El miércoles próximo, millones de norteamericanos deberán cambiar, para siempre, su costumbre televisiva. Ese día, David Letterman realizará, por última vez, su paso frente a las cámaras en el Ed Sullivan Theatre de Nueva York.
Originario de Indiana, Letterman siempre fue un insatisfecho con la comodidad y la falta de riesgo. Dio el clima y creo un programa matutino que parecía bueno, pero no para los estándares de aceptación de la época.
Ahí, Letterman comenzó su primer gran obsesión en la vida: ser el comediante que sucediera a Johnny Carson. El rey de la televisión nocturna.
Carson cobijó a Letterman de todas las formas posibles, le dio espacio en su programa cuantas veces pudo y fue quien lo seleccionó para que condujera el show que iría después de su emisión: Late Night.
El programa fue un éxito pese a las críticas. Letterman era incisivo, agresivo a veces con los entrevistados –la mayoría, la camada joven de mediados de los noventa– e intentaba agradar con comedia física muy atrevida. Los logros eran tantos que lo natural hubiera sido que el espacio estelar nocturno de la NBC fuera para él, pero Letterman no pudo contra el cáncer que corroe a los medios: las guerras internas.
Helen Kushnick presionó, chantajeó y empujó a los ejecutivos de la NBC para obligar el retiro de Carson. La NBC que, desde tiempo atrás, no soportaba los atrevimientos de Letterman, optó por privilegiar a Jay Leno.
Cierto, Leno se quedó con el canal y los ratings; Letterman, con el prestigio y la voz.
La NBC debió dejar ir a Letterman quien, libre, firmó con la CBS para crear el segundo programa de revista más emblemático de Nueva York –el otro sería Saturday Night Live–. La oportunidad no la desaprovechó el cómico. Inventó figuras como Ray Romano, llevó a las alturas su celebración navideña con Darlene Love, usó gags con políticos que quedan a la posteridad y convirtió a su madre en corresponsal.
Sobre todo, Letterman empujó a su audiencia –de hecho, a toda la audiencia nocturna de los Estados Unidos– a salir del pasmo depresivo tras los atentados del 9-11. Para él, era imperativo volver a reír como método de sanación. Algo que no logró nunca su competencia.
Tuvo, sí, sus escándalos. Desde su operación de corazón abierto de emergencia hasta el intento de extorsión por parte de una asistente que era, a la vez, su novia. Letterman se retira porque, según sus palabras, la competencia cambió. Cierto, la carrera contra su némesis acabó hace un año y, ahora, Fallon y Kimmel deberán confrontar a Colbert.
Como sea, la despedida será de antología televisiva, sólo comparada con la de Carson en los noventa.
(GONZALO OLIVEROS)