Unidad de Control de Fauna del AICM
8 de mayo 2018
Por: Diana Delgado

Guardianes del aire

Nayeli Flores Guadarrama coordina la Unidad de Control de Fauna del AICM, que se asegura de mantener despejado el cielo.

En compañía de sus halcones, águilas y perros, Nayeli Flores Guadarrama coordina la Unidad de Control de Fauna del AICM, que se asegura de mantener despejado el cielo.

Por Diana Delgado

Unidad de Control de Fauna del AICM

Un par de cañones estallan y un humo con olor a uva inunda las pistas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). Redes de niebla, destellos de luz o grabaciones con sonidos de aves predadoras.

Todas estas son estrategias para ahuyentar a los animales que cruzan por el aeropuerto capitalino. La presencia de estas especies puede resultar fatal tanto para ellas como para las más de 100 mil personas que diario aterrizan o abordan un avión en la CDMX.

Por lo menos 73 tipos de aves atraviesan a lo largo del año el AICM. La época de migración —de septiembre a marzo— es la más peligrosa: especies grandes como las golondrinas, el cola roja y los peregrinos suelen volar en parvadas y son difíciles de disuadir.

Por eso, para evitar accidentes, el AICM cuenta con una Unidad de Control de Fauna, coordinada por Nayeli Flores Guadarrama y donde trabajan —en cuatro turnos— 22 biólogos y veterinarios; la Unidad está integrada también por cuatro perros de acoso y repulsión que trabajan entre las pistas de despegue y aterrizaje, cinco aguilillas de Harris, dos halcones aplomados y dos halcones peregrinos para resguardar las alturas.

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Espantapájaros

Controlar a las aves que vuelan cerca o dentro del aeropuerto no es fácil: suelen encantarles los espacios amplios, solitarios, y llegan a acostumbrarse al ruido e incluso a las camionetas de vigilancia que las ahuyentan. Algunas, al escuchar el motor, simplemente cambian de sitio, otras fingen su muerte para proteger sus nidos.

Cuando las redes no funcionan, cuando ni el olor a uva que tanto odian las hace salir, la Unidad de Control de Fauna del AICM tiene un plan B: encienden la camioneta y aceleran; en la caja trasera viajan tres personas, cada una con un guante de donde se sostiene una aguililla de Harris.

Cuando el vehículo supera los 50 kilómetros por hora, Silao, Frijol y Tas emprenden el vuelo. Raudas, planean por los alrededores, suben y bajan, asustan a los animalillos que encuentran a su paso, los persiguen hasta hacerlos salir de su territorio: el aeropuerto.

Los silbidos y el sonido que hace el guante de piel cuando el entrenador agita la mano son la señal de retorno. Las tres aguilillas pardas, con su cola moteada de blanco, buscan la camioneta que no ha parado de avanzar, arrecian el vuelo y aterrizan sobre los guantes de sus entrenadores. La rutina se repite un par de veces al día.

Desde hace cuatro años —cuenta Nayeli Flores, bióloga—, existe un programa de conservación de especies en el AICM. “Antes se usaba la cetrería: las aves volaban, cazaban y mataban. Nos dimos cuenta que era una mala estrategia, afectábamos a las especies, no había disminución y las aves de trabajo no respondían, porque al cazar y comer se sentían satisfechos”.

El plan actual de la Unidad de Control de Fauna del AICM es la dispersión: Nini, Vica, Luna y Molo son los perros que corretean a las aves, las aguilillas de Harris las ahuyentan y los halcones presumen su superioridad físicanatural para sacarlas de su territorio.

Ilse y Madison son halcones peregrinos. Su carácter es duro, agresivo. Para reducir su estrés se les transporta con los ojos cubiertos.

Su dinámica de trabajo se asemeja a la cacería. Los entrenadores utilizan un “pato” fabricado de piel al que introducen trozos de carne; necesitan espacios amplios, porque el vuelo de un halcón es alto, veloz y de grandes distancias.

Su misión es ahuyentar a las aves que sobrevuelan el aeropuerto. Recorren el espacio en círculos, siempre con la intención de cazar al “pato” que agita el entrenador.

El juego puede parecer perverso, pero es efectivo: el halcón quiere comer, así que intenta confundir a su presa ficticia. Mientras tanto, su sola presencia ahuyenta a las aves en las cercanías. El halcón baja el vuelo, observa al “pato”, se lanza sobre él… Pero la camioneta acelera y no logra atraparlo. Desde las alturas, el ave enfoca de nuevo a su presa: en dos segundos, el juguete ya está entre sus garras.

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Perros, gatos y ¿culebras?

En el AICM, las aves no son el único riesgo. También están identificados cinco tipos de mamíferos y cinco de reptiles. Tan solo en 2017 se dispersaron 750 mil aves, 80 perros y gatos, y 15 culebras.

“La ciudad es totalmente urbana: no tenemos selvas, ríos o bosques alrededor, y nuestras necesidades son distintas a las de cualquier aeropuerto en el país. Aquí, los perros y gatos callejeros son un riesgo común, pero también las culebras dificultan las operaciones diarias”, dice Nayeli Flores.

Una llamada de la torre de control basta para movilizar las camionetas que recorren las pistas para controlar la fauna. Desde lo alto, un vigía sigue el paso de los perros y los gatos. Los vehículos los guían fuera de la zona de riesgo y, una vez capturados, son llevados a una unidad de control canino.

Ratones y conejos son otras especies que deben controlarse, pues atraen a otras aves de presa de la zona. Y, cuando se trata de reptiles, el más familiar es la culebra sorda, endémica de la capital.

Aunque la Unidad de Control de Fauna del AICM trabaja las 24 horas, los animales que la conforman terminan a las 19 h. Viven en el aeropuerto, dice Nayeli, son parte viva del equilibrio que existe entre la agitación de los vuelos y el medio ambiente.

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