Los hermanos Bobadilla llevan décadas manteniendo con vida la tradición de la quema de Judas de Semana Santa, y aunque su obra se expone en varios museos, ellos prefieren ver sus piezas con la comunidad.
Por Diana Delgado
El arte no siempre perdura: a veces es efímero. Existen obras creadas para desaparecer. Bellos objetos concebidos bajo el argumento de que la fugacidad les da permanencia. Creatividad que arde y se consume.
Los hermanos Bobadilla saben que el tiempo es relativo. El esfuerzo, las horas dedicadas, los años de aprendizaje, las técnicas cada vez más precisas, la imaginación: todo eso puede esfumarse en minutos, mientras los otros sonríen y hacen de la destrucción una fiesta. El fuego es el destino de las piezas de los hermanos: la pirotecnia —de algún modo— es un ejercicio de desapego.
Ángel, Juan Manuel y Javier Bobadilla organizan desde hace 20 años una de las quemas de Judas más tradicionales de la Ciudad de México: la del Barrio del Niño Jesús, en el Centro de Tlalpan.
Artesanos de la cartonería y la pintura, sus figuras diabólicas pueden alcanzar hasta los tres metros de altura, moldeadas y pintadas a mano, secadas al sol, cada una les toma hasta 12 días de trabajo. En menos de diez minutos, durante la quema de Judas, su trabajo entero queda convertido en cenizas. No les importa. Para ellos, lo que vale la pena es la convivencia.
Su taller es pequeño: un cuarto de no más de diez metros cuadrados, una mesa y un par de vitrinas. Hay pinceles de diferentes formas y grosores, botes de yogur llenos de engrudo y restos de pintura, plastilina, papel y un árbol de carrizo en la entrada de la casa que, desde los años 40, ha sido el refugio familiar.
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Hoy, recuerdan cuando su papá hacía juguetes de cartón para entretener a los siete hermanos: fabricaba carritos, papalotes, piñatas y los Judas y las máscaras que todavía cuelgan en el taller. Los fabricaba enfrente de sus ojos: eso fue lo que los atrapó y los hizo continuar la tradición.
“El Sábado de Gloria, el dueño de la pulquería de la colonia quemaba un Judas muy grande. Lo llenaba de cuetes y regalos como azúcar, latas de sardina o arroz que entregaba a la gente para armar una fiesta”, dice Javier.
Con los años, la pulquería y la tradición vecinal desaparecieron. A la par, los hermanos desarrollaban su talento en la cartonería; creaban figuras que poco a poco empezaron a vender para fiestas particulares, patronales y como ornamento para las casas.
“Nos fueron conociendo y la gente empezaba a pedir cosas, se hizo una necesidad en el Barrio del Niño Jesús. Entonces quisimos retomar lo que hacía el señor de la pulquería. Decidimos donar los Judas siempre y cuando los vecinos pidieran los permisos y cooperaran con lo que pudieran para hacerlo en grande”, comenta Ángel.
Desde hace 20 años la tradición de la quema de Judas volvió. Los Judas que cada año fabrica la familia de artesanos son de hasta tres metros de altura, siempre diablos que representan “el mal que debe ser erradicado”.
Forma y color
Los Bobadilla tienen un árbol de carrizo en el patio de su casa. Es el que les da el material necesario para moldear la forma que tendrán los Judas y las demás figuras que fabrican, venden y exponen durante todo el año.
Conocen el proceso de memoria: arman un molde de plastilina o un esqueleto de finas tiras de carrizo. Se hace un recubrimiento de cualquier tipo de papel para darle una forma, luego se envuelve en papel kraft por su resistencia. “En esa segunda capa eliminamos los bordes o cualquier imperfección. Hacemos aparte los detalles como las garras o los cuernos del Judas y los pegamos a la figura principal con engrudo, dejando secar al sol durante un par de días”, explica Javier.
Después se coloca una capa de pintura blanca que, una vez seca, se puede decorar. “A nosotros nos gusta improvisar, no sabemos qué figuras le vamos a poner. Pueden ser flores o paisajes llamativos… es como si el diablo los tentara o también dibujos que, de entrada, generen rechazo: víboras o alacranes”, dice Juan Manuel.
Para Ángel Bobadilla la decoración es el proceso de mayor libertad. Cuando se puede improvisar y sorprenderse del resultado. Aunque lleven 20 años con la tradición y hagan figuras hasta por ocho horas diarias “ninguna es igual a la otra, son piezas únicas que no vamos a volver a ver. Es lo efímero lo que le da sentido al trabajo que hacemos”, dice.
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Quema de Judas: tradición que se transforma
El arte popular debe responder a las necesidades y costumbres de la sociedad, dice Juan Manuel. Para él, los Judas siguen siendo una tradición que a veces se puede disfrazar de protesta social, por ejemplo, cuando en las manifestaciones queman figuras de políticos.
“Es el mismo sentido: acabar con el mal y la traición. La costumbre se transformó porque ya no solo se quema al Judas en Semana Santa, se puede hacer en cualquier momento. Si no sabes cómo desquitar un enojo, pídele a un cartonero que lo fabrique y luego quémalo”, dice Juan Manuel, el mayor de los tres.
Los Bobadilla tienen figuras en exposición permanente en el Museo de Arte Popular, el Convento de San Ángel y el Museo Dolores Olmedo; sin embargo, lo que más les interesa es que la gente de a pie conozca su trabajo.
El próximo 31 de marzo, los hermanos Bobadilla realizarán la tradicional quema de Judas en el Barrio del Niño Jesús, en el Centro de Tlalpan al medio día. Se trata de un diablo de 2.8 metros repleto de colores y cohetes con el que conmemoran el fin de la Cuaresma y la Semana Santa.