Todos, absolutamente todos, tenemos días buenos y días de mierda. Días en los que o bien cometemos errores y soportamos apesadumbrados sus consecuencias, días en los que otros nos dejan fastidiarnos, días en que la vida nos arrolla sin que sea posible echarle la culpa a nadie. Por más inteligencia emocional que uno tenga, por más años de vuelo o práctica contemplativa, por más capacidad para la resignación que uno haya adquirido a lo largo de los años, hay días en los que simplemente no es posible evitar el sufrimiento.
Hace poco, mientras leía Limonov —la extraordinaria novela de Emmanuel Carrere— descubrí una técnica rusa que, bien practicada, podría constituir la solución a todos nuestros problemas. No hay que desconfiar de los rusos. Muchos de ellos son mafiosos, es cierto, pero debemos reconocer que, como pueblo, tienen agallas y una imaginación desbordante. Igual que los patafísicos, son expertos en encontrar soluciones imaginarias que muchas veces desembocan en hermosos desastres. Uno de esos inventos magistrales es el zapoi. Consiste en beber sin parar durante una par de semanas hasta conseguir olvidarlo todo: los problemas, las responsabilidades, la identidad y también la conciencia. Si un alemán se pasa la vida bebiendo cerveza y un mexicano el fin de semana en el bar, un ruso bebe durante días con la determinación de acabarse todo el vodka de su extenso país. No importa si para ello deba viajar en tren de ciudad en ciudad, dormir en la calle o asaltar un supermercado. Los eslavos suelen ser buenos amigos y por lo general se unen solidariamente a esas bacanales terapéuticas. Habrá quienes digan que tampoco ellos consiguen solucionar así sus circunstancias vitales, pero a diferencia de las técnicas más pusilánimes que practicamos nosotros, el zapoi tiene grandes ventajas. Cuando vuelves de ahí despiertas inmerso en una realidad muy distinta a aquella de la cual quisiste escapar: embarazaste a una, mataste a otro, destruiste varios coches e incendiaste uno o varios restaurantes. Es decir, tienes nuevos problemas, más dramáticos, más épicos, en qué pensar y los anteriores, aquellos por los que tanto sufrías, te parecen ya de un futilidad incontestable.
(GUADALUPE NETTEL)