Hicimos un recorrido por el oriente de la capital, una zona clave para el negocio que representa la compraventa de este material.
ARTE: EDUARDO SALLES
David Torres tenía 15 años cuando empezó a trabajar en el negocio de Luis Maldonado, un hombre apodado el Bayo y quien era bien conocido en la colonia Maravillas, en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, porque fue el primero que abrió un depósito de fierro viejo en esta zona al oriente de la capital.
Según diversos testimonios, el Bayo daba empleo a mucha gente y con él, entre las décadas de los 60 y 70, nació toda una generación de fierreros: personas dedicadas a recorrer la Ciudad de México y su zona conurbada en busca de objetos en desuso, que posteriormente venden en la cadena del reciclaje informal para poder mantener a sus familias.
“Él nos dijo: ‘¡Trabajen, váyanse a la calle!’. Y como todo, al principio nos robaba porque no conocíamos, no sabíamos, llegábamos y entregábamos todo parejo. Todo es fierro para quien no sabe. Hasta que, con el tiempo, uno va aprendiendo que se debe separar y ya se cobra todo según lo que sea”, dice David, quien hoy tiene 55 años y está a cargo de un depósito en este municipio con más de un millón de habitantes.
A lo largo del corredor donde se ubican estos establecimientos, el ambiente se compone del ruido estruendoso de fierros cayendo unos sobre otros, del sonido de las camionetas que los transportan, así como de la grabación que las caracteriza y las ha hecho famosas en las calles de la capital: “¡Seee cooompran colchoooones…!”.
Casi en cada vialidad del municipio hay un depósito e hileras de vehículos con torres de colchones encima. Otros cargan también refrigeradores, estufas o lavadoras. En resumen, mucho metal que los fierreros cuidan como un tesoro, porque —frente a la dificultad de encontrar empleo debido a su falta de estudios— constituye su única fuente de ingresos.
El Instituto Nacional de Recicladores (Inare) señala al respecto que, de los 33 millones de toneladas de residuos sólidos que se reciclan en el país cada año, 8% corresponde a fierro viejo.
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‘Destripar’ un colchón
Los depósitos abren temprano, entre las seis y las siete de la mañana. “A esa hora se sacan los camiones, se barre, se separa lo que se puede separar, hasta las 11 o 12 del día que empiezan a llegar las camionetas”, explica David.
En su depósito hay colchones viejos que serán ‘destripados’, es decir, abiertos para extraerles los resortes metálicos. En una esquina también se observa una pila de hornos de microondas que serán desbaratados y, en otros puntos, calentadores de agua, bicicletas viejas, piezas de herrería y tubos de varios grosores y tamaños.
Todo eso será llevado en un camión hacia las fundidoras, las cuales establecen el precio al que se compra el kilo de fierro viejo. Éste puede ir de los 70 centavos a los 3.50 pesos, mientras el kilo de aluminio ronda los 2.50 pesos y el de cobre llega a los 60 pesos.
Sin embargo, antes de iniciar el camino hacia la fundición, se abren las puertas del lugar para que las personas en busca de una puerta u otro objeto puedan pasar a comprar. “Aquí hay para todos”, dice David.
“Nos fuimos expandiendo al D.F.”
La parte más pesada del día, aquella que exige más tiempo y atención a los encargados de los depósitos, es recibir a las camionetas que llegan cargadas de objetos. Por lo general, esta labor comienza por la tarde e implica descargar, pesar y pagar.
Pero no todo lo que llega a esta zona es llevado a los depósitos. De acuerdo con testimonios, muchos fierreros seleccionan aquello que todavía puede usarse —como refrigeradores o lavadoras— y lo venden aparte. Según David, para ellos es una situación de ganar-ganar, porque la gente les regala muchos de esos objetos durante sus recorridos por la capital.
“Son cosas que a ellos [los antiguos dueños] les estorban y nos dicen: ‘Si se lo lleva, se lo regalo’. Hay casas en donde la única condición que nos ponen es ‘no me raye el piso y las paredes, pero lléveselo’. Es cuando a uno le sale bien porque lo puede revender”, dice.
Raúl Arenas, de 30 años, es otra persona que se dedica a tratar de hacer dinero a partir de lo que otros tiran. Afuera de su casa, ocupa la banqueta y la mitad del arroyo vehicular para alinear televisores viejos, a los que extrae cables, piezas metálicas y las tarjetas electrónicas.
Él tiene dos años como fierrero y asegura que gana lo suficiente para subsistir, pero también ha notado que esto cada vez es más difícil por la cantidad de lugareños que están entrando al negocio.
“Toda la gente empezó a trabajar en el fierro. Nos acabamos la colonia y nos fuimos expandiendo al D.F.”, dice un hombre que lo acompaña.
“Ya somos muchos”, coincide David, testigo de cómo esta actividad ha crecido en Neza, un municipio considerado ciudad dormitorio, porque gran parte de sus habitantes diariamente debe trasladarse a otras localidades para trabajar. Para quienes se quedan, las opciones para generar ingresos son pocas, y la mayoría —como ocurre con los fierreros— está en la economía informal.
En cifras
- 35 años tiene el negocio de compraventa de fierro viejo en Neza, al oriente de la capital.
- 3.50 pesos es lo más que se paga en los depósitos por un kilo de fierro; lo menos, 70 centavos.
- 60 pesos es lo que se paga por un kilo de cobre, el material mejor pagado en estos lugares.