Morris Gilbert lidiar con lo incierto
24 de julio 2017
Por: Tatiana Maillard

Abrir el telón a lo inesperado

Para Morris Gilbert, lidiar con lo impredecible hace que producir una obra de teatro o un musical de gran escala se vuelva apasionante

Como productor de teatro, Morris Gilbert sabe que la incertidumbre es el atributo que hace de su profesión
algo apasionante

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

En 42 años de carrera como productor teatral, Morris Gilbert ha aprendido a lidiar con el caos. La incertidumbre hace de esta profesión algo apasionante.

En principio, porque nadie sabe con exactitud qué quiere el público y, por ende, es imposible conocer qué obras serán un éxito en taquilla y cuáles estarán destinadas al olvido, independientemente de su calidad. En segundo término, porque el teatro es un fenómeno vivo: ninguna función es igual y, entre una escena y otra, puede ser que un actor se lesione o que ocurra un error técnico que ponga en riesgo la continuidad de la obra y resulte en un desastre.

Morris Gilbert, director de teatro y productor de al menos 100 obras musicales y comerciales, se masajea los párpados con los dedos cuando exclama: “¡Tantas veces he estado al borde del infarto!”. Quien haya visto Los monólogos de la vagina, El Hombre de la Mancha,  La Bella y la Bestia, Mentiras, Si nos dejan, Los Miserables y hasta el musical de Scooby-Doo! habrá encontrado en el programa de mano su nombre en los créditos. “El peligro de que algo salga mal hace que el trabajo sea emocionante”. Pero eso es malo para el corazón.

Dos ejemplos: En la primera función de Los Miserables, el musical basado en la obra de Victor Hugo, las barricadas de utilería debían abrirse durante una escena para que la compañía pasara a través de ellas y se colocara en el proscenio. “Por un error técnico, las barricadas no se abrieron, y la compañía reaccionó de inmediato: entró
por ambos lados del escenario. Y luego, se abrieron las barricadas”.

Otra anécdota: En la obra Bajo Terapia, uno de los personajes intenta huir de la escena, pero se topa con una puerta cerrada. “Hace unas semanas, el actor intenta abrir la puerta y ¿qué crees? Que sí se abrió. El responsable había olvidado colocarle el cerrojo. El actor salió, porque actuó con la coherencia de alguien que quiere escapar. Dos actores se encargaron de traerlo de vuelta. Mientras tanto, yo no creía lo que habían visto mis ojos: una puerta no cerrada pudo hacer que la obra se cayera”.

En lo alto de una de las paredes de la oficina de Gilbert descansa una fotografía en blanco y negro: dos actores, un hombre y una mujer. Interpretan una escena en un escenario que simula un día al aire libre. Ella es la actriz Lilia Aragón. Él, de bigote aparentemente falso y rostro afilado, es Morris Gilbert. La obra se llamaba Nube Nueve, de la dramaturga inglesa Caryl Churchill. Esa fue la última obra en la que participó como actor.

“Dejé de actuar porque soy muy tímido”, explica. “Me daba pudor. Actué en teatro, televisión y también salí en fotonovelas. Pero me horrorizaba. No quería salir de la casa porque me daba “oso” que alguien en la calle reconociera en mi rostro el de aquel que estaba exhibido en la fotonovela del puesto de periódico”.

Pero no fue la timidez el factor determinante, sino el miedo de Morris a sufrir un infarto. A fines de la década de los setenta, Morris no sólo actuaba, sino también producía obras teatrales. En una función sintió que los brazos se le habían dormido. La obra paró y un doctor presente entre el público lo atendió: “Esto no es un infarto, es estrés. Pero si quiere infartarse de verdad, siga con ese ritmo”, le dijo.

Gilbert asegura que esa noche, cuando el teatro estaba solo, encendió las luces del escenario, se sentó a pensar y tomó la decisión de ser únicamente productor.

“Lo más cercano al productor teatral es el apostador de casino”, asegura Morris Gilbert, quien, por cierto, odia Las Vegas. “El público es impredecible y nada garantiza que una gran obra no sea también un gran fracaso. Así que apostamos todo el tiempo. Algunas apuestas salen bien, y otras no entiendes por qué fracasaron. Pero no dejas de apostar. Es adictivo”.

Sin dudarlo, Gilbert menciona cómo logró su gran apuesta con la obra Los monólogos de la vagina, de Eve Ensler. Cuando la obra realizó su última temporada en 2015, había cumplido maratónicos 15 años en cartelera. No es la única de sus producciones que tiene como eje temático a la mujer. También están Confesiones de mujeres de 30, Las viejas vienen marchando o La rubia, la trigueña y la pelirroja vengadora.

“No puedo decir que elija estas producciones de manera consciente. Pero me inclino por buscar obras que empoderen a las mujeres. Esta es la razón por la que quise producir los Monólogos: cuando tenía cinco años vi desde la ventana de casa de mis padres cómo violaban a una mujer. Me llevó años entender por qué estaba tan enojado. ¿Sabes por qué? Porque no podía haber sido el único en esa cuadra que escuchó lo que estaba pasando. ¿Dónde estaban los que vivían en las otras casas? Eran gritos espeluznantes, los oigo hasta hoy. Y ¿dónde estaban los adultos para defender a esa mujer? Nadie movió un dedo”.

Morris Gilbert sabe que muchas de las obras que produce tienen como fin únicamente el entretenimiento del público. Otras, como Los monólogos de la vagina, apuestan por ser algo más. “La historia de la humanidad se erige en la injusticia y la violencia. Quizá algunas de mis obras aporten algo, aunque sea poco, para que seamos mejores personas. Creo que esa es la misión del teatro”.

En cifras: 

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