A manera de recordatorio, por @alexxxalmazan

Cuando estudiaba la preparatoria les decía a mis amigos que yo no había tenido infancia. ¡Pero claro que la tuve! La viví en el Arenal, desde una miscelánea que atendía mamá. Pasaba que yo negaba esos años por ciertos pasajes que quería olvidar, como la vez cuando vi cómo mataron a botellazos a un chico que sólo trataba de emborracharse un sábado por la noche, como la vez en que el cabrón del Pato me puso la pistola en la cabeza, o como todas esas veces cuando afuera de la tienda los malandros hacían de las suyas. En el barrio, ya se sabe, uno se come la boca y se arranca los ojos. Sólo la indiferencia, piensa uno, lo ayuda a sobrevivir en el infierno. Necesité entrar a este oficio para entender que el silencio es lo que aviva al crimen y a sus secuaces. O sea, lo peor es quedarse callado.

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Quizá por eso, desde hace cinco meses, cuando el Estado desapareció a los 43 normalistas, he sentido como propio todo aquello que ha servido como recordatorio del arruinado país en el que estamos parados. Las marchas por Ayotzinapa, el diario pase de lista de los 43 que se hace en Twitter, la iniciativa de los ilustradores para no olvidar el rostro y los nombres de los 43, la protesta de aquel universitario (Adán Cortés) en la ceremonia del Premio Nobel de la Paz, las condenas que hace Elena Poniatowska en cada foro al que la invitan, los textos que escriben los colegas contraviniendo la verdad histórica del procurador, las columnas de Villoro, la solidaridad que viene de otros países, la propuesta de Raúl Vera para reescribir la constitución, la idea de un Congreso popular y, por supuesto, el pequeño spech que dijo Alejandro González Iñárritu durante los Oscar.

Entiendo que la vida ya de por sí es difícil como para comprar desgracias ajenas. Pero los 43, los otros miles de desaparecidos, los secuestrados, la casita en la Lomas y los ladronzuelos que tendremos como candidatos nos dicen que todos estamos amagados por el crimen, por la muerte y por la corrupción. Probablemente esto les suene a lugar común, pero lugar común, en estos tiempos de la política más salvaje y vil, sería quedarnos callados. Desde el foro con mayor rating hasta la calle más solitaria, vale la pena hablar de lo que nos está sucediendo. El barrendero, el plomero, el taquero, el mecánico, el arquitecto, la abogada, la doctora, la diseñadora, la maestra, el periodista… Cada uno, desde el lugar que les toca, no debería olvidar que la desaparición de los 43 simboliza cómo a México se lo está llevando el carajo y que debemos hacer algo ya. Recuerdo a un colega que renunció por censura. “Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí”, dijo cuando abandonó la redacción. Hoy es un escribano del poder e ignoro si sus hijos siquiera lo miran a los ojos. No callarse, creo, es una cuestión de dignidad que no tuvo aquel colega, pero estoy seguro que ustedes sí. Es nuestra obligación que este gobierno no nos derrote por haber sido olvidadizos.

Hay veces en las que pienso que si alguien se hubiera atrevido a ponerle un alto al crimen en mi barrio, el Arenal podría ser hoy un lugar donde se respetara la vida. En México, también necesitamos ese respeto y puñados de derechos. Por suerte, aún tenemos la palabra y el pensamiento; y esto siempre ha escapado de las manos del crimen y del poder.

 

(Alejandro Almazán)