En los últimos años, el mundo ha sido testigo de cómo se ha acentuado el flujo migratorio.
Guerras, represión, crisis económicas y sociales han obligado a millones de personas a dejar su lugar de origen, ya no digamos en busca de una mejor vida, sino simplemente con el objetivo de sobrevivir.
Pero lejos de encontrar empatía, hemos visto cómo Europa ha cerrado sus fronteras, mientras que Estados Unidos ha reforzado una política de cero tolerancia, separando y destruyendo a miles de familias.
Pero la xenofobia no es un mal exclusivo de Estados Unidos ni de Europa. Durante las últimas semanas hemos visto este fenómeno expandirse a lo largo de una región como Latinoamérica, en donde, irónicamente, solemos jactamos de decirnos hermanos.
Según la ONU, más de 550 mil personas han escapado de las precarias condiciones en las que vivían en Venezuela, mientras que en Nicaragua, el conflicto civil que lleva cuatro meses agravándose con las represalias gubernamentales ha orillado a miles de nicaragüenses a buscar refugio en países vecinos, donde no son bien recibidos.
“Según la ONU, más de 550 mil personas han escapado de las precarias condiciones en las que vivían en Venezuela”
Una muestra de ello es lo ocurrido en Costa Rica, donde el viernes pasado se celebró una manifestación xenofóbica sin precedentes. Cientos de ticos salieron a las calles con suásticas, banderas de Costa Rica y bombas molotov para agredir a los nicaragüenses que han buscado refugio en su país, culpándolos y señalándolos por los problemas que afectan a Costa Rica.
Al mismo tiempo, Ecuador anunció que, a partir del fin de semana, solicitará pasaporte vigente y válido a todos los venezolanos que quieran entrar a su país, dejando así a miles de migrantes varados a las orillas de la frontera en donde cada día solían entrar cerca de tres mil migrantes. Esta medida también será adoptada por Perú a partir del 25 de agosto.
Como si no fuera suficiente, Brasil, que ha dado albergue a más de 40 mil venezolanos, enviará tropas a su frontera con Venezuela debido a la presión social.
El robo a un comerciante por parte de cuatro venezolanos dio pie a un sinfín de manifestaciones en contra de los migrantes. Algunos brasileños incendiaron los campamentos de refugiados, quemaron sus pertenencias y atacaron a venezolanos con piedras y otros artefactos, lo que ha obligado a miles de migrantes a abandonar el país y comenzar una nueva excursión en busca de una morada.
Si bien es cierto que la inmigración puede acarrear una serie de problemáticas, no podemos ignorar el origen de las mismas. Lejos de ayudar, la discriminación y la xenofobia solo crispan más la situación. A veces solemos olvidar que la humanidad es más importante que cualquier frontera.