Podrías encontrártelo en el Metrobús, echando un taco fino en El Cardenal o chachareando en La Lagunilla. Es un artista sorprendente, de corazón e inspiración totalmente defeñas.
Pedro Friedeberg, de 79 años, llega muy casual, con sombrero panamá, pantalón beige y camisa azul claro; al arremangarse, se distingue un tatuaje desvanecido. “Era una calaca con una serpiente… me lo hice en El Paso, Texas. Ya no existe esa tatuatería”. Trae el número de abril de la revista británica The Spectator. Ahí viene un artículo donde el escritor Duncan Fallowell, además de hablar de su amistad epistolar con Pedro, lamenta que su obra no figure en ninguna de las exposiciones ni eventos del Año Dual México-Reino Unido. Al respecto, Friedeberg dice: “Francamente me da igual, pero me parece una injusticia. ¿Para qué a los ingleses les enseñan cosas de…? No quiero decir los nombres de los artistas conceptuales, de sus mamarrachadas de una montaña de piedra y un hilo, como las que puede uno ver en el Museo Jumex. ¿Por qué no enseñan cosas más simpáticas, como un cocodrilo en bicicleta comiéndose un pescado?”.
Es cierto, ¿por qué no nos deleitamos más con su arquitectura imposible, con su barroco onírico, con sus bestiarios coloridos, con sus ácidas iteraciones gráficas y mesmerizantes? Lo único que conocemos de él es la Silla Mano, que para colmo, odia: “Me choca, siempre me ha chocado”, dice, y cuenta que pronto colocarán una reproducción gigante frente al edificio de las Naciones Unidas, en Nueva York. “Son unos idiotas. Pero está bien, como símbolo, una mano está mejor que una escultura de Ossip Zadkine. O de Sebastián, que ya estamos hasta acá de Sebastián”.
Friedeberg es un malportado. Jamás se ha alineado al sistema legitimador del arte y se la pasa soltando declaraciones que –quizá-, provocan soponcios a funcionarios culturales y artistas “serios”. Por ejemplo: “La mayoría del muralismo era muy aburrido, los únicos buenos eran Rivera, Siqueiros y Orozco; ya los González Camarena y los Chávez Morado eran como recalentados de los buenos” o “[La escena del arte de los años 60] eran puros fantoches que decían que hacían una ruptura, pero no había ninguna necesidad. México siempre ha sido un país muy libre y cada quien pinta lo que quiera” o “Hay muy poquito arte contemporáneo. El arte ha sido sustituido por la televisión y todo mundo está en su celular tomándose selfis; ya no hay sentido ni necesidad de arte”.
Friedeberg nació en Florencia, Italia, en 1936, pero llegó a la Ciudad de México a los tres años. Estudió arquitectura en la Ibero, pero le chocó que le quisieran imponer los lineamientos del modernismo. Lo suyo era el dibujo, la pintura y la escultura, y se metía de oyente a las clases de la carrera de arte. “Era muy aburrida la arquitectura. Era más interesante la clase de escultura con Felguérez, la de dibujo con José Luis Cuevas, la de fotografía con Gogo Nesbit, la de pintura con Van Den Broeck”, recuerda. Terminó desertando. Lo mejor que le dejó la universidad fue su amistad con Mathias Goeritz.
Desde los sesenta empezó a desarrollar el estilo que lo caracteriza: surrealismo geométrico, cargado de humor. “Yo pinto y dibujo como si estuviera en el siglo XIX. Yo soy un mal dibujante del siglo XIX; en aquel entonces me hubiera dicho ‘Es como de Le Douanier Rousseau, primitivo, es infantil’”. Dice que el minimalismo es su enemigo. Este repudio al recato también se refleja en su forma de actuar y relacionarse con los medios. Le encanta embromar a los reporteros. En actos públicos, es común que llegue con algún atuendo estrafalario (es célebre su traje con estampado de cebra), o de plano, con disfraz. “Siempre me he disfrazado, desde la edad de tres años me robaba la ropa de mi papá y de mi mamá cuando ellos se iban de viaje, y me la ponía y salía a la calle y todos los vecinos o gritaban o se escondían”.
En 2009, el Palacio de Bellas Artes presentó una retrospectiva de su obra. Tres años después, el INBA le otorgó una medalla como reconocimiento a su trayectoria. “Hasta hace poco tiempo yo no era del gusto oficial. ¡Qué rápido cambian las apreciaciones del arte!”, dijo al recibirla (¡otro soponcio de algún funcionario, seguro!). Para Fiedebergm ¿hay un antes y un después de esos acontecimientos? “Es al revés: hubo un después y ahorita es el antes, porque regresé a lo primitivo, porque el mundo está de cabeza, y entre más viejo se vuelve uno, más infantil”. Lo cual lo acredita, doblemente, como enfant terrible.
Mandril y alefato
Galería Fifty24MX
Hotel Downtown. Isabel la Católica 30, Centro Histórico
Lunes a sábado de 12 a 20 h, domingo de 12 a 18 horas
Hasta el 19 de julio de 2015
FRIEDEBERG EN LA CIUDAD
Mañana despiertas convertido en Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. No puedes renunciar, pero sí echar todo el desmadre que quieras. ¿Qué harías?
Tiraría, por ejemplo, todo Polanco, y en cada cuadra haría una réplica idéntica de la catedral de méxico, ¿no sería bonito? Amarilla, verde, roja, azul.
¿Qué más?
¿No te basta con eso? Si se tardan dos años en ponerle una banqueta a Masaryk… Expulsaría a todos los chilangos y volvería a hacer la nueva Tenochtitlán. Una islita en un lago.
¿A dónde nos mandarías?
A Dallas. ¡Les gusta Texas! Siempre andan llorando de que les quitaron Texas.
¿Y si amaneces convertido en director de Conaculta?
Tomaría el Palacio de Bellas Artes y lo inflaría… diez veces de alto y diez veces de ancho y diez veces de fondo, ¿no estaría padrísimo? Pondría yo puras óperas de Ricardo Strauss. Obligaría yo, en cadenas, a todos los narcos, a verlas. Cada ópera es de seis horas, a grito pelado.
¿Qué coleccionas?
Compro de todo, ¿nunca has ido a mi casa? Colecciono Mr. Peanuts, Micky Mouses, avioncitos, cochecitos, cocodrilos disecados de todos tamaños.
¿Dónde los compras?
En tlapalerías, en jugueterías, en Plaza del Ángel, en La Lagunilla, en los bazares… en realidad no los compro, los he heredado, la mayoría: la gente ve que colecciono algo y me traen otro de esos. ¡Ahora ya no sé qué voy a hacer con tantas cosas!
¿Cómo te mueves por la ciudad?
En Uber. Antes de Uber, a pie. A caballo. Tomo mucho el Metrobús, el que va por Insurgentes; me gusta mucho, es muy eficiente.
¿Cómo has vivido la transformación de la Roma?
Creo que debería de parar hoy, porque justo la semana pasada abrieron alrededor de mi casa como siete restorancitos nuevos.
¿Y están buenos?
Pues están bien decorados. Limpios. para mí lo importante es la limpieza, no me interesa el sabor.
¿Cómo se llaman tus gatos?
Wikipedia, Internet, Belisario Domínguez y Leona Vicario