Para Villoro, el ritmo de la Ciudad de México es una fusión entre un carnaval y el apocalipsis
FOTO: LULÚ URDAPILLETA
Este jardín es un templo del silencio. No se escucha nada. O casi nada, salvo quizá al perro: un cachorro de gigante de los Pirineos que con sus pocos meses ya ostenta un tamaño de coloso. Se puede escuchar cómo arrastra con el hocico su plato metálico por la loza. Enseguida, el canto de algún pájaro. Poco después, la insistencia del teléfono. Ni el rincón más apacible de la casa de Juan Villoro se salva de la intromisión del ruido.
¿Cuál es la importancia del silencio? Juan Villoro, escritor, periodista, dramaturgo, premio Herralde de Novela… En fin: Juan Villoro; se acuerda de su padre, el filósofo y diplomático Luis Villoro Toranzo.
“Mi padre escribió un libro que se llama La significación del silencio. Y tal vez, porque a él le gustaba tanto el silencio, como protesta yo me dediqué a escuchar rock cuando era joven”.
Si algo le apasiona a Villoro, además del futbol, es el rock. En sus años juveniles fue guionista de un programa dedicado al género en Radio Educación y hace tres años, de la mano de los músicos Diego Herrera, Alfonso André, Federico Fong y Javier Calderón, creó un espectáculo que fusiona este género musical con los cuentos de su libro Tiempo transcurrido. Esta representación se llama Mientras nos dure el veinte, inició en el Vive Latino 2004 y este sábado llega a su fin con su última presentación en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, en el Centro Histórico.
Mientras la banda toca, Villoro lee al micrófono las crónicas de una Ciudad de México congelada en las casi dos décadas que corren de 1968 a 1985. Del movimiento estudiantil al temblor. Un espectáculo urbano que tiene como protagonista a una ciudad que nunca se calla.
“Todas las ciudades tienen un ritmo especial”, dice Villoro. “El escritor Enrique Vila-Matas definía a Barcelona como la ciudad nerviosa. La Madame Bovary de las ciudades. Bueno, pues entonces yo creo que la Ciudad de México es la “Janis Joplin” de las urbes, capaz de combinar el carnaval con el apocalipsis, donde sus habitantes estamos de fiesta y, a la par, al borde del colapso”.
Su trabajo como escritor es dar cuenta de esos ritmos. Villoro se asume como un privilegiado. “Los escritores somos muy favorecidos. Tener esta oportunidad obliga a dar algo a cambio: tratar de entender la sociedad que te rodea. Tenemos la responsabilidad de que el mundo cambie un poco. Si soy testigo de algo, creo que debo plasmarlo para que los otros se enteren”.
Pero advierte: “Esto no quiere decir que tenga razón. Muchas veces hablo de un tema y la gente tiene una opinión contraria”.
En últimos días, el bullicio se concentra en las cenizas del arquitecto Luis Barragán transformadas en un diamante incrustado en un anillo. Una obra de la artista Jill Magid que desde la semana pasada se exhibe en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC). En diversas ocasiones Villoro se ha unido a las voces críticas ante la pieza de Magid. Tras la publicación de la última opinión de Villoro sobre el tema, el director del MUAC, Cuauhtémoc Medina, respondió que las palabras del escritor eran una incitación a la censura, esa forma del silencio.
“El papel de alguien como yo es tratar de entender. Exclusivamente. El arte contemporáneo está ahí como una gran interrogante, yo trato de entender. No siempre lo hago, o lo que yo entiendo no es necesariamente del gusto de otras personas”, dice el escritor.
Cuestionar no es censurar, recuerda el escritor. Y esto es lo que cuestiona: los vacíos legales que permitieron abrir la tumba de Barragán en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres y la extracción de las cenizas de un hombre que en vida repudiaba las joyas, para convertirlo en un diamante exhibido en un museo. “En este país de fosas comunes, convertir una tumba en un capricho estético me parece una frivolidad”.
Antes de la inauguración, el coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de México, Jorge Volpi, recuperó en un tuit las opiniones antagónicas de Medina y Villoro sobre la pieza de Magid. “Es lo que hace un buen político: privarse de la oportunidad de opinar”, dice Villoro. “Un intelectual no puede ser neutral. Un político, sí. Por eso creo que en ese sentido Volpi es un buen político”.
El silencio puede adoptar la forma de estrategia política; pero también de contemplación mesurada en tiempos donde las redes sociales casi obligan a opinar sobre todo. Callarse es, a veces, necesario.
“El silencio es una forma del significado. Debemos tener pausas y lentitud en la interpretación. Hay algo que no nos dicen las redes sociales, que tiene que ver con el silencio. La rectificación, la recapacitación, suelen ocurrir en silencio, porque es un movimiento que va de afuera hacia dentro. Pero nadie manda un tuit para decir: ‘ya entendí, cambié de opinión o me arrepiento’. Es un tema que desemboca dentro de ti y se manifiesta en silencio”.
En sentido contrario, la indignación exige “una respuesta hacia fuera, que exclames un repudio. En redes sociales se sobredimensiona el ruido de la indignación y nunca se expresa el silencio de la recapacitación. Cuando aprendemos a pensar de otra manera, ocurre en silencio”.
En cifras:
- 2004 fue el año en que el escritor Juan Villoro ganó el Premio Herralde por su novela El testigo.
- 1986 es el año en que se editó Tiempo transcurrido, el libro en el que se basa Mientras nos dure el veinte.
- 3 años duró el show Mientras nos dure el veinte. Este sábado ofrece su última presentación.