La larga crisis de derechos humanos que padece México, aunque ha transcurrido durante gobiernos federales emanados del Partido Acción Nacional (PAN) y del Partido Revolucionario Institucional (PRI), también ha tenido la contribución de autoridades surgidas del Partido de la Revolución Democrática (PRD), esa organización política que alguna vez fue referente de resistencia, pero que en los últimos años quedó atrapada por una lógica simple y única: la de buscar y preservar poder.
Nestora Salgado García, Arturo Campos Herrera, Gonzalo Martínez González, Cano Morales Antonia, José Leobardo Maximino, Rafael García Guadalupe, Benito Morales Justo, Abad Francisco Ambrosio, Florentino García Castro, Eleuterio García Carmen, Samuel Ramírez Gálvez, Ángel García García y Bernardino García Francisco, son los nombres de los integrantes de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC) que actualmente están presos, junto con los miembros del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a La Parota (CECOP): Marco Antonio Suástegui Muñoz,Emilio Hernández, Julio Ventura y José Palma Tórnez.
Mediante la manipulación de pruebas y torciendo el sistema jurídico para cumplir con caprichos y revanchas políticas, estos activistas fueron encarcelados durante el gobierno de Ángel Aguirre, quien después de renunciar al cargo en medio de la crisis de Ayotzinapa, fue relevado por Rogelio Ortega. Ortega decepcionó de inmediato a un buen sector de la sociedad guerrerense al decidir que su primer acto como gobernador sustituto sería visitar al presidente Enrique Peña Nieto y no reunirse con los padres y madres de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos; después alabó públicamente a su cuestionado antecesor, diciendo que era un “seductor y coqueto: ¡un tanque de la política!”.
Pero otro de los principales cuestionamientos que se le hacen a Ortega es que a un mes de asumir el cargo no haya liberado todavía a estos 17 presos políticos condenados no solo por la administración estatal del PRD, sino también por su dirigencia nacional que no ha hecho nada para revertir esa grave injusticia.
En los noventa, cuando el PRD fue creado, hubiera costado trabajo imaginar que aquel partido surgido después del fraude electoral y cuyos militantes eran víctimas constante del autoritarismo político, con el paso del tiempo, al obtener pizcas de poder, se volvería una patética fuerza autoritaria más dentro del repertorio antidemocrático de México.
Ante el abandono que hizo el PRD de su posición original en la izquierda, quizá vale la pena repensar estas palabras de Tomás Segovia: “Hoy está claro, me parece, que la izquierda no es el otro de la derecha, situadas ambas en una relación opuesta pero simétrica respecto del poder: la izquierda es ante todo el otro del poder, el otro ámbito y el otro sentido de la vida social, lo que queda sepultado y olvidado en el poder constituido, la vuelta de lo reprimido, la voz de la vida en común ahogada por la vida comunitaria, la voz de los desposeídos antes que la de los pobres (y la de los pobres sólo porque son mayoritariamente, pero no exclusivamente, los desposeídos) – la izquierda es la Voz de los Muertos”.