Llevamos más de una semana atrapados en el melodrama, y alguien (‘alguienes’) debe(n) estar disfrutando mucho esta jugada perversa.
Tras la recaptura de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, vimos primero las reacciones triunfalistas de un gobierno necesitado de oxígeno. Pero muy pronto, antes de que comenzaran las preguntas incómodas, la atención se volcó en la farándula a través de filtraciones bien dirigidas. En esto debemos ser muy autocríticos los medios de comunicación: lo que hemos visto en los días que corren ha sido, sobre todo y con contadas excepciones, un periodismo de revancha, adicto a las filtraciones y sin contexto. Obligado ponernos el espejo enfrente.
Y que conste: no niego la importancia de debatir la narración del encuentro de Sean Penn con el Chapo. Como tampoco me parece cosa menor que se revelen nexos entre el mundo del espectáculo y el crimen organizado (que han existido desde que los tiempos son). El problema es que se nos han ido las horas entre la histeria de si Sean Penn es periodista o no y la especulación sobre el encaprichamiento del criminal con la actriz. Esto último, principalmente, a partir de filtraciones que los medios hemos reproducido sin contexto ni pudor (asumo el plural sólo para no ponerme en plan tan inquisidor).
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Ojalá con el arranque de la semana vengan también la cruda moral y un poco de sensatez. Y comencemos a hacer las preguntas que importan: exigir la presentación de pruebas fehacientes en las acusaciones contra Kate del Castillo, Yolanda Andrade, etc.; retomar la revisión del vector de corrupción y colusión que en su momento permitió la fuga del Chapo; entender operativos más allá de escenificaciones; cuestionar la recomposición del crimen organizado en el país, y un largo y terrible etcétera. Subrayo lo de terrible.
Soñé que salvaba al Chapito, me cuenta una persona con quien converso casualmente. “Venía corriendo, huyendo, y yo lo salvaba”. Al Chapito, así, en diminutivo. Me llevó mucho choro explicarle que el Chapito es un criminal a sus anchas; le hablé de muertes, de drogas, de la inestabilidad del Estado, de periodistas asesinados, de… Puse mi mayor esfuerzo, y al final esa persona me miró un poco con #ternurita y me dijo “tienes razón”. Escuché claramente el avión que volaba cerca de mí. Mientras se retiraba asumí mi derrota. Estoy segura de que esa persona seguirá soñando con “salvar al Chapito”. De ese tamaño el entuerto narrativo y social y cultural y político y lo que sea.
Si en los días que comienzan logramos enmarcar todo lo sucedido (Kate, Sean, el Chapo, Moreira, Guerrero, etc.) en contextos verificados, con atención a lo multifactorial de los problemas y con la humildad de volver a hacer preguntas, habremos aprendido algo. Si no, seguiremos tundiendo a ciegas y queriendo salvar a los impresentables.
Así las cosas.