Antonio Calera es gestor cultural y, desde hace 11 años, dueño de la Hostería la Bota, un lugar de poesía y comida en el corazón de la capital.
FOTO: LULÚ URDAPILLETA
Hace más de una década que el Gobierno del Distrito Federal —en tiempos de Andrés Manuel López Obrador— y la Fundación del Centro Histórico —del empresario Carlos Slim— pusieron en marcha un proyecto para “rescatar” el Centro Histórico. Darle una nueva cara. Impregnarle una nueva vida.
Fueron los tiempos de la remodelación de viejos edificios y su consecuente alza en el precio de las rentas, también los de la transformación de Regina en una calle peatonal, iluminada y flanqueada por bares y restaurantes. La era en que el Hotel Virreyes se convirtió en la sede de eventos culturales más inclinados a la fiesta. También fue la época en que se inauguró Casa Vecina, un centro cultural en el callejón de Mesones cuyo propósito era generar propuestas culturales que involucraran a los vecinos de la zona.
Y fue el tiempo donde se inauguró la Hostería La Bota, en la calle San Jerónimo, a un lado del Claustro de Sor Juana.
Casi 11 años después, Antonio Calera- Grobet, exdirector de Casa Vecina y fundador de Hostería La Bota, concluye que, pese a la buena intención de generar un nuevo ambiente cultural de la mano de los vecinos, los resultados quedaron cortos.
“De la apertura hacia las calles, pasamos a rezagar las propuestas artísticas al espacio excluyente y amurallado de los recintos”. Eso es lo que critica. De 2006 a 2008 fue director de Casa Vecina y dejó de serlo porque no estaba de acuerdo con muchos planteamientos de la propuesta.
Durante esos años hubo proyectos que involucraron no solo a vecinos, sino también a comercios, como festivales de poesía en calles y recintos de la zona, que incluían, por ejemplo, la colaboración con las panaderías cercanas para que cada bolsa de papel estraza llevara impreso un poema.
Sin embargo, lo que aún se mantiene vivo y vigente es el espacio de Hostería La Bota. En once años de existencia ha pasado de ser la solitaria luz eléctrica que se mantenía encendida en una calle más bien vacía, a ser parte de la orquesta luminosa de restaurantes y franquicias de cerveza artesanal que ocupan la esquina de Isabel la Católica y San Jerónimo.
El placer de la comida
Antonio Calera-Grobet ha pensado lo suficiente en la relación entre comida y poesía. Ha escrito libros sobre ello: “Desde muy chico, y por influencia de mis padres, he pensado que ambas cosas están relacionadas”.
En ambas es necesaria una dosis de arte, buena mano y disposición para el placer.
“La dinámica de la vida moderna parece estar diseñada para la supresión del placer —afirma Antonio—. La mayoría de las personas no tienen tiempo, u oportunidad, o interés en sentarse a la mesa y paladear. Se nos va la vida en paliativos de baja calidad, en consumir en McDonalds. La hostería es, de alguna manera, una resistencia a esta tendencia a renunciar al placer de comer”.
Resistencia, sin embargo, es una palabra que le causa resquemor, según confiesa Calera-Grobet: “Es como resignarse a ser un burro al que cada vez se le coloca más peso sobre el lomo”.
En todo caso, es preferible la palabra acción. Promotor cultural y poeta, Calera-Grobet ha hecho de La Bota no sólo un lugar donde se come a un precio decente, sino también un espacio de presentación de libros, lecturas poéticas y exposiciones.
Escritor y editor, Calera-Grobet se mueve entre el espacio culinario y el poético, que fusiona, por ejemplo, en libros como Cerdo (Mantarraya, 2011) o De sesos y lengua (Aldus, 2009). Además, a través de La Bota ha auspiciado la creación de la editorial Mantarraya, donde lo mismo cabe poesía, narrativa, artes plásticas y cómic.
Foro móvil
Si la hosteria es el espacio fijo de la comida y los eventos culturales; la Chula, una combi setentera, es la representación física del flujo y la movilidad.
Hace dos años que la Chula —o bien, Comunicación Humana Letras y Artes— se mueve en la Ciudad de México, como una propuesta para descentralizar la cultura —esa misma que está encallada en el Centro Histórico y zonas aledañas— y llevarla a parques, ferias del libro, explanadas delegacionales y, de vez en cuando, estados cercanos a la Ciudad de México.
Jóvenes poetas y músicos son los invitados a abordarla. También es el foro para que Calera-Grobet lea en voz alta su obra.
“La apuesta es que lo que decimos sea suficientemente contundente para atraer al público—dice Grobet—. No entramos al terreno de la payasada o lo indigno para que se acerquen a nosotros. Quien se sienta atraído, se quedará. Hemos tenido públicos de tres personas y públicos de cien”.
En su infancia, Calera-Grobet vivió en Tlalnepantla, Estado de México. Previo a su actividad de difusión cultural en el Centro Histórico, desarrolló en su juventud eventos de promoción cultural en el Estado de México. Y aunque la Chula aún no ha emprendido un viaje hacia el espacio en el que creció su fundador, no descarta que el próximo año la combi emprenda camino hacia allá, con todo y sus poetas, sus libros en venta y un altavoz que expanda los límites de las voces de aquellos que recitan.
En cifras:
- 11 años cumplió este año la Hostería La Bota, en la calle San Jerónimo, en el Centro Histórico.
- 8 libros ha publicado Calera-Grobet, entre ficciones, aforismos y poemas.
- 2011 fue el año que se creó la editorial Mantarraya, una “hija” de la Hostería La Bota.