Mariana Arteaga articular movimientos
31 de julio 2017
Por: Tatiana Maillard

Adueñarse de las calles bailando

Mariana Arteaga articula un baile colectivo que genere un sentimiento de liberación en cada uno de los participantes.

Mariana Arteaga utiliza espacios públicos para dirigir coreografías grupales y hacer que la gente se exprese con libertad

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

La naturaleza de la coreografía no se limita al territorio del baile. Un político que, al dar un discurso, apoya una mano sobre el estrado y alza la otra para apuntar con su dedo índice, es coreográfico. Un hombre que durante una protesta en una plaza pública no hace más que sostenerse con firmeza, sin realizar ninguna otra acción, es coreográfico. Un grupo de granaderos que actúa en conjunto para reprimir a los manifestantes de una marcha, es coreográfico.

“Es importante decir que la coreografía no es neutra: libera u oprime, según su uso”, dice Mariana Arteaga, coreógrafa, bailarina contemporánea, curadora, gestora cultural y directora de proyectos coreográficos, es decir: de acciones que tienen que ver con los cuerpos, su relación con otros y su vínculo con el espacio.

Desde 2010, Arteaga ha puesto el foco de su trabajo en el baile como un medio de liberación individual y colectiva, pero también como una forma de recuperar espacios públicos, de reapropiarse de la ciudad, pero sobre todo, de perder el miedo. Dos han sido los proyectos que ha realizado con este espíritu: El gran continental y Úumbal: coregrafía nómada para habitantes. En ambos casos se trató de coreografías masivas realizadas por gente aficionada a la danza. El primero de estos proyectos fue una versión latina de Le Grand Continental, una coreografía realizada originalmente en Montreal bajo la dirección del canadiense Sylvain Émard. Arteaga reunió a 150 voluntarios que ensayaron durante tres meses antes de presentarse en diversas plazas públicas de la Ciudad de México para ejecutar una coreografía masiva porque sí. Porque se tiene un cuerpo.

Úumbal, en cambio, se realizó en noviembre de 2015 con la colaboración del Museo del Chopo. En esa ocasión no se trató únicamente de tomar las plazas públicas, sino la calle entera: durante tres fechas (15, 22 y 29 de noviembre), los participantes detuvieron el tráfico para que medio centenar de individuos de todas las edades atravesaran la calle bailando y expandieran sus cuerpos al ritmo de la música.

“He comprobado en diversos trabajos que el baile es un proceso liberador. Uno entra en contacto con otros cuerpos y entonces nos volvemos un Nosotros”, explica Arteaga. Antes de Úumbal, la coreógrafa había notado una “ausencia de cuerpos en la calle”, según sus palabras. Se preocupó. “Cuando empiezo a notar que hay espacios vacíos de gente, tuve una idea obsesiva: necesitamos tener un cuerpo visible en las calles. Reclamar las calles como nuestras. Conformar cuerpos colectivos”. Y para quitarse el miedo a mostrarse, hay que moverse.

Si bien los proyectos de Arteaga se relacionan con el gozo del baile, la inspiración proviene de otro territorio. Dos situaciones fueron el detonante para Úumbal: una fue la viralización mediática del Standing Man Protest (La protesta del hombre parado). Durante las manifestaciones contra el gobierno de Turquía en 2013, el coreógrafo turco Erdem Gündüz se paró durante horas en medio de la plaza Taksim con las manos en los bolsillos. Su resistencia pacífica fue imitada por otros asistentes y, en poco tiempo, varias personas hicieron lo mismo. Otros, en cambio, crearon una barrera humana alrededor de Gündüz en silencio.

Meses después, tras la desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, Arteaga observó en video las represiones policiacas durante las diversas manifestaciones que se realizaron en la ciudad.

“Me enfurecía ver la capacidad de encapsulamiento de las fuerzas policiacas contra una ciudadanía que no sabía cómo responder. Sí, la represión es coreográfica. Pero la libertad también. Ambas cosas tienen que ver con el cuerpo y cómo lo ocupas. Y la libertad se ensaya”.

Los ensayos para Úumbal duraron meses. El proceso se dividió en tres fases. El primero, denominado Pasoteca, fue una invitación abierta para que cualquier persona donara un solo paso. En el segundo, bautizado como Taller de tejedores, se establecieron las secuencias del movimiento. El tercero, fue la toma de las calles.

“Para mí, el ejercicio de la libertad y el encuentro con los otros se volvió urgente. No hay mejor forma de debilitar a una sociedad que reprimir y provocar miedo. La consecuencia es que la gente se repliega de los espacios públicos. En momentos así es necesario volvernos visibles”.

Arteaga no lo duda: el baile es político. “Bailando es como reafirmamos nuestra postura ante el mundo, establecemos formas de relacionarnos con los demás. El movimiento reverbera en una forma de pensamiento, te pone en un estado mental distinto y te lleva hacia otros lugares donde puedes percibir el espacio que ocupas de otra manera. Con el baile, reaprendemos cómo es el mundo y la capacidad de observar lo que hay alrededor”.

Para todo aquel que busque generar procesos artísticos colectivos, en la página del Museo del Chopo puede consultar la Plataforma Úumbal. “Compartimos el proceso para que la gente replique esta acción, tome lo que le parezca útil para generar otras propuestas y la haga suya”.

El fin no es únicamente el baile, sino reclamar la libertad del cuerpo en su espacio: las calles, las avenidas, la ciudad.

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