hondo y mira a la multitud. Solo entonces habla, rapea en totonaco, como si hablar fuera un conjuro.
NUMERALIA
27.3% de la población hablante de lengua indígena mayor de 15 no sabe escribir, según Conapred.
2010 es el año en que se calculaban 122 mil hablantes de algún idioma indígena en CDMX.
90.8% de quienes hablan lenguas indígenas en México se halla en situación de pobreza (UNICEF).