Las nuevas caras de este movimiento ya no sólo actúan en barrios populares, sino para públicos amplios y con más ayuda de la tecnología.
Mayín, del Sonido Siboney, tiene unos 50 años, usa camisa a cuadros, jeans azules y zapatos de vestir, y una hora antes de empezar su espectáculo acostumbra realizar pruebas de audio.
Su estilo contrasta con el de los nuevos exponentes del movimiento sonidero: jóvenes de ropa casual, con tatuajes y perforaciones, quienes para dar su show suelen valerse únicamente de una laptop.
Son las dos caras de un fenómeno que nació hace alrededor de 60 años en el centro de la Ciudad de México, desde donde fue extendiéndose hacia la periferia de la capital, explica la antropóloga Mariana Delgado, egresada de la UAM e integrante del colectivo Proyecto Sonidero.
Hoy, uno de sus principales bastiones está en el oriente, entre la delegación Iztapalapa y el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, aunque también tiene fuerte presencia en estados del centro del país, en particular, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala.
“Hay muchos chavos que se subieron a este rollo”, dice Manuel Perea, del Sonido Fascinación —otro de los más antiguos de la ciudad—, al hablar de quienes ahora difunden ritmos como la cumbia y la salsa no solamente en colonias populares, sino también en otros sitios.
“Son fans y les gustan los sonideros. Muchas veces dicen que se nace sonidero, pero yo digo que el sonidero se va haciendo en el camino”, agrega sobre cómo está ocurriendo el relevo generacional.
Las caras de la vieja guardia
La casa de Víctor Manuel Pérez se ubica cerca de la estación Jamaica del Metro, en la delegación Venustiano Carranza. Se trata de un edificio que también funge como oficina del Sonido Amistad Caracas, donde las paredes están tapizadas de pósters, fotografías y reconocimientos.
En medio de esa decoración, Pérez recuerda su ingreso al movimiento sonidero hace 44 años y cómo “una distracción” se fue convirtiendo en su forma de vida.
“Nos tocó fabricar nuestros propios bafles, los amplificadores eran Radson de bulbos, empecé primero conociendo agrupaciones mexicanas y luego extranjeras. La música es mi refugio, es mi pasión”, dice.
En aquella época, los primeros sonidos mexicanos —La Changa, Rolas, Carabalí, Mario 64, Cubaney, entre otros— empezaban a darse a conocer con sus consolas y bocinas, y viajaban a Colombia, Ecuador, Perú o Puerto Rico en busca de música nueva.
Difícilmente salían del perímetro de los barrios de la ciudad, donde instalaban sus equipos y convocaban bailes en calles cerradas, pero ahora la situación ha cambiado.
“La juventud viene con mucha fuerza”, dice Pérez, y menciona como ejemplo que ya hay más mujeres haciendo y difundiendo música. Además, agrega, si bien estos ritmos siguen teniendo su principal público en las colonias populares de la ciudad, también han alcanzado a públicos más amplios gracias a festivales como el Vive Latino.
Nuevos sonideros… ¿o DJs?
Sobre el escenario, un veinteañero de lentes oscuros reproduce música tropical. Deja pasar algunos segundos y, poco a poco, le va añadiendo beats, percusiones y otros efectos de la electrónica que llevan a su audiencia a bailar y saltar.
El lugar es la plaza del Monumento a la Revolución, uno de los grandes espacios donde se han dado a conocer los nuevos exponentes del movimiento sonidero.
La aparición de estos jóvenes en la ciudad tiene cerca de 15 años. Desde entonces, es cada vez más común encontrarlos en festivales o en inauguraciones de museos o galerías de arte, siempre acompañados de bocinas y una laptop o un tornamesa.
Algunos de ellos dicen que esa es una de sus principales diferencias con relación a los viejos sonideros: haber cambiado las grandes consolas por equipos más modernos y ligeros. Y otra distinción, resaltan, es que se definen más como DJs.
“Los sonideros creo que se refieren más a todos aquellos que ya traen el camión con las luces, las bocinas, su escenario. Yo soy muy mashupero, remixero, produzco mis propias canciones y las subo a la red para que lo descarguen”, dice Fidel Morgado, de la agrupación Polymiller.
Este proyecto rinde tributo a la música sonidera de la capital de los 80 y 90. Incluso, su nombre se deriva de dos de los grandes sonidos chilangos: PolyMarch y Patrick Miller. Sin embargo, insiste Morgado, su trabajo se acerca más al de un DJ que al de la vieja guardia encabezada por Fascinación y Amistad Caracas.
Un caso similar es Joaquín Rosendo, de Vetiver Bong, quien produce sonidos electrónicos para Los Ángeles Azules y, según Mariana Delgado, es otro de los exponentes que —aun sin considerarse sonideros— mantienen con vida a este movimiento.
“Lo que distingue a un sonido de barrio, de estirpe, es sobre todo su conocimiento de la música, su sensibilidad con su público […] Entre amigos contemporáneos hay gente que está haciendo bien ese trabajo, y que a lo mejor no necesita llamarse sonido, pero ha decidido seguir ese camino”, dice.
Viejos o jóvenes, tradicionales o modernos, su meta es poner a bailar a quien escuche sus ritmos.