Comerciantes de la capital dicen que la venta de vestidos para estas tradicionales figuras es un negocio a la baja.
Hasta hace una década, María de los Ángeles Gómez podía vivir de vender vestidos para niños Dios. En su puesto, ubicado en el jardín García Alonso, en enero ella y su hija vendían las miles de prendas que fabricaban durante el resto del año. Sin embargo, la situación ahora ha cambiado, pues la disminución en las ventas de estos productos las obligó a abrir un puesto de ropa para mujer que se ha convertido en su principal fuente de ingresos.
Historias similares se repiten en las calles Roldán y Talavera, la zona entre La Merced y el Centro Histórico donde tradicionalmente se instalan las romerías en las semanas previas al Día de la Candelaria, fecha que los católicos celebran vistiendo niños Dios.
Quince kilómetros al sur, en el mercado de la Bola, en Santo Domingo, comerciantes también dan cuenta de una baja en las ventas de estas prendas y, por lo tanto, de un negocio que lucha por sobrevivir.
Maricruz cuenta el caso de una antigua clienta que antes compraba y vestía cinco o seis niños Dios de los que era madrina. “Me los dejaba y ni me preguntaba cuánto iba a ser. Un día dejó de venir. Luego, tiempo después, la vi y me dijo que se había hecho cristiana, y que ya no le permitían tener niños Dios”, recuerda.
En su opinión, sin embargo, la menor cantidad de ventas no sólo se relaciona con una disminución en el número de católicos en el país, sino que apunta a que hay mayor competencia entre comerciantes. Como ejemplo menciona que, hace 15 años, cuando los locatarios del mercado acordaron que las romerías se ubicaran en la calle, había alrededor de 10, ahora suman entre 30 y 40, y a ellas se agregan los puestos que llegan con el tianguis que se instala los domingos.
Areli, quien es vecina de Maricruz y atiende un puesto desde hace seis años, considera que es muy clara la diferencia respecto de cuando comenzó a trabajar ahí: antes la gente se amontonaba desde el primer día y ella tenía seis empleadas, mientras que ahora cada vez se queda con más mercancía sin vender y solamente cuenta con dos trabajadoras.
Otro reflejo de la situación se ve en cuánto están dispuestos a pagar los clientes. Según los comerciantes consultados, actualmente las personas preguntan por los vestidos de años pasados, que se ofertan a un precio 30% menor al de los nuevos. Dependiendo de factores como el tamaño y la calidad de la tela, estos últimos oscilan entre los 100 y los 400 pesos.
Tradición chilanga
Katia Perdigón, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dice que, aunque los orígenes de la tradición de vestir niños Dios se extienden hasta la Edad Media y la Colonia, el rito tal y como existe hoy empezó en la Ciudad de México en los primeros años después de la Revolución. Su antecedente directo son las ceremonias de toma de hábitos en los conventos femeninos, en las que se daba a la monja un niño Dios para que lo cuidara a lo largo de su vida.
La académica cree que esta práctica se popularizó rápidamente a causa de los problemas sociales por los que entonces atravesaba el país. “La fiesta y el rito unieron a las familias y las ayudaron a tener esperanza en algo”, aventura.
Perdigón, experta en la celebración del Día de la Candelaria, dice que a través de los años ha notado que la popularidad de esta festividad varía de acuerdo con la situación nacional. “En los años 80 parecía que iba a desaparecer, cada vez menos gente la practicaba. Pero el verdadero boom fuerte se dio en los 90”, señala.
Clientes con menos recursos
En la capital, según la investigadora, hay al menos cinco mercados importantes con concentraciones de romerías relacionadas con los niños Dios. A ellos se suma que, en esta época, en prácticamente todo mercado sobre ruedas existen puestos que ofrecen prendas para estas figuras o servicios de reparación.
De vuelta al Centro, los vendedores más antiguos de Roldán y Talavera todavía recuerdan cómo hace tres décadas, cuando se trasladaron de la calle Venustiano Carranza, no eran más de 50 y ahora son unos dos mil.
Hoy, dicen, no solamente enfrentan la mayor competencia que hay entre sí y el decremento en el número de mexicanos que se declaran católicos, una cifra que —según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)— en 2010 era de 84% de la población y en décadas previas ascendía a 97%.
En palabras de Eduardo, un comerciante de la zona, el principal problema no radica en estos factores, sino en que la gente tiene menos dinero que antes. “Si estás corto de efectivo, pues cada vez más gente prefiere pagar las deudas que gastarse 300 pesos en vestir a un niño Dios”, concluye.
El origen de la tradición
Estos son algunos puntos para entender de dónde proviene la costumbre de vestir niños Dios:
- Según expertos, toda religión con dioses con apariencia humana tiende a vestir a sus representaciones con ropas similares a las de la época. En sus inicios, el cristianismo también adoptó esta práctica.
- En México, durante la época de la Colonia, las monjas recibían un niño Dios de madera el día de su toma de hábitos. A esta figura tenían que vestirla y cuidarla, y ese es el antecedente más directo de la tradición actual.
- El niño Dios más antiguo de la capital es el Niñopa, de la zona de la delegación Xochimilco, al sur, que se calcula fue esculpido en el siglo XVI o en el XVII. Mayordomos se turnan para adoptarlo, vestirlo y cuidarlo durante un año.
- En 1930, las familias ya acostumbraban festejar el Día de la Candelaria vistiendo a su niño Dios, como ocurre actualmente. Hoy, solamente en el Corredor Cultural Religioso, en el Centro Histórico de la capital, hay unas dos mil romerías.
Los niños mal vistos por la Iglesia
Diversos grupos han elaborado sus propias representaciones del niño Dios, algunas de ellas rechazadas por la Iglesia católica. Dentro de las romerías de la Ciudad de México pueden encontrarse figuras vestidas de futbolista, de la Santa Muerte, de chinelo o de distintos tipos de ángeles sincréticos o paganos, como el llamado Santo Niño de la Abundancia. Todos estos modelos son rechazados por el clero, que ofrece asesoría a las casas fabricantes para que sus diseños se mantengan apegados a la ortodoxia.