Categorizar y hablar de razas con patrones externos, como el cabello crespo o los rasgos faciales, es erróneo. Xavier Soberón, director del Instituto de Medicina Genómica, nos cuenta por qué.
Todo lo interesante es paradójico. Y para el doctor Xavier Soberón Mainero, la naturaleza humana es así: contradictoria. Para el director del Instituto de Medicina Genómica, uno de los principales investigadores en ingeniería genética y biotecnología en el país, nuestros genes revelan una de las grandes paradojas de la humanidad: somos profundamente similares como especie, pero somos profundamente distintos como individuos.
“Pese a que su población es mucho menor —explica—, los chimpancés son más diversos que nosotros: si comparamos a dos chimpancés de dos poblaciones vecinas, encontraremos diferencias genéticas más amplias que si comparamos a un mexicano con un lapón del norte de Europa. Por otro lado, entre un ser humano y otro hay cuatro millones de diferencias genéticas, por lo menos. Pero eso representa solo el 1% de nuestro ADN. Imagina esto: nuestro genoma está compuesto por 3 mil 200 millones de letras.
Es por eso, concluye el doctor, que usar la palabra “raza” no solo es un disparate, sino algo completamente inútil. Hay que recordar que, en el siglo XIX, la palabra “raza” comenzó a usarse para categorizar especies; pese a que la esclavitud había sido abolida, esta palabra sirvió para perpetuar ciertos esquemas de desigualdad. En la criminología, por ejemplo, se categorizaba a los delincuentes de acuerdo con su “raza”, pues se pensaba que los afrodescendientes o los indígenas tendían al vicio o la delincuencia.
“El concepto de raza es erróneo —precisa el doctor Soberón—. En principio porque está constituido por unos cuantos patrones externos, como el cabello crespo o los rasgos faciales, que no revelan más que una fracción mínima de la variedad genética humana. Cada característica, por supuesto, tiene algún significado biológico: un tono de piel oscuro implica ser adaptable al sol, un tono más claro indica que aprovechas más la vitamina D. El problema es que las diferencias genéticas entre dos personas de la misma población pueden ser tan grandes como entre dos de dos poblaciones completamente alejadas”.
Somos un mosaico
Fue a mitad de la preparatoria cuando el doctor Soberón se sintió maravillado por nuestro código genético. Una tarde, a sus 16 años, en el laboratorio de Química, el profesor incitó a toda la clase a tomar glándulas salivales de pupas de mosca de fruta. Todavía recuerda la fascinación de dejar caer, desde dos metros de altura, una gota de agua sobre un portaobjetos para que la célula se diseminara. La maravilla de acercarse a un microscopio y mirar, como si fueran signos de un idioma antiguo y misterioso, los cromosomas politénicos: el lenguaje genético, el material de la herencia.
Porque nuestros genes son eso: lenguaje. Información incrustada en cada una de nuestras células, secuencias de cuatro bases nitrogenadas que tienen una función equivalente a las letras de un código. Como el lenguaje binario de las computadoras, con el que pueden crearse desde videojuegos hiperrealistas hasta inteligencia artificial, las cuatro letras de nuestro ADN y sus infinitas combinaciones son lo que conforma toda nuestra base biológica.
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“Todos somos un mosaico extremadamente amplio”, dice el doctor Soberón. “Hay que entender algo: el concepto de raza no es funcional, pero el de ancestría o el de origen poblacional sí tiene una aplicación médica. Porque todos heredamos piezas y códigos de nuestros ancestros y algunos de esos rasgos tienen un valor adaptativo. Yo puedo tener una ancestría indígena y española, pero, justamente, en el pedazo de ADN donde está codificada una propensión a la diabetes, tengo un pedazo que me heredó un ancestro noruego. Somos un rompecabezas, y saber exactamente qué pedazos tenemos de qué ancestros… es un asunto tan personalizado que no podemos hablar de razas. Necesitamos hablar de individuos. Y hacia allá apunta el futuro de la medicina”.
El descubrimiento del ADN a finales del siglo XIX revolucionó las ciencias biológicas. Sin embargo, la importancia de la genética y su funcionamiento sigue siendo un misterio para una buena parte de la población. Es por eso que el doctor Soberón, la escritora Mónica Bergna y la ilustradora María Elena Valdez decidieron lanzar un libro de divulgación para explicar a niños de nivel primaria de qué se trata exactamente la genética, el ADN, la herencia, la epigenética y cómo han evolucionado estos conceptos. El resultado: ¿Iguales o diferentes? Genómica, publicado por Ediciones Tecolote.
El futuro se acerca
Hoy en día es posible detectar qué partes del rompecabezas genético hemos heredado de nuestros ancestros. Esto implica una revolución en materia de salud. Si hasta hoy la medicina buscó tratamientos que sirvieran a toda la población, la genética permitirá recibir un tratamiento personalizado de acuerdo con las características de nuestro código.
“Estamos entrando a una nueva etapa”, cuenta Soberón. “El siguiente paso es estratificar a los pacientes de acuerdo con su código: saber a quiénes les puede funcionar un tratamiento, a cuáles es más probable que no, etcétera. El paso final es la medicina genética: muéstrame tu genotipo para decirte, específicamente, qué tratamiento no vas a rechazar y a cuál responderás mejor. Medicina personalizada. Eso ocurrirá dentro de 20 años. Ahora estamos poniendo las bases”.
Recuadro:
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