Joaquín Rocha es el único boxeador mexicano en la historia que ha ganado una medalla en la categoría de los pesos completos. Su hazaña ocurrió hace 50 años, en los Juegos Olímpicos de México 68
En México lo apodaban “mastodonte”, pero en realidad, Joaquín Rocha era un pequeñuelo entre los gigantes que compitieron en los pesos completos del boxeo olímpico. Nunca antes un mexicano había brillado en esa categoría. Después de México 1968, eso no ha vuelto a pasar.
Sucedió en la Arena México, donde gracias al vigor y el empuje de Rocha —nativo de Azcapotzalco— superó a rivales que pesaban más de 100 kilos a pesar de que él apenas llegaba a los 85 kilogramos.
El joven mexicano era un superdotado para el deporte, fue campeón nacional en frontón, jugó basquetbol y bateó para los Tigres en la Liga Mexicana de Beisbol. El destino lo llevaría al podio olímpico con la medalla de bronce, que en dos ocasiones ya ha bañado en oro.
La serenidad nunca ha descrito la vida de Joaquín Rocha, quien presume más heridas por travesuras que por los golpes recibidos arriba del ring. Al menos cuatro cicatrices tiene su historia, pero la que más recuerda fue la que se hizo cuando tenía 7 años.
“Había unas resbaladillas grandotas. Yo me aventaba de las chicas, pero mi hermano me dijo ‘vente para acá’. A la hora que me aventé que me salgo, de ahí me partí y me quedó esta herida (en el mentón)”, cuenta Rocha, ataviado con el uniforme olímpico de 1968.
“Un policía me metió a la delegación, yo creí que me iban a atender, pero el juez me preguntó qué había pasado, le dije que me caí y me dijo ‘córrele con tu mamá para que te cure’”, recuerda.
De estirpe luchadora
El rigor y la rudeza acompañaron la vida de Joaquín en casa, donde Florencio “Yaqui” Rocha, luchador independiente en la época romántica del pancracio, forjó a sus hijos con base en la disciplina y el amor propio.
El deporte como método estuvo presente en Joaquín, jugador de voleibol y practicante de atletismo en la primaria, antes de probar suerte en el frontón a mano limpia y ser considerado el mejor zaguero del país.
“Le gané a todos los medallistas de exhibición del 68; si no hubiera sido boxeador, hubiera sido medallista olímpico en frontón”, asegura.
En el diamante también escribió historias con la garra felina al jugar un partido, el último de la temporada 1964-65, del llamado “Cuadro del Millón”. El rival eran los Charros de Jalisco, y con el título asegurado para los Tigres entonces capitalinos, Rocha fue llamado por el manager José Luis “Chito” García. Entró a la caja de bateo y el grandote despachó un doblete, pero su futuro estaba en otro lado.
“Un amigo me dijo que hacía falta un peso completo en el boxeo. Nunca me había subido a un ring, así que le dije que si encontraban ropa de mi tamaño lo haría, y que la encuentran”, recuerda con una sonrisa.
“Me enfrenté a un gordo, lo derribé de dos golpes. Me pusieron un sombrero y yo dije de aquí soy y me fui al Comité Olímpico Mexicano”.
La primera respuesta que recibió es que no tenía cabida en el equipo, ya que sólo aceptaban campeones nacionales y él apenas podía presumir un anecdótico primer triunfo. Sin embargo, el entrenador nacional, el polaco Enrique Nowara, le dio una oportunidad. Las razones: el “mastodonte” medía 1.95 metros, pesaba 85 kilos y tenía 23 años. Un gigante para lo que había en México en esa época, un pequeñuelo para el mundo.
“El boxeo no es una diversión. Aquí te estarás jugando tu porvenir. Representar a México es lo máximo y tendrás que dar tu mejor esfuerzo por conseguirlo”, le advirtió su padre, cuando supo que se había embarcado en la travesía olímpica.
La gloria
Se unió a la concentración del equipo olímpico y los sobresaltos continuaron. El bullying de aquella época era rudo y Rocha estuvo a punto de privar a México de una medalla olímpica.
“Andaba matando a Ricardo Delgado (oro, en peso mosca, en 1968). Me hicieron una vacilada, me levanté enojado y me dijeron ‘ese fue’. Ricardo estaba durmiendo, yo creo que ni fue él pero yo estaba enojado, alcé las patas de la cama y a la hora de bajarlo su cabeza quedó atorada entre la pared y la misma cama, le hubiera quitado un oro a México”, recuerda entre risas.
Joaquín llegó a los olímpicos de octubre de hace medio siglo con solo 11 peleas (10 victorias y una derrota), un récord que no alentaba a nadie. “Si te pegan muy duro te clavas, te enconchas”, instruyeron a Rocha desde la esquina tricolor. Ese mensaje inspiró a Rocha para ganar las peleas a Adonis Ray, de Ghana, y a Rudolfus Lubbers, de Holanda.
En semifinales fue derrotado por el soviético Jonas Cepulis, luego de que el juez decidió para la pelea en el segundo asalto, pero su medalla, la novena y última de México en esos Juegos Olímpicos, estaba consumada.
La ganancia olímpica
Cuatro años más tarde, Rocha intentó llegar a los olímpicos de Munich, en Alemania, pero días antes de viajar las autoridades le avisaron que no estaba contemplado llevar a pesos completos. Decepcionado, se retiró del boxeo. Acabó con 49 peleas y solo siete derrotas; pero los recuerdos de aquel bronce marcan su vida.
“El uniforme olímpico tuvo su historia. Me duró como 30 años. Con ese fui a la inauguración y clausura de los Olímpicos, con ese me casé, y llevé a mi primera y mi segunda hija en sus 15 años”, cuenta.
Como parte de los premios, Rocha recibió un rólex de parte del presidente Gustavo Díaz Ordaz, un carro, unas placas para taxi que le permitieron cumplir el sueño de su padre de manejar un cocodrilo (taxi de la época) y una casa en la que vive actualmente. “Me ha ido bien, no me puedo quejar, a veces con altas y otras con dificultades, pero como dicen, llego a este momento diciéndole a la vida que estamos en paz”.