Joaquín Gamboa Pascoe, líder desde hace una década de la Confederación de Trabajadores de México, ha tomado una decisión que lo retrata. Consciente de que los tiempos cambian, ordenó retirar y reubicar los bustos de sus antecesores en la dirigencia de la CTM (Fidel Velázquez y La Güera Rodríguez Alcaine, respectivamente) para colocar en su lugar, ya no un busto, sino una maravillosa estatua de sí mismo de 2.70 metros de altura donde el líder obrero que nunca fue obrero, pero sí lechero, luce como el abuelito de los Mirreyes, galán y altivo, como una especie de Hugh Heffner sindical.
En tiempos recientes un exalcalde de Michigan construyó su efigie en bronce y la puso en la entrada de su casa, y el futbolista Balotelli encargó una estatua en la que ordenó aparecer mostrando sus músculos. Arnold Schwarzenegger se mandó a hacer tres. Esto no quiere decir que esta práctica esté de moda. Hacerse una estatua en vida en tiempos en los que muchos buscan sus warholianos 15 minutos de fama parece francamente anacrónico, sin importar que usted sea un líder de algún sindicato o el director de El Universal; aunque hay que reconocer que finalmente Gamboa Pascoe consiguió sus 15 minutos gracias a su patética ambición de pasar a la posteridad.
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Lamentablemente la posteridad no llegará, porque cuando –Dios no lo quiera—el Señor lo requiera para organizar un sindicato charro en el cielo, su sucesor en la CTM, siguiendo las enseñanzas que él mismo dejó, ordenará retirar su espléndida efigie para arrumbarla al lado de las otras dos y, consciente de la gran responsabilidad que lleva sobre sus hombros y del valor supremo de su investidura, colocará una nueva estatua, más grande que la anterior, para venerarse a sí mismo y –¡mejor aún!– permitir la veneración de todo el gremio trabajador mexicano.
Así se irá volviendo una bonita tradición que, tras la muerte del líder en turno de la confederación, el relevo ‘reubicará’ la estatua vieja y colocará una nueva, siempre más grande que la anterior, y en la entrada del auditorio se irán amontonando las otras estatuas que ya pasaron por la gloria y el vestíbulo.
Y es que, cuando uno pertenece a un gremio servil e inmóvil, cuando uno encabeza y representa el fracaso del sindicalismo mexicano, y cuando uno no es más que el acedo pero bien vestido embajador de un sistema corrupto, decadente y ostentoso, ya no le bastan 15 minutos de fama, es necesario tener por lo menos 15 minutos de estatua. De este modo, podremos decir de manera oficial que la posteridad dura 15 minutos. Y pasados los 15 a chingar a su madre porque ahí viene la próxima posteridad.
¿Y todo esto para qué? Diría Monterroso: “Para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”. Y para que las futuras generaciones de obreros y trabajadores mexicanos se inspiren pensando que un día podrán tirar la estatua en turno y poner la suya. Faltaba más. ¡De eso se trata la historia de México!
( Fernando Rivera Calderón)