Lupita Sandoval una actriz muy chilanga
23 de marzo 2017
Por: Diana Delgado

Lupita Sandoval y su segundo aire

Lupita Sandoval le dijo adiós a su papel de Petunia de los ochenta y supo reinventarse para convertirse en una actriz más diversa y completa.

Dejó de ser una “cachuna” ochentera,
se reinventó, y ahora es una destacada figura del teatro de la CDMX.

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

Activa, ocurrente y muy chilanga son adjetivos que encajan con el tono de esta actriz de televisión y teatro, que desde un principio supo lo que quería.

“Yo creo que nací con el sueño y con el don de la actuación. No es como que a una edad se despertara la inquietud. Siempre lo supe, pero mi familia era pobre, sin contactos y no tuve la posibilidad de aprender hasta que entré a la Preparatoria 5 de la UNAM. En ese entonces encontré el taller de teatro como materia optativa y mi vida dio un giro”, cuenta Lupita Sandoval.

Al cursarlo se involucró con el teatro, y tanto el talento como la iniciativa que mostraba convencieron al profesor de prepararla para audicionar con Manolo Fábregas. En esa ejecución obtuvo un papel para el musical Góspel, en 1972, y a partir de ahí cuenta sus 45 años de trayectoria.

Una década después, ya con experiencia en cine y la licenciatura en Teatro terminada, Lupita recibió un papel en un programa cómico de televisión que, si bien la hizo famosa, también la encasilló en un estereotipo que ha tratado de combatir toda su vida: el de Petunia, la joven gordita y simpática de la prepa Cachún, cahún, ra, ra.

“Cachún… fue un arma de dos filos. Fue la ventana para que la gente me conociera masivamente, pero también me encasillaron al grado de que no me querían dar otro tipo de papeles. Y yo cantaba y bailaba, pero como no era alguien que dijeran que estaba buena, pues hacían de lado mis talentos. Quitarme el estigma de la gorda chistosa me costó mucho tiempo”, cuenta.

Tras tres años de interpretarlo y de escribir capítulos, Lupita Sandoval dejó el personaje al sentir que el papel la absorbía, y como la renuncia ocurrió cuando más audiencia había, Televisa optó por congelarla y dejarla sin empleo.

“Entonces empecé a escribir y producir mis propias obras porque si no me iba a morir de hambre. En algún momento hice otras cosas, incluso limpié casas, pero yo quería vivir de lo que sabía hacer: había estudiado y tenía que aventarme”, menciona.

Su primera obra fue una ópera pop cuya producción la dejó sin dinero, pero la llevó a iniciar otra etapa de su carrera y hoy, a sus 62 años, sigue cantando y bailando como aquella niña que soñaba con ser famosa.

El ritmo del asfalto
La Ciudad de México marca el pulso del teatro que se hace en el país. Define las características de los personajes, determina el lenguaje con el que se va a contar una historia y acota el trabajo de quienes escriben por su cuenta, o al menos eso es lo que piensa Lupita Sandoval.

“Vivir en donde vivas te da la pauta. Yo escribo sobre mí cuando hago monólogos y mi experiencia es completamente citadina. Me gusta el movimiento, las luces, el ruido y el caos; ver cómo crece la ciudad, cómo cambia el estilo de hablar de sus habitantes, el humor de la gente, los temas que le interesan y todas esas posibilidades se reflejan en mi trabajo”, dice.

Y es que para Lupita la capital es el escalón del teatro nacional y, al mismo tiempo, es el lugar que marca los tiempos y las velocidades; sin embargo, asegura que, en ese tenor, los chilangos tienen una ventaja al nacer programados para adaptarse al ritmo.

“Para vivir en esta ciudad necesitas de un talento muy especial para saberte mover y defender, para responder y sobrevivir a cualquier circunstancia. Tenemos cosas buenas y malas, pero somos chilangos y sí estamos hechos de una raza diferente, lo tenemos en el ADN y eso lo plasmamos en nuestro trabajo”, afirma.

Para Lupita, ese ritmo permite que los capitalinos siempre estén activos, particularmente las mujeres pues, dice, son quienes trabajan, limpian la casa y cuidan a los hijos, pero también son a las que les gusta salir, estrenar, viajar y comer en restaurantes sabiendo que todo eso tiene un costo e implica trabajar más.

Todos esos placeres, necesidades y gustos la llevaron a dedicarse a la autogestión y, en 1997 junto con su entonces esposo, Fred Roldán, inauguraron el Centro Cultural Roldán Sandoval, donde se han presentado decenas de producciones independientes.

Déficit de gusto
Para la actriz y directora, el teatro en México padece la falta de atención de los gobiernos, lo que se refleja al momento de buscar financiamientos, pues estos proyectos son los primeros que se desechan.

“Aún teniendo una carrera de toda la vida tienes que convencer a la autoridad que la comedia, los musicales, las puestas infantiles y los dramas también son cultura y que tu proyecto tiene calidad”, menciona.

Para ella, el teatro debería considerarse un artículo de primera necesidad porque hace que la gente se vuelva más inteligente, proactiva, exigente con sus valores y participativa y, aunque una de las razones para no asistir es el costo, Sandoval aclara que a veces es una excusa: “La gente gasta miles de pesos para ir a ver un partido de futbol y hay quienes ponemos los boletos a precios accesibles para que vaya la familia completa, entonces simplemente no se ha desarrollado gusto. A la gente no le mostraron el teatro desde su niñez y no hay planes para que eso cambie, pero la lucha sigue”, dice.

En cifras:

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