La escritora y académica Margo Glantz recibió este mes la Presea Cervantina y platicó con nosotros sobre su fijación con el cuerpo humano.
FOTOS: LULÚ URDAPILLETA
Esto es una certeza trágica para Margo Glantz: todo se termina. “Esa sensación de finitud la vivo como algo muy grave”, dice, con una voz potente que emerge de los labios teñidos en rojo.
Tiene 86 años y la escritora, académica de la lengua, doctora Honoris Causa por la Universidad Nacional, conserva un grado de vigor tan alto, que al observarla parece atestiguarse un incendio que dista mucho de menguar. Por eso el rojo le queda bien. Y con esa boca roja invoca aquello que le da miedo: el fin de las cosas.
“La primera vez que fui consciente de eso fue en Turquía”, dice Margo, que en ese entonces aún no cumplía ni treinta años. Estaba casada con el académico Francisco López Cámara y ambos estudiaban sus respectivos doctorados en Francia.
“Viajamos a Estambul sin mucho dinero y nos instalamos en un barrio precario. Yo pensaba: ‘¿Para qué me desplacé hasta acá, si se asemeja a ‘La Lagunilla’. Pero caminando, di la vuelta en una calle y ante mi mirada fascinada apareció el Cuerno de oro —un puerto natural que une el mar Muerto con el de Mármara—, con sus mezquitas, el mar, los barcos. Me senté a contemplarlo y a llorar, porque iba a dejar de verlo”.
Un escritor hace de sus obsesiones, su obra. En el caso de Glantz, la obsesión radica en el cuerpo. Desde su primer libro de ficción, Las mil y un calorías, novela dietética (1978), hasta su última novela, Por breve herida, el cabello, la dentadura, el perfil y la grasa son motivo de estudio y reflexión en sus páginas.
Casi cuarenta años después de la publicación de su primer libro, sus reflexiones sobre el cuerpo han mutado: “En la medida en que he ido envejeciendo, lo que ahora me ocupa es el cuerpo enfermo y el cuerpo muerto”. Y es que todo tiene un final.
La perfecta sonrisa
Uno de los detonantes de la escritura de Por breve herida, fueron las visitas al dentista. Para Glantz, más que una actividad necesaria, es un punto de quiebre de lo cotidiano: “La vida se divide en dos mitades: una es la común, donde me levanto todos los días, veo amigos, trabajo. La otra es el desplazamiento al consultorio, la perpetuidad de acomodarse en el sillón, abrir la boca, ser manipulada a través de aparatos odontológicos”.
Y sí, en este proceso, la escritora acaba por tener revelaciones: los términos médicos, los colmillos de Drácula, los dientes de los escritores. Y de la mano de ese proceso, ocurre un fenómeno humano: la amistad. El dentista, que en un principio era un desconocido, se vuelve depositario del afecto.
“Es mi dentista de cabecera y también mi amigo de cabecera… aunque, bueno… eso suena raro”, asegura Margo.
—El dentista ¿es amigo, aunque lastime?
—¡En la vida todo lastima! El dolor se plantea a veces como una forma de enseñanza. Hay hasta frases que lo aseguran: “Quien bien te quiere, te hará sufrir” o bien: “La letra con sangre entra”. En fin, que la experiencia vital es placentera, pero también dolorosa. Y para tener una sonrisa maravillosa, necesitas pasar por procesos complicados y dolorosos.
Ese es el tipo de enseñanzas que se extraen de una visita al odontólogo.
Un perfil romano
“Puedo precisar mi obsesión por el cuerpo, en un suceso frívolo”, dice Glantz. Cuando era niña, su familia se mudaba de casa frecuentemente. Llegaron así a un departamento en la calle Ámsterdam de la colonia Condesa. Ahí quedaron vestigios de los antiguos inquilinos.
“Había un álbum de fotos de las actrices de Hollywood de la época: Grata Garbo, Joan Crawford, Bette Davis. Vestían de maravilla, tenían cuerpos preciosos y rostros maquillados”.
Esas imágenes, así como la elegancia de su propia madre, Elizabeth Shapiro, construyeron en la mente de la niña Margo el ideal del cuerpo femenino y una primera obsesión: ella era diferente.
“Yo, en cambio, me veía en el espejo y pensaba que mi cuerpo no era bonito, que tenía joroba y que mi perfil era el de un emperador romano”.
En una de las paredes de la sala de Margo, hay un retrato realizado por el pintor Horacio Torres García: se trata del perfil de Margo Glantz, con la cabeza inclinada hacia el cielo y una sonrisa. La acompaña la leyenda: “Perfil romano”.
Por este exceso de conciencia del cuerpo, Glantz ha realizado diversas investigaciones literarias, ensayos y conferencias. La última ocurrió hace una semana en el Festival Cervantino, donde obtuvo la presea Cervantina. El tema que abordó fue el cuerpo en el Quijote: “Me parece que los cuerpos de los personajes se relacionan con el del propio Miguel de Cervantes: un cuerpo dañado, golpeado y supliciado. Mi cuerpo y el de los demás es un motor para seguir trabajando, porque conforme avanza el tiempo se desgasta y uno toma más conciencia de él, porque duele la rodilla, el corazón o la cabeza”.
Y aunque ella asume que a sus 86 años está hecha “una reina”, reaparece en su boca esa antigua obsesión por la finitud de las cosas. “No sé cuánto dure. Me asusta”.
En cifras:
- 58 años ha ejercido como académica y ha impartido cursos literarios en Estados Unidos, Europa y Sudamérica.
- 1947 fue el año en que comenzó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM.
- 1978 fue el año en que publicó la primera de sus 21 novelas: Las mil y un calorías, novela dietética.