Uno nunca sabe en realidad cuándo deberá decir adiós. Los pensamos, estudiamos, imaginamos y hasta, en ocasiones, los ensayamos hasta tener listo el adiós ideal.
Pero la vida real nos juega malas jugadas. Las despedidas son tropezadas, torpes y hasta ridículas en ocasiones. No estamos listos para el dolor de la partida. No tenemos ese control hacia el desapego y, de facto, los preparativos sólo son un velo hacia nuestra verdadera impotencia hacia el final.
El adiós llega de imprevisto. Por más que digamos que lo esperamos y creemos simulacros, nadie quiere despedirse. Ya sea de un trabajo, un amor o un ser querido que muere, nuestros engaños de preparación caen ante la realidad, siempre más lista, avezada y cruel que lo que nosotros pensamos estar preparados.
Nunca he sido bueno para las despedidas ni para reaccionar ante ellas. Recuerdo algunas donde he sido hasta violento en el intento de que no se concrete. Violento, agresivo, grosero o irónico. De nada sirvió. Los finales no se amedrentan ante la amenaza pero, tampoco, ante el ruego de la negociación.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE GONZALO ONTIVEROS: MATI
Insensatos, de la ira pasamos al reclamo y la desesperación. Recuerdo a una tía llegar en el desaforo de la súplica para pedir, en el último aliento de vida de mi abuela, su perdón. El adiós después del acuerdo, la despedida que no deje remordimientos de por vida. Por supuesto, el perdón no llegó y el secreto del aullido se lo llevaron ambas a la tumba.
Este año se llevó a gente valiosa que va desde el famoso y connotado hasta el cercano y entrañable.
Fue la huida por la puerta de atrás de Scott Weiland. El exvocalista de Stone Temple Pilots murió víctima en la versión oficial de un infarto. Su exesposa prefirió no ser específica en las causas pero sí con las consecuencias al evitar idealizar los caminos que lo llevaron hasta ahí.
En 2015, Jacobo Zabludovsky trabajó hasta una semana antes de su muerte. Periodista enamorado del olor a tinta, Zabludovsky saltó a la radio y, de ahí, a convertirse en el rostro más identificado con el control oficial de la información pero, también, como uno de los mejores cronistas de medios electrónicos.
El 2015 acaba con el adiós a Leonard Nimoy, Lorena Rojas y del único Oliver Sacks.
Pero, también, fue la despedida de Carlos de Carcer. Apenas la semana pasada relataba aquí la importancia de su papel en los medios. Hoy reitero mi admiración por su auxilio, su enseñanza, su ambición por la perfección desde su humanismo.
No. No soy bueno para los adioses. Ninguno lo es.
No obstante, sirven para esperar con bríos las bienvenidas.