SÍGUEME EN @drabasa
Hace un tiempo me percaté de que los libros que más me gustan son aquellos en los que tengo que responder “No sé” a la pregunta “¿De qué se trata?”. Ya intuía esto, pero el asunto se volvió perfectamente claro durante una conferencia de Julian Barnes a la que asistí en enero. El escritor inglés estaba hablando acerca de su última novela, El sentido de un final, y explicó que el momento en el que su forma de encarar la literatura cambió de manera definitiva fue cuando entendió que el novelista tiene que escribir alrededor de algo y no acerca de algo.
Hace unos días me invitaron a presentar el nuevo libro de Guadalupe Nettel, El matrimonio de los peces rojos. Cuando terminé su lectura lo primero que pensé es que no sabía de qué se había tratado el libro. Transita por de varios temas: la paradoja que existe alrededor de nuestra incapacidad para organizar de manera estable y ordenada nuestra vida en pareja y nuestra casi ineludible vocación por encuadrar el amor romántico en este formato. Habla de la alienación del individuo ante el mundo. De la presencia de agentes invasivos, patológicos y virulentos en nuestra vida. Diserta acerca de la experiencia de la paternidad/maternidad y de cómo ésta implica un cambio paradigmático en la forma en la que encaramos nuestra existencia. Muestra con claridad como la atenta observación del mundo animal sirve como una superficie reflejante que permite vernos, contenernos, comprendernos. Pero todo esto parece ser un mero pretexto para que algo más habite en el centro de la narración. Una presencia extraña. Eso que Javier Cercas llama el punto muerto de la literatura.
Los cuentos de Guadalupe son como un movimiento telúrico: nos advierten que hay fuerzas superiores a nosotros escondidas en eso que llamamos tierra firme. La presencia de lo oculto, de lo subterráneo, es un componente esencial en el libro. El niño que se mueve feliz en el anonimato de la noche en casa de sus tíos. Las cucarachas que emergen del subsuelo. El amante europeo de una mujer que es músico y que guarda en su sexo un hongo que le recuerda a él. La gravidez involuntaria de una mujer. La teoría del iceberg, podríamos decir. La vida gregaria se ubica en la punta. La vida interior, la que nos mueve, la que determina la quietud o las sacudidas del suelo sobre el que nos paramos, permanece oculta.
Asomarnos en este abismo negro produce vértigo, una escabrosa aproximación a lo real que llega hondo en nosotros y que se manifiesta a través de símbolos y representaciones que escapan la jurisdicción de nuestra conciencia.
Lo extraño es, en la literatura de Nettel, la norma. Se utiliza lo bizarro como una forma de mediación entre el sujeto y el mundo extraño que habita. En la configuración de un mundo alterado, el lector encuentra un poco de sosiego y de confort: no estamos solos en nuestra incomprensión del mundo.
*******************
¡Anímate y opina!
*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La semana de Frente.
(Diego Rabasa)