Mordidas, moches, pa’l chesco, que salpique, ponerse guapo o ayudarme a ayudarte, los actos cotidianos de corrupción nos lastiman más de lo que pensamos.
Llamémosle como mejor nos acomode, pero en un sexenio en donde no nos hemos cansado de señalar los constantes actos de corrupción cometidos por el gobierno, no podemos olvidarnos de los propios.
De acuerdo con el informe Barómetro Global de Corrupción 2017, publicado por Transparencia Internacional, 51% de los mexicanos ha pagado un soborno durante el último año, convirtiéndonos básicamente en el país más corrupto de Latinoamérica.
De acuerdo con el informe, la policía y los políticos son las profesiones más corruptas, pero, de nueva cuenta, no sólo se trata de políticos, sino de una corresponsabilidad en donde los ciudadanos jugamos un importante papel.
Y es que, al parecer, la experiencia de pagar mordidas o “ayudarnos con alguna ayudadita” se ha vuelto común al momento de solicitar servicios públicos, particularmente en cuanto a salud y educación se refiere.
De hecho, se estima que, en toda Latinoamérica, 90 millones de ciudadanos tuvieron que pagar algún tipo de soborno, ya fuera en dinero o en regalos, en escuelas, hospitales y oficinas de gobierno donde se tramitan documentos.
Esto se traduce indirectamente en una tolerancia y aceptación a los abusos en contra de la población civil, pues permitimos y fomentamos que los funcionarios públicos condicionen su trabajo a cambio de recibir cualquier tipo de recompensa, hecho que termina por socavar a todo tipo de institución.
Según señala Transparencia Internacional, una muestra de lo mucho que puede dañar la corrupción a un país se observa en los incrementos en la inseguridad, niveles de violencia y represión a la libre expresión de activistas y periodistas. ¿Les suena conocido?
No es coincidencia entonces que hoy más que nunca necesitemos replantear nuestra cotidianidad y presionar por un sistema robusto y transparente, capaz de sancionar a funcionarios, ciudadanos, empresas y gobiernos que cometan actos de corrupción, pues de lo contrario, seguiremos hundiéndonos en esta gigantesca laguna llamada impunidad.
Y es que, aunque le duela al Presidente (y sobre todo a los 100 millones de habitantes de este país), muchas de las desgracias que vivimos son producto de un Estado corrupto.
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