Hace algunos meses escuché al responsable de la marca Uber en México hablar, en el programa matutino Así las cosas que transmite de lunes a viernes W Radio, acerca de cuatro ventajas competitivas que el servicio tiene frente a los taxis tradicionales: el precio, la seguridad, la inmediatez y (escandalosamente) el “tipo” de gente y de autos que brindan el servicio.
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La discriminación es uno de los problemas más serios que hay en México. Vivimos en un país en el que un alcalde verdaderamente subnormal (el de San Blas, Nayarit) puede subirle, en reiteradas ocasiones, el vestido a una mujer en un acto público y no sucede absolutamente nada. Un gobernador (el de Chiapas) puede abofetear a un subalterno públicamente sin que esto tenga consecuencias. La explotación laboral en niveles industriales y rurales es verdaderamente indignante. Segregar a la población en base a su aspecto o condición socioeconómica sólo contribuye a exacerbar esta nefasta dinámica social
La seguridad y la inmediatez son dos ventajas que Uber comparte con servicios como Easy Taxi o Yaxi. Queda el asunto del precio: sin duda el tema más controversial: un aspecto que en países cuyas legislaciones reaccionan con más velocidad a los cambios que la tecnología trae a la gestión del espacio público, ha provocado regulaciones en algunos casos (Francia), la prohibición del servicio en otros (Alemania, Colombia o Japón) y la transformación del giro de negocio de la aplicación en otros más (España). La tendencia a limitar Uber no es ubicua. En Nueva York, por ejemplo, los autos que operan Uber ya superan en número a los icónicos taxis amarillos.
Hace unos días me fue referida la siguiente anécdota: un usuario de Uber fue cercado por dos taxistas mientras abordaba su automóvil. Los taxis se colocaron en el frente y en la retaguardia y de ellos emergieron dos tipos con bates de beisbol y tundieron el auto hasta dejarlo inservible. El chofer huyó y el usuario se enconchó en el interior absolutamente aterrorizado.
Es evidente que la violencia es indeseable en casi todas sus manifestaciones. La reflexión inmediata nos urge a condenar a los taxistas que perpetraron el asalto. Sin embargo cuando la ausencia de ley y de garantías justas y equitativas es la norma (como lo es en México), el uso de la fuerza como argumento se transforma en una de las herramientas de defensa más comunes. Para muestra hay que ver los brotes sociales que hoy han emergido en México desde Baja California hasta Quintana Roo pasando por todo el territorio nacional.
Cuando la erosión institucional alcanza niveles como los actuales, distinguir las resistencias legítimas de aquellas vandálicas o delincuenciales es muy difícil. La afirmación racista (y estúpida) del dirigente uberiano es un termómetro más de la pugna social que se está alimentando a través de la incapacidad del gobierno de reaccionar ante una población polarizada por la inequidad y atravesada por la ilegalidad. Una liga cuya elasticidad amenaza con quebrarse en cualquier momento.
(Diego Rabasa)