Al inicio de su carrera, ser mujer y científica era una rareza. Poco antes de que el hombre pisara la Luna, Silvia Torres Castilleja se convirtió en la primera doctora en Astronomía en México.
Por Mariana Limón
Silvia Torres Castilleja
Su vida está llena de memorias, mas no de nostalgia. Se acuerda, por ejemplo, del punto exacto en el que inició su carrera como astrónoma: fue en 1958 gracias a la materia de Astrofísica —a la que asistían apenas cuatro alumnos: dos hombres y dos mujeres—, impartida dentro de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Dice, convencida, que ahí se enamoró de las estrellas. Guarda otros recuerdos: en 1959 utilizó la primera computadora que llegó al país, una IBM 650; cuenta que era del tamaño de cinco refrigeradores y en la sala en donde operaba siempre soplaba el aire acondicionado. Años después se convirtió en la primera doctora en Astronomía nacida en México.
Habla con ímpetu, sin rodeos. A sus 78 años, tiene el cabello lleno de canas, pero la rapidez de sus pasos y sus enérgicas respuestas dan otra impresión. Pese a sus múltiples reconocimientos —la Medalla Guillaume Bude del Collège de France, la Medalla Académica de la Sociedad Mexicana de Física, el Premio Universidad Nacional de la UNAM, entre muchos otros—, Silvia Torres Castilleja niega ser una de las grandes científicas de México: “Me queda claro que soy de las más viejas científicas del país, eso sí, eso está clarísimo”.
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Observar el cielo es un trabajo sobrecogedor
Estamos en el Instituto de Astronomía de la UNAM. Aquí, en la pared más ancha del despacho de Silvia Torres Castilleja, hay un librero que corre de piso a techo en el que guarda cientos de títulos. La lectura es un hábito que cultiva desde pequeña y no piensa retirarse ahora. De hecho, sigue activa en su profesión: su área de estudio son las nebulosas planetarias.
Para ella, asomarse a la bóveda celeste a través del telescopio de un observatorio es sobrecogedor. Allá, en el fondo del cielo, no hay luz. Tampoco contaminación, ni siquiera nubes. Pero Silvia no permite que la emoción la ciegue. “Eso le estorba a tu trabajo y debes aprovechar el tiempo”, dice contundente. “En realidad yo me dedico a estudiar de qué están compuestas las estrellas jóvenes, las que se están formando hoy… bueno, hoy y hace tres millones de años, que para tiempos astronómicos es lo mismo”.
Silvia hace un recuento de su trayectoria y descubrimientos sin vanidad. Hoy es presidenta de la Unión Astronómica Internacional (UAI) —es la segunda mujer en este cargo desde 1919—, una agrupación de más de 12 mil astrónomos profesionales de distintas nacionalidades. El periodo de su cargo finalizará este año; llegar hasta aquí no fue cosa fácil: cuando inició su carrera, ser científica y mujer era una rareza. Su género, en distintas ocasiones, representó un impedimento.
“(Viví en) la época en la que casi todas las universidades más fuertes en Estados Unidos —Harvard, Yale, Caltech— eran de hombres. Apenas estaban empezando a aceptar mujeres, no en las licenciaturas, sino en estudios graduados —recuerda—. Caltech me aceptaba porque mi marido también quería estudiar. Iba como su esposa. Como las condiciones eran terribles, nos fuimos a la Universidad de California que sí era mixta. Fue maravilloso, la mejor oportunidad de mi vida”.
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La ciudad, la ciencia y el cielo
En la Ciudad de México es difícil observar las estrellas porque hay demasiada luz, explica Silvia Torres Castilleja, pero cualquiera que quiera hacerlo solo debe salir al campo. Por otro lado, recomienda observar la Luna. “Es maravilloso hacerlo —dice—. Darse cuenta de los cambios de fase, a qué hora sale, de qué lado del cielo sale. O ver a Saturno, que es espectacular y puede verse con un telescopio pequeño”.
Otra opción es acudir a un evento que ella misma ha coordinado para acercarse a niños, jóvenes y astrónomos aficionados: la Noche de las Estrellas. El evento tiene más de un objetivo: llevar la ciencia a las calles de manera gratuita, hacer conciencia sobre los efectos de la contaminación lumínica y, uno de los objetivos más importantes, estimular el gusto en los jóvenes por las carreras científicas.
“Tenemos que entusiasmar a los jóvenes —hombres y mujeres— porque nos está faltando: no están presentes en todas las ciencias. No hay suficientes en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Faltan más mujeres, es cierto, y hay que revertirlo porque no está bien”, explica. “El problema es que a veces ni se lo plantean, entonces los jóvenes pierden oportunidades, pero el país pierde talento”.