Facebook y sus recuerdos desagradables: hace tres años una “bala perdida“ mató a Hendrik, de 10 años, mientras estaba en el cine. Se abrió una investigación y se hicieron las “pesquisas correspondientes”, sin que hubiera algún detenido, hasta donde sé. “En Iztapalapa echan bala para divertirse”, leí. Es decir, así ocurre y no es ¿culpa? de nadie. Ajá.
Facebook me recordó también que vivimos en una ciudad donde reinan las promesas de mothernidad pero nos tragamos diario una bola de atropellos de terror, donde pese a las averiguaciones previas, no pasa nada.
Ya hemos hablado del temor que los peatones sentimos en cada cruce de esquina, donde se encuentran los que manejan con las malas condiciones para manejar: baches, topes, coladeras frente a peatones apresurados, asustados, en riesgo.
La vida en una ciudad donde no se respetan las más elementales normas de vialidad es bastante dura, mucho más viviendo en las zonas que queremos ver como “casi afuera” del DF. El infierno está en la Zaragoza, escribió alguna vez mi maestra Rosa Nissan, y sí.
Esta semana un bebé de cinco meses cayó en una alcantarilla abierta en la repudiable Avenida Zaragoza, y como en pesadilla refranera, la consecuencia fue (por fin) taparla.
Pese a las denuncias, en seis meses no hubo autoridad responsable de reemplazar una tapa robada (¿por qué se las roban?, porque valen dinero, porque alimentan una de tantas cadenas en la maraña de corrupción en la que vivimos), y ese fue el principio.
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No está claro (o al menos, en la prensa) si primero un vehículo golpeó la carriola, o la mamá intentó esquivarlo, lo definitivo es que el carrito se atoró, y al tratar de librarlo, el niño salió volando y cayó en el hoyo.
“(En esa familia) todos son limosneros y trabajan en las calles para poder sobrevivir”, cito a El Universal, y mientras escribo, me recuerdo que ese lenguaje tan crudo e inapropiado para referirse a personas en situación de calle no pertenece a un cuento de Andersen que acaba con un milagro de Navidad, es la realidad de una zona marginada de la que preferimos no hablar y donde siempre los amolados salen más amolados, porque hasta allá no llega la ciudad moderna y digital con la que nos queremos comparar.
Igual -hace no muchos años- empujé una carriola y también se llegó a atorar sobre el pavimento destrozado de mi barrio. Aún recuerdo el sudor frío y el terror que viví intentando zafarla rápido, antes de que nos atropellaran. Tuve suerte.
El jefe de Gobierno ya anunció la respectiva “averiguación previa” y sanciones “a quien resulte responsable”, a ese funcionario #misterioso que ‘olvidó’ tapar la coladera, pero ese no es el único problema.
No es el funcionario (no vivimos en una ciudad donde haya UN funcionario dedicado a tapar coladeras, ¿o sí?), es la falta de atención a las denuncias, la impunidad que refleja ese hoyo del que hoy hablamos porque cobró una vida, aunque sabemos que no es–ni de lejos- único o excepcional.
Espero que el futuro Facebook no venga con sus recuerdos para decirme que, otra vez, una mala experiencia no sirvió para que esta ciudad escarmentara y tuviera espacios peatonales adecuados y dignos de la mothernidad que tanto quiere presumir.