No les bastó con radicalizar la ideología hippie de los 60 con su estética oscura y gritos duros, también han sabido adecuarse al paso de los años conservando las camisetas negras (o casi, por deslavadas) debajo del saco y la corbata.
VESTIR DE NEGRO
No importa que estemos a 30 grados: el metalero no suelta sus camisetas negras (con estampado de plástico que los hace sudar doble) ni su chamarra de piel.
BEBER CHELA
Su combustible en la vida. En reuniones, ensayos y conciertos no faltan las caguamas ni el cartón. En días especiales, compran una Trooper y se sienten soñados.
SER GODÍNEZ
Los metaleros van a la oficina, porque si no cómo sacan lana para sus conciertos. Hacen jetas cuando alguien pone José José; ellos intentan evangelizar con Nightwish.
ODIAR LA OTRA MÚSICA
Aunque en secreto disfruten cuando el taxista sintonice Mix FM, el metalero jamás va a reconocer que le gusta otro género. El “rock” a secas es para blandengues.
AIR GUITAR
Sepan o no tocar, los metaleros no pueden resistir la tentación de imaginar que están sobre un escenario gigante ejecutando un virtuoso solo ante miles de fans.
CUIDARSE EL PELO
Los varones nunca lo reconocerán, pero su cabellera es su bien más preciado y a menudo, cuando headbanguean, se sienten en un comercial de shampoo con acondicionador.
SER CURSIS
No hay metal sin baladas, mucho más melosas que las de “La nueva amor”. El metalero tiene su corazoncito, llorará y dirá que se le metió un solo de guitarra al ojo.